“Seis grados de separación”, ya sabéis de qué va el juego, hombre: unir conceptos, personas, animales o cosas muy distantes en seis pasos que revelan qué todo puede estar conectado.
También es cierto que este pasatiempo a partir de una lectura lúdica de la teoría del caos está un poco superado. Ya está muy visto, sí, vale, de acuerdo. Así que ¿para qué quedarse ahora so lo con seis vínculos cuando se puede establecer un mapa de conexiones de… Un millón de grados de separación?
Es esta una Historia Universal (la que nos gusta a nosotros, al menos) contada a partir de los links. Miqui Otero se deja caer alegre e inconscientemente por el tobogán de la libre asociación de ideas en una chifladura holística por entregas.
Cada capítulo de esta epopeya tiene seis grados para respetar el referente original. Pero como rezaba aquel célebre claim de The Wire“Everything is conected”:  el final de cada episodio de Un millón de grados de separación siempre será el principio del siguiente. Y así, y si nadie nos detiene antes, hasta el infinito.

ilustración por
Sergi Padró

Un millón de grados de separación


por Miqui Otero

Capítulo VII

Donde Bill Clinton, aficionado al sexo con puros habanos y a las boquillas de saxo, negó haber tenido relaciones con una becaria, que guardó las manchas de semen en un vestido azul. Unas manchas que inspirarían La mancha humana, novela de Philip Roth, ese autor a quien Wikipedia le dijo que no tenía ni idea sobre la literatura de Philip Roth. Wikpedia, la plataforma que un joven irlandés empleó para hacer una gamberrada con el obituario de Maurice Jarre, papá de Jean-Michel Jarre, el Napoleón de la música new age, amigo íntimo de un tal Ronald McNair, un astronauta negro, karateka y aficionado al saxofón que debía tocar una de sus canciones en el espacio exterior, lugar adonde Carl Sagan envió el Grandes Éxitos del Planeta Tierra: el Disco de Oro de las Voyager.

Un millón de grados de separación – O Productora Audiovisual

Bill Clinton levantó ese índice sospechoso y declamó, convencido: “I did not have sex with that woman”. En realidad solo le metiste un puro a tu becaria. Y no precisamente en sentido metafórico: un cigarro habano en el probablemente más simbólico gesto de las relaciones de poder en el sexo (el presidente del Mundo libre introduciendo un habano en el cuerpo de una becaria).

Escribió Roland Barthes en una de sus Mitologías que a veces la insistencia en el desmentido es francamente sospechosa: “Es suficiente leer verdadero, auténtico, indisoluble o unánime para olfatear allí el hueco de la retórica. Los dibujos adjetivos que se esfuerzan por otorgar a la nada las cualidades del ser constituyen la confirmación de la culpa”.

Así que Bill Clinton verdaderamente no tuvo genuinas relaciones sexuales con Monica Lewinsky, pero el caso es que ésta conservó como si fueran unas toallitas para el ajuar el vestido azul jaspeado de manchas de semen del presidente que tocaba el saxofón en los mítines.

Algunos, en retrospectiva, han dicho que todo aquello fue algo sospechoso, que cómo puede ser que alguien guarde esa prueba del delito durante tanto tiempo. Es más, hay quien ve en Lewinsky una especie de infiltrada que propició la victoria de Bush (ese hombre que se atraganta si ve la tele y come una galleta al mismo tiempo) y, por ende, la invasión de Irak.

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El secreto del no-encuentro sexual se desveló en 1998 y un tsunami de corrección política asoló el planeta. Dos años después, Philip Roth publicaba la novela La mancha humana: Dejamos una mancha, un rastro, nuestra huella.. impureza, crueldad, abuso, error, excremento, semen… somos como los dioses griegos que son mezquinos, se pelean entre ellos, combaten, odian, joden”.

La novela, que capta el espíritu del caso y del tiempo, plantea cómo la corrección política puede arruinar una vida por un detalle minúsculo. Su protagonista, Coleman Silk, es un decano de Universidad hasta la coronilla de que sus alumnos hagan campana. Un día pregunta en la clase si alguien ha visto a esos “spooks” que jamás aparecen en clase. El término spooks en inglés acepta dos acepciones: una proviene de la inmigración irlandesa y quiere decir fantasmas, espectros; la otra es un término peyorativo para decir negrata. Bien, pues entre los alumnos ausentes figuraban dos afroamericanos.

A partir de ahí, empieza una caza de brujas que podría arruinar la vida del académico. Roth, que siempre ha dicho que escribir no es un concurso de belleza, que ha descrito la masturbación como nadie, empatiza con el académico falible. También sabe que a veces lo anecdótico tiene resonancias casi metafísicas.

Un equívoco que podría haber aparecido en una de sus novelas se asomó a su vida en 2012, cuando se topó contra esa hidra informativa llamada Wikipedia. La entrada wikipédica del autor explicaba que el personaje de Coleman Silk estaba basado en Anatole Broyard. No era así. Roth, que se suponía legitimado para enmendar un error que hablaba de su propia obra, decidió escribir a Wikipedia. Al Señor Wikipedia, que como Dios está en todos nosotros. Le comentó que en realidad había sido el profesor Melvin Turner quien había inspirado su personaje de La mancha humana. Hasta aquí bien: ahí quizás se hizo un té o acarició un gatito antes de descabezar una siestecita. Cuál fue su sorpresa cuando miró su correo y Wikipedia le decía que él no era nadie para opinar sobre eso. Roth acabaría relatando los hechos en una carta abierta publicada en The New Yorker: “El Administrador Británico de Wikipedia, en una carta datada el 25 de agosto y dirigida a mí, decía que yo, Roth, no era una fuente creíble. ‘Entiendo tu idea de que el autor es la mayor autoridad de su propio trabajo’, escribió el Administrador, ‘pero necesitamos fuentes secundarias’”.

Seguramente Roth entendió rápidamente los mecanismos que convierten el relato histórico en ficción y la ficción en tejido de relatos históricos cuando leyó la misiva. O eso o se cagó en Cristo. O imaginó una entrada de Wikipedia de Adolf Hitler donde se dijera: “Adolf Hitler fue un filántropo que dedicó su vida a pintar lienzos de campos de amapolas” y al propio Hitler reivindicando su genocidio y al administrador de Wikipedia diciéndole al führer que se tranquilizara, que no era quien para decir eso.

Wikipedia ha deparado episodios similares que demuestran hasta qué punto no ponemos en duda lo que leemos. Cuando falleció el compositor irlandés Maurice Jarre (hablando de fantasmas de Roth, Jarre compuso los obituarios de todo el mundo reprodujeron su cita más lírica e inspirada: “Uno podría decir que mi vida en sí misma ha sido una prolongada banda sonora. La música fue mi vida, la música me dio la vida y la música es cómo seré recordado mucho después de dejar esta vida”. Esta frase, que podría haber firmado Raphael, era sin duda la mejor que los periodistas tenían a mano. Solo que era falsa.

Un estudiante irlandés de 22 años llamado Shane Fitzgerald  había decidido primero inventársela y luego añadirla en la entrada de Wikipedia de Jarre cuando el compositor de falleció el 28 de marzo de 2009. Absolutamente todos los medios la publicaron como verdadera. Cuando el estudiante confesó el experimento, que pretendía criticar el rigor informativo de los medios y la credulidad de sus lectores, solo The Guardian admitió el error y aún ahora muchos periódicos la emplean (y muchos horteras la deben seguir diciendo en los bares).

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Quizás incluso lo haga el mayor de todos ellos, el hijo de Maurice Jarre. Jean-Michel Jarre era, por así decirlo, un tipo cuya megalomanía acomplejaría a Carlomagno. Lo imaginamos de pequeño armando una reproducción real de La toma de la bastilla o de la batalla de Waterloo con su cajón de Legos. Ya más mayorcito, ha facturado discos inspirados en Stephen Hawkins y un tema suyo es el himno oficial de la UNESCO. Es inasequible al desaliento (y al desespero de los oyentes de FM). Es como un tentetieso obstinado: una vez intentó programar un concierto en la zona arqueológica de Teotihuacán, en México, que debía celebrarse durante el eclipse solar del 11 de Julio de 1991 (el proyecto fracasó porque el barco que transportaba el enorme escenario en forma de pirámide se hundió, en lo que representa una metáfora sobre la ambición humana que ríase usted del Titanic).

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Además, la NASA lo eligió para actuar delante de 1.300.000 personas en la party de su 25 aniversario. Ese día fue especial para el Napoleón de la música new age. Muy especial. Aquel día homenajearía a uno de sus grandes amigos: un astronauta negro, campeón regional de karate (era cinturón negro) y saxofonista (como Clinton) llamado Ronald McNair.

La conexión entre Jarre y McNair era sideral más que íntima. Nacido en Carolina del Sur, mostró desde bien pequeño su amor por las llaves karatekas, los fraseos de Charlie Parker y la separación isotópica y fotoquímica. Un superhombre blaxploitation, vaya. La gran mayoría de sus trabajos de investigación se centraron, y he aquí la conexión con Jarre, en los láseres y la estroboscopia molecular. Esa pasión por lo suyo los ayudó a cocinar la idea: McNair, ya convertido en un reputado astronauta, grabaría el saxofón de la canción Last Rendez-Vous, convirtiendo a Jarre en el primer músico con un disco grabado en el espacio exterior. Lo haría en órbita y a bordo del Transbordador Espacial Challenger. Sería cósmico. Un orgasmo interplanetario de Jarre y sus fans. Pero los siete tripulantes de ese Challenger, McNair incluido, morirían cuando la nave se estampó en el Atlántico. Jarre rebautizó y la interpretó en el masivo concierto de la NASA.

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No era la primera vez, sin embargo, que la música orbitaba lejos del Planeta Tierra. De ese “punto azul pálido” tan querido por el científico y divulgador Carl Sagan, una especie de Iker Jiménez algo más riguroso aunque con su mismo excedente de entusiasmo. Sagan fue el encargado de comisariar un proyecto que podría haber concebido Jean-Michel durante alguna comilona: El Disco de Oro de las Voyager. Tramó lanzar unas sondas espaciales en 1977 que trasportarían el álbum Sonidos de la Tierra. Es cierto que el triunfo no es inmediato, que a menudo un buen álbum tarda en encontrar su público, pero es que este disco como pronto tardaría 40.000 años en alcanzar la estrella más cercana. La idea de Sagan era lanzar al océano cósmico una botella con un mensaje musical de paz y concordia.

En la Universidad de Cornell, Sagan se dedicó durante meses a pensar a qué sonaba nuestro planeta. Incluyó mensajes de bienvenida a supuestos alienígenas en decenas de idiomas como el esperanto, el birmano o el cingalés (si el Disco de Oro hubiera aterrizado en Albacete sería tan incomprensible como para los supuestos habitantes inteligentes de otros planetas). También quiso incluir piezas musicales que demostraran la sensibilidad inteligente del ser humano. Ese disco de gramófono, ese Grandes Éxitos de la Civilización Humana (¡anunciado en televisión!), incluía a Beethoven, Louis Armstrong, Glem Gould o Chuck Berry, entre otros. Here comes the sun, de los Beatles, no entró por motivos contractuales, así que los alienígenas no sabrían de la existencia de los fab four. En cambio, Bach fue el Astro Rey de ese Greatest Hits, con hasta tres obras compiladas. Jean-Michel Jarre, que en ese momento ya había publicado cuatro álbumes, debió dejar unos cuantos mensajes en el teléfono de Carl Sagan para que le colara una suya en el proyecto. Pero casualmente Sagan debe ser el tipo de persona que no escucha los mensajes en el contestador automático.

En la próxima tacada de estrellas alineadas, el horóscopo sonreirá a Uri Geller, Billy Childish y Sherlock Holmes. Aunque los astros es posible que también sean propicios a Ángel Cristo, Kim Salmon y Hércules Poirot. Esto no es una ciencia exacta.