VIGENCIA DE CIERTOS
ARQUETIPOS FEMENINOS


Por Violeta Kovacsics.



– La femme fatale que pone en riesgo la vida de los la rodean es un arquetipo que se resiste a abandonar la ficción. Todavía hay muchas obras contemporáneas que incluyen mujeres con voluntad de hacer sufrir sentimentalmente a los demás.

Put the blame on me

Vigencia de ciertos arquetipos femeninos. – O Productora Audiovisual

ILUSTRACIÓN por
Manuel Clavero

Vigencia de ciertos arquetipos femeninos. – O Productora Audiovisual

Gillian Flynn: Buena creadora de mujeres malas.

En un artículo sobre la femme fatale, Núria Bou apuntaba lo siguiente: “Parecería, llegados a este punto, que la mujer fatal no tiene suficiente fuerza para configurar una constelación simbólica propia: por un lado, sus actitudes y ambiciones son la lógica respuesta regeneradora de una masculinidad corrupta, en un momento en que el héroe solar se encuentra en crisis”. El contexto de esta tipología de personajes es el del cine negro, un género que “se caracteriza por una cierta ansiedad sobre la existencia y la definición de la masculinidad y la normalidad”, tal y como escribía Richard Dyer. El autor inglés añadía: “Las mujeres en el cine negro son, sobre todo, inescrutables. No es tanto su maldad como lo inescrutable que hay en ellas (y su atractivo) lo que las hace fatales para el héroe. En tanto que la cultura está definida por los hombres, aquello que es, aquello que se sabe, que se conoce, es masculino. Por consiguiente, el cine negro divide rigurosamente el mundo entre aquello que es desconocido e inescrutable (femenino) y, de nuevo solo por inferencia, aquello que es conocido (masculino)”. En el fondo, cuando se habla de femme fatale, se habla de una tipología de personajes que nace y crece a la sombra de ciertas figuras masculinas. De ahí que Bou se preguntase: “¿Existe una imaginería característicamente femenina en la estructura profunda del turbio paisaje que convoca el género?”.

Escritora de novelas de misterio, Gillian Flynn comentaba a un periodista de El Pais: “Quería luchar contra la idea de que las mujeres somos inherentemente buenas, maternales y todas esas otras asunciones que se hacen sobre nosotras”. Los tres primeros libros de la autora de Perdida giran eminentemente en torno a la mujer, incluso su título más famoso, construido sobre dos voces, las de Nick y Amy Dunne, pero liderado sobre todo por ella, que es quien manipula los acontecimientos. Flynn situó el centro de una de sus novelas, Heridas abiertas, en el vínculo madre-hija; pero lo interesante de sus tres novelas negras en relación a las figuras femeninas es qué tipo de personajes proponen. En las historias de Flynn las mujeres son malvadas, desagradables, hurañas y antipáticas. Además, exceptuando la Amy de Perdida, el único de sus personajes que se corresponde a la figura de la femme fatale, ellas no suelen ser las criminales, sino que se ven forzadas a convertirse en investigadoras, empujadas a resolver un crimen ajeno.

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Rosemund Pike como Amy Dunne: ni cuando se relaja deja de maquinar.

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La dama de Shangai: La fatalidad fractal.

Si en el cine negro el contexto era el de la posguerra, en Perdida, el contexto es otro, es el de la crisis financiera (y evidentemente moral). No Job, No Money and Now, No Wife, así titulaba Manohla Dargis su crítica de Perdida para el New York Times. Bou se refería así a la femme fatale del noir: “Estas mujeres liberadas, estas diosas imprescindibles de lujosos santuarios al servicio del ocio y de la corrupción, prefieren estar al lado de hombres que, lejos del combate, se enriquecen con las pérdidas de la guerra. Ligadas de esta manera a maestros depravadores, son utilizadas para atraer a víctimas afables. Pero la femme fatale aprende rápidamente el lenguaje de la seducción y, tan perversa o más que ellos, empieza a trabajar por cuenta propia y sueña con prescindir del marido explotador: es el caso de la Rita Hayworth de La dama de Shangai así como el de la Lizabeth Scott de Callejón sin salida”. En el caso de Amy, la seducción no pasa únicamente por lo físico, por la belleza, sino por lo intelectual, por el deseo constante por parte de Amy de hacer sentir a Nick que son el uno para el otro, que son iguales. Su maldad se revela tanto en relación al matrimonio como en su entorno (en la película, el plan de la protagonista incluye hacerse amiga de ‘la idiota local’). Si el destino del héroe del cine negro pasa eminentemente por los designios de lo trágico, no hay sino más terrorífico que el que aguarda a Nick al final de Perdida, atrapado en las redes de su matrimonio, condenado a vivir junto a la mujer que casi lo sienta en la silla eléctrica.

Flynn suele aderezar sus historias con algún detalle banal pero repulsivo, como la mujer de Heridas abiertas que sale de la ducha y que se seca con una manta en vez de con una toalla. Sus personajes son esencialmente desagradables. El truco es similar al de La chica del tren, el best sseller de Paula Hawkings, en el que una de las voces corresponde a una mujer alcohólica y resentida. ¿Cómo empatizar o simpatizar con estas mujeres? En Lugares oscuros, quizá su novela más limitada, Flynn lleva esta idea al extremo. La protagonista sobrevivió a una masacre que terminó con la vida de sus hermanas mayores y de su madre, dejándola a ella, la más pequeña, en el lugar de la víctima y a su hermano, en el del asesino. Sin embargo, tras la masacre, la chica creció esperando ganarse la vida mediante el rédito que le dio la tragedia. En un momento de la novela, la protagonista recuerda a su tía, que se hizo cargo de ella tras la muerte de su familia: “durante los siguientes años, le abollé el coche dos veces, le rompí la nariz dos veces, le robé y vendí sus tarjetas de crédito, y le maté a la perra”. Así son los personajes de las novelas de Flynn, así son los antecedentes de la perversamente brillante Amy Dunne.

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Lizabeth Scott: mirando a matar.

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Theda Bara: el Km.O de las vamps.

Si, en Heridas abiertas, Flynn carga contra la familia en el contexto de los Estados Unidos más provincianos. En Lugares oscuros vuelve a fijarse en la familia, pero en esta ocasión esta no es más que un pretexto, la excusa para hablar del dinero, de la avaricia y de la mezquindad, en una trama que, poco a poco se va revelando que discurre bajo el anhelo de los personajes de conseguir unos pocos dólares. En Perdida, el foco se sitúa en el matrimonio. La perversidad que se desprende de las páginas escritas por Flynn es tal que ni siquiera hace falta un cadáver. En Heridas abiertas, la desaparición de una niña sirve apenas de arranque; lo terrible se encuentra en otra parte, en los retratos femeninos que compone la autora, de la autodestructiva protagonista, de su fría madre y de la perversa hermanastra. ¿Y qué decir de Perdida? Una novela en la que el cuerpo tarda en aparecer, y no es el de la protagonista. El crimen está también en otro lugar, es un juguete perverso, un daño psicológico, un plan sibilino.

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Jessica Rabbit: la mujer fatal como caricatura heredada del clasicismo.

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Rebecca Romijn-Stamos: la femme fatale de Femme Fatale, de Brian de Palma

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