Si en el cine negro el contexto era el de la posguerra, en Perdida, el contexto es otro, es el de la crisis financiera (y evidentemente moral). No Job, No Money and Now, No Wife, así titulaba Manohla Dargis su crítica de Perdida para el New York Times. Bou se refería así a la femme fatale del noir: “Estas mujeres liberadas, estas diosas imprescindibles de lujosos santuarios al servicio del ocio y de la corrupción, prefieren estar al lado de hombres que, lejos del combate, se enriquecen con las pérdidas de la guerra. Ligadas de esta manera a maestros depravadores, son utilizadas para atraer a víctimas afables. Pero la femme fatale aprende rápidamente el lenguaje de la seducción y, tan perversa o más que ellos, empieza a trabajar por cuenta propia y sueña con prescindir del marido explotador: es el caso de la Rita Hayworth de La dama de Shangai así como el de la Lizabeth Scott de Callejón sin salida”. En el caso de Amy, la seducción no pasa únicamente por lo físico, por la belleza, sino por lo intelectual, por el deseo constante por parte de Amy de hacer sentir a Nick que son el uno para el otro, que son iguales. Su maldad se revela tanto en relación al matrimonio como en su entorno (en la película, el plan de la protagonista incluye hacerse amiga de ‘la idiota local’). Si el destino del héroe del cine negro pasa eminentemente por los designios de lo trágico, no hay sino más terrorífico que el que aguarda a Nick al final de Perdida, atrapado en las redes de su matrimonio, condenado a vivir junto a la mujer que casi lo sienta en la silla eléctrica.
Flynn suele aderezar sus historias con algún detalle banal pero repulsivo, como la mujer de Heridas abiertas que sale de la ducha y que se seca con una manta en vez de con una toalla. Sus personajes son esencialmente desagradables. El truco es similar al de La chica del tren, el best sseller de Paula Hawkings, en el que una de las voces corresponde a una mujer alcohólica y resentida. ¿Cómo empatizar o simpatizar con estas mujeres? En Lugares oscuros, quizá su novela más limitada, Flynn lleva esta idea al extremo. La protagonista sobrevivió a una masacre que terminó con la vida de sus hermanas mayores y de su madre, dejándola a ella, la más pequeña, en el lugar de la víctima y a su hermano, en el del asesino. Sin embargo, tras la masacre, la chica creció esperando ganarse la vida mediante el rédito que le dio la tragedia. En un momento de la novela, la protagonista recuerda a su tía, que se hizo cargo de ella tras la muerte de su familia: “durante los siguientes años, le abollé el coche dos veces, le rompí la nariz dos veces, le robé y vendí sus tarjetas de crédito, y le maté a la perra”. Así son los personajes de las novelas de Flynn, así son los antecedentes de la perversamente brillante Amy Dunne.