Aun así, Jimmy también sabía reservarse momentos estelares como, entre otros, la demente sobreexplicación de la serie de sketches , sus imitaciones maravillosamente calcadas de , o y, por supuesto, sus capítulos de la Historia del rap junto a Justin Timberlake. Con este palmarés edificado paso a paso, cinco años después, Fallon ya capitaneaba el Tonight show por el que tanto se habían peleado Leno y O’Brien.
Rebobinemos un momento hasta las Historias del rap junto a Justin Timberlake. Oro puro televisivo. Lo que empezó como un homenaje sincero y lúdico a un estilo musical que ambos aman, se acabó convirtiendo en una enciclopedia discontinúa sobre el rap en seis entregas que era mucho más fuerte que ellos. vez que lo hicieron fue la sorpresa (¡Qué química!); la segunda, el placer (tú me frotas la espalda a mí, yo a ti); en ocasión, Fallon ya ni se molestó en entrevistar o dar paso a Timberlake: directamente pillaron los inalámbricos y, hale, al flow se ha dicho. Ya no podían NO hacerlo. Supongo que a todo esto ayuda tener a The Roots (¡The Roots!) como banda de acompañamiento de programa. Y también contribuye, claro, que Justin, durante unos años, era el mejor invitado posible de un programa de televisión.
Desde que en 2002 apareciera Justified y hasta The 20/20 Experience en 2013, Timberlake se movía por el showbiz como Justin por su casa. ¡Como Justin por EL LAVABO de su casa! Se paseaba por los escenarios del estrellato con la chorra fuera. Todo lo que hacía molaba: canciones, conciertos, entrevistas, apariciones en distintas galas, incursiones en el cine, sesiones de foto… Todas las madres estadounidenses, de esas que aún son capaces de soltarte un equivalente yanqui del “¿Qué más quieres Baldomero? Guapo joven y con dinero” (digamos que “What else do you want honey? Young, gifted and money”), lo consensuaban como yerno ideal. Y encima sin dar rabia. Quizá por eso, el radio de influencia de su estrella tampoco se limita únicamente a USA y al género femenino. Un amigo de Buenos Aires, con ese entusiasmo barrabravil tan argento, tan de fanático del fanatismo, me confesó que si Justin se presentara a presidente del mundo, él seguro lo votaba.
Aquel niño de The Mickey Mouse Club, aquel púber de ‘N’Sync, fue asesinado a machetazos de autoparodia (míticas o junto a Andy Samberg y The Lonely Island), a ráfagas de fabulosos singles ciclostilados de Michael Jackson (, , …) y a collejas cinematográficas inesperadas: su papel como Sean Parker, el creador de Napster, en La red social le reservaba líneas de diálogo como estas:
— “Perdona, tú no hundiste a la industria discográfica. Ganaron ellos.
— Sí, en los juzgados.
— Sí.
— ¿Quieres abrir un Tower Records ahora, Eduardo?”
No está mal para alguien del que se esperaba que tenía que vender millones de discos (y probablemente vendía). Solo hay un episodio de este periodo que pudo arruinar el momentum de Timberlake. Su visita al plató de , precisamente, para presentar La red social. Ahí estaba Justin junto a Andrew Garfield y Jesse Eisenberg, los tres con cara de sala de espera, sin entender ni medio chiste del nanopresentador con barba pelirroja de velcro y sus hormigas. ¿De qué iba aquello? ¿Era un programa infantil? ¿Adulto? ¿Era en serio? ¿Era en broma? ¿Eran ellos las victimas de la broma? ¿Estaban repitiendo sin previo aviso la escena de Bill Murray-Bob Harris en de Lost in Traslation?