Ponga una mascota en su audio – O Productora Audiovisual
















✏ Ponga
✊ una
mascota 🙊
en 👀 su
♫ audio.

Por
Joan 🐻 Pons

Ponga una mascota en su audio – O Productora Audiovisual

Cuando Glastonbury anunció hace unos meses su primer cabeza de cartel para 2017 rasurando artísticamente el valle de Somerset para que una vista aérea devolviera la cabeza del de Radiohead, celebré íntimamente la utilización de este simpático agrograma. Mi alboroto callado no era tanto por la noticia en sí ni por el guiño pop a los crop circles ni por lo creativo de esta estrategia de comunicación indirecta. Me alegraba, sencillamente, el hecho de que todavía existieran grupos con mascota, aunque en este caso, este “oso hambriento alterado genéticamente” creado por Thom Yorke junto a Stanley Donwood se inscribiera en una zona gris entre el idolillo y el logo (como también sucedía con los muñequetes identificativos de The Offspring, Grateful Dead, D.R.I y Jamiroquai). 

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¿Por qué los grupos ya no tienen mascota? ¿Basta con una tipografía individualizadora o un logo? ¿Tener mascota es de otra época? ¿Está asociado a géneros musicales, ejem, poco nobles? ¿Es poco serio? ¿Chabacano? ¿Facilón?

Que Radiohead todavía utilicen el amuleto gráfico ideado para la promo de Kid A hoy en día funcionaría como desmentido de todas estas preguntas. También recientemente, serviría como excepción Kanye West, que antes de volverse demasiado ceñudo y/o demasiado sensible (también antes de volverse demasiado loco) adoptó como trademark a otro osito, Dropout Bear, durante tres discos… aunque luego, cuando ya se creyó artísticamente más adulto, lo abandonó cual Andy desprendiéndose de Woody. En cualquier caso, cuando la MTV celebró el 37 cumpleaños de Ye, echó mano del peluche (pasado por el filtro de diseño de Takashi Murakami) para generar los GIFs que encabezan este párrafo y sirven de excusa a este post.

Después de más de mil quinientos caracteres empezamos a llegar ya al cabo de la calle. Ser un artista que tiene mascota y la mima (y no nos referimos a casos de animales de compañía reales que obligan a suspender giras, ¿eh, Fiona Apple?) facilita el trabajo de imagen de marca (es un icono reconocible que alimenta promos y merchandising) y enriquece el imaginario estético (sintetiza la música en un símbolo y crea correspondencias con trazos gráficos). Es posible que en lo últimos años hayamos perdido de vista esta particularidad porque no ha habido muchos artistas que la hayan cultivado en las dos últimas décadas. ¿Acaso Aphex Twin con los ositos (sí, otra vez ositos) del clip Donkey Rhubarb)? ¿Valdría el logo-muñeco de Plastikman? Bueno, Flat Eric de Mr. Oizo seguro que sí… o no, porque no deja de ser una apropiación de la marioneta de la factoría Jim Henson creada para Levi’s.

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En realidad, la sequía de mascotas musicales de los últimos años debería llevarnos a considerar esta peculiaridad como un arte perdido de otro tiempo (porque es muy concomitante con el cómic y el cómic es un arte, hasta ahí todos de acuerdo, ¿no?). Exceptuando algunas raras iniciativas pioneras (la temporada en que Pink Floyd se encariñaron del cerdito de Animals, los que siempre ocupaban las portadas de Christopher Cross o el cowboy normanrockwelliano de Pure Prairie League), la época dorada de las mascotas se extiende desde finales de los setenta hasta bien entrados los noventa. Por lo general, además, solían estar asociadas a subculturas juveniles con tentáculos musicales que se movían por las cunetas del mainstream. Era un plus de diversión estética que también tenía un alto valor identitario. De hecho, hay estilos que no se entienden sin mascota. En el metal, por ejemplo, son legión y superan calendarios y subcarpetas. Iron Maiden y Eddie The Head (o su vástago, , que acompaña a Bruce Dickinson) estarían en la parte alta de la pirámide, pero también Motörhead, Helloween, Mötley Crüe, Hammerfall, , Manowar, Megadeth, Anthrax, etc… y hasta Black Sabbath o Led Zeppelin puntuarían en el casillero de protomascotas, en ambos casos aladas. También en el punk de segunda, tercera o enésima hornada y en el hardcore abundan: The Misfits, Bad Religion, , The Adicts, , Toy Dolls, Descendents y All (¿inspiración de Bart Simpson?), y si consideramos el psychobilly una malformación punk del rockabilly, también King Kurt. Y, como no, en el revival ska, un estilo en el que no eras nadie si no tenías un muñeco en propiedad: Madness tenían a la (y bien vestida) sobrina de una de las primerizas de The Kinks, The Beat a una estilosa bailarina sixties, Bad Manners a una especie de caricatura de Buster Bloodvessel en tanga y tirantes y The Specials a Walt Jabsco, una figura inspirada en una foto de Peter Tosh que amplió su iconicidad representando a todos los artistas del sello 2 Tone, a todos los rude boys y hasta a toda la rama británica del género jamaicano.

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A todo esto, y a modo de epígrafe final de todo este remember when, ¿qué hacemos con los artistas que se convirtieron ellos mismos en mascotas o en una extensión mascotil de su grupo? Pienso en los robots de Kraftwerk y de Daft Punk, en los personajes cartoon que sustituyen a los miembros de , en Angus Young y en Kiss, en Flavor Flav, y, ya puestos, hasta en los seres humanos que ostentaron esa categoría por accidente ( y Minor Threat) o por voluntad propia (Bez con Happy Mondays). Todos ellos también son fetiches icónicos de músicas que añadían juguetillos plásticos a su vertiente estética.

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