Decía Arthur C. Clarke que “toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Así que dejémoslo en eso: magia. Magia negra en el caso de algunos cantantes célebres obligados a reaparecer en forma de holograma con compañías de dudosa reputación. Como cuando Sinatra reapareció en 2008 junto a Alicia Keys o cuando se dio el segundo advenimiento de Elvis. El tipo ya había resucitado metafóricamente en 1968, cuando volvió a Las Vegas anunciado con letras de neón (y algunos kilos de más). ¿Por qué entonces tuvo que en el año 2007 junto a…. Celine Dion? Muchos de los que defendían la idea conspiranoica de que seguía vivo, lo habrían querido muerto.
Porque, a ver, así a priori, ¿quién elegiría a Celine Dion para reaparecer tres décadas después de su muerte?. Pues bien: depende. La respuesta no es tan sencilla.
¡Que entre el fiscal! La BBC aupó en 2006 la canción My Heart Will Go On a la más detestable de la historia. Algunos de los temas de Dion se emplean en las salas de tortura de Oriente Medio. Busquemos en la ficción: en Buffy Cazavampiros, que un personaje tenga un póster de Celine en la habitación convalida como prueba de que esa persona es el mismo diablo y South Park… bien, South Park plantea la posibilidad de eliminar de cuajo Canadá con algún tipo de bomba de neutrones para que desaparezca definitivamente esta cantante canadiense.
Pero hay un gran pero. Celine Dion ha vendido ciento setenta y cinco millones de discos sin contar los de la banda sonora de Titanic.
Y la cosa es que ese pero no es el único pero. El resto los explica estupendamente Carl Wilson en su magnífico ensayo Let’s Talk About Love, donde emplea un disco de Celine Dion para plantearse cuestiones de raza, gusto, prejuicios o clase social. Allí explica que en China Dion es sinónimo perfecto de buena música y que en Ghana sus canciones han logrado popularizar San Valentín (en un país donde las muestras de afecto están prohibidas hasta el matrimonio). Su música suena también en el mercado central de Kabul, donde además se vende repelente de mosquitos marca Titanic. ¿Es música para blandengues, entonces? Bueno, según cómo se mire. Las power ballads de la diva demente suenan en las fiestas al aire libre de los sound systems de Kingston y los rude boy s más delincuentes se vuelven literalmente locos y celebran cuando canta Celine disparando sus revólveres al cielo en señal de comunión y euforia.
Eso sucede en Kingston, el Kingston que conocemos. No es como cuando decimos París y de repente resulta que hay un París en la provincia de Texas, no. El Kingston ultraviolento al que llega el protagonista de la película de gá ngsters dirigida en 1972 por Perry Henzell.