Treinta años después, Óscar del Pozo vuelve a ver La ley del deseo. Del alquiler del videoclub al ciclo de Almodóvar en la Filmoteca ha cambiado todo mucho.
Se busca comentarista pop escandalosa y políticamente incorrecta
Ilustrado por
Tiago Majuelos
La última vez que oímos hablar de ella fue hace unos meses, cuando llamó a Taylor Swift “Barbie elitista nazi” en las páginas de The Hollywood Reporter. Camille Paglia, una señora ruda, muy culta, con mal carácter, provocadora y políticamente incorrectísima, aseguraba que la cantante le recordaba a las “rubias fascistas que gobernaban la escena social” durante su juventud. Los que no conozcan a Paglia podrían pensar que se trata de una oportunista que se aprovecha de la fama de la intérprete de Blank Space para hacerse un poquito de publicidad. Error. Si consultamos Vamps & Tramps, su colección de ensayos publicada en 1994, encontraremos una declaración parecida: “Al ser una niña en la América de los años cincuenta, se me pedía que me identificara con muñecas de novias y cosas semejantes. Era el periodo de Debbie Reynolds y Doris Day y las reinas rubias de la fraternidad. Se suponía que las chicas tenían que ser agradables, femeninas y demás”. Ya ven: a esta alborotadora dialéctica la han acusado de exhibicionista, antifeminista, fascista, extremista, lesbiana antigay, arrogante, vanidosa y unas cuantas cosas feas más, pero nadie pone en duda su coherencia.
La escritora y profesora de Humanidades italo-americana no se prodiga mucho últimamente en los medios estadounidenses. Su último libro, Glittering Images, de 2012, una exhaustiva interpretación de obras de arte occidentales, pasó desapercibido y no fue publicado en España. Sus años de gloria fueron los noventa y el primer lustro de este siglo, cuando se convirtió en heredera de la primera Susan Sontag, la que aportó una mirada fresca a la cultura pop en ensayos como Notas sobre lo camp o Contra la interpretación. Paglia irrumpió en escena publicando su tesis doctoral, Sexual personae, un monumental repaso a la Historia desde el punto de vista del arte pagano, que para ella sigue vigente en los medios de comunicación modernos y los ídolos pop. En las casi mil páginas del libro, que David Bowie incluyó entre sus favoritos en una lista publicada meses antes de morir, Paglia se desmarcaba de las tesis rousseaunianas de las feministas americanas (la mujer es buena por naturaleza, la sociedad tiene la culpa de todo) y defendía que la crueldad y la agresividad son innatas al ser humano. De su convicción de que el cerebro femenino funciona de forma diferente del masculino y su, en general, nada complaciente opinión sobre todos nosotros surgieron algunas declaraciones muy polémicas sobre violaciones, prostitución, malos tratos, acoso sexual, lesbianas y, por supuesto, la élite feminista, a la que se ha enfrentado con saña toda su vida. La cuestión de si Camille es o no feminista (para mí lo es) da para escribir veinte artículos, pero no es la que nos importa aquí.
Este texto pretende reivindicarla como comentarista de cultura pop y, de paso, gritar a los cuatro vientos que necesitamos una heredera YA. No nos vale cualquier mamarracha que opine sobre la actualidad en Facebook o en Twitter: debe tener una cultura enciclopédica y el carácter belicoso de una colaboradora de Sálvame. Porque así es Camille. “Vete a comprar un libro. ¿Dónde hay una librería? ¡Envíen a esta mujer a una librería! ¡Vete a mirar un cuadro! ¡Vete a mirar a Caravaggio, a Miguel Ángel! Esto es la hostia de puritano. ¡Dais asco!”, le espetaba a una feminista antiporno en medio de una manifestación de la WAP (Women Against Pornography) en el cortometraje documental Glennda and Camille Go Downtown. Aunque siempre ha estado ligada al mundo académico, su estilo es claro, sencillo y directo. Detesta el elitismo y la jerga semiótica y pseudotécnica. Por ejemplo, a propósito de algunos sesudos estudios universitarios surgidos en los años noventa en torno a Madonna, escribió lo siguiente: “El material producido por estos académicos que intentan desesperadamente estar a la moda está atiborrado de terminología torpe y pretenciosa como ‘intertextual’, ‘diégesis’, ‘significaciones’, ‘transgresivo’, ‘subversivo’, ‘autorrepresentación’, ‘posición de sujeto’, ‘estrato narrativo’ y ‘prácticas discursivas’. Esto podría ser cómico, excepto por sus efectos nocivos sobre los estudiantes y un sistema profesional cada vez más corrupto”.
Madonna siempre fue una obsesión para Camille. Ya en sus años más polémicos, los que van de Like a Prayer a Erotica, la consideraba su alma gemela. “La mitad de nosotras es una agradable chica suburbana; la otra mitad es una maníaca pornográfica desatada”, aseguraba. Como en ese momento no había intelectuales de prestigio dispuestos a dar la cara por la cantante, a Paglia la invitaban a todas las tertulias, aparecía en todos los reportajes, escribía todos los artículos. Su papel de defensora de la mujer más famosa del mundo la convirtió en famosa también a ella. Sin embargo, lo suyo nunca fue oportunismo. A lo largo de su vida ha defendido a las estrellas pop que explotan su sexualidad, que entienden su mística erótica y el poder que ejercen sobre los hombres. Y hoy sigue haciéndolo en los mismos términos. “Con escasas excepciones, como la de Rihanna, muy pocas mujeres de la cultura popular actual tienen sentido del glamour”, afirmaba el año pasado. “La situación es diferente con las actrices latinas, que poseen un sentido de la sensualidad. Estados Unidos, con su ethos igualitario, ha producido una generación de actrices sin sensualidad. Eso se debe a que a las mujeres jóvenes se les ha enseñado que no hay diferencia entre los géneros, que pueden ser iguales a los hombres en cualquier situación”.
Por supuesto, Lady Gaga tampoco se libra de sus críticas. Le dedicó un artículo apocalíptico en 2010, titulado Lady Gaga and the Death of Sex. Y el reproche principal que le hacía es que no le parece nada sexy. “Es como un androide plastificado. ¿Cómo ha podido una figura tan calculada y artificial, tan clínica y extrañamente aséptica, desprovista de verdadero erotismo, convertirse en un icono de su generación?”, se lamentaba. A Camille, ya ven, le gusta la mujer con curvas, de sexualidad exuberante. Está convencida de que el feminismo ortodoxo ha desexualizado a las mujeres americanas y lucha contra ello. Es fan de Liz Taylor, Jeanne Moreau, Barbra Streisand… Y detesta a Meryl Streep. “Era buena en Silkwood, pero empezó a tomarse muy en serio a sí misma. Es una actriz calculada, víctima de su propia cultura WASP. La encuentro totalmente falsa. No tiene pasión. No tiene ninguna vibración elemental de profundidad”.
En un mundo ideal, Camille Paglia tendría ahora su propio reality show, tipo Las Campos. La veríamos en su casa con su novia y su hijo, criticando el mundo universitario, recordando su pelea con Susan Sontag, opinando sobre todo… Pero la televisión americana hace tiempo que se cansó de ella y no parece existir nadie a su altura para sustituirla (¿Virginia Despentes?, ¿Rebecca Solnit?, ¿Caitlin Moran?, ¿Kathleen Hanna?, ¿Diana López Varela?, ¿Barbijaputa?, ¿Amelia Valcárcel?). Nosotros seguiremos buscando. ¿Alguna catedrática en la sala con el carácter de Mila Ximénez, la falta de prejuicios de Diana Aller y las ganas de epatar de Madonna?