Hugh Hefner es Gatsby – O Productora Audiovisual

Por Oscar del Pozo

Hugh Hefner es GATSBY

El pasado mes de enero, la mítica mansión Playboy se puso a la venta por doscientos millones de dólares. Los nuevos propietarios deberán soltar la pasta y aceptar una condición: tener como inquilino a Hugh Hefner, el fundador de la revista, hasta el día de su fallecimiento. Hef, que en abril cumplió noventa años, quiere morir en su decadente mansión, de la misma manera que Jay Gatsby lo hacía al final de El gran Gatsby. El imperio Playboy se ha desmoronado y la revista agoniza, incapaz de luchar contra la competencia del porno en Internet. Así que, como el personaje creado por Francis Scott Fitzgerald, morirá sabiendo que su antiguo mundo se ha perdido.

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“A mí me gustan las fiestas con mucha gente. Son muy íntimas. En las fiestas con poca gente la intimidad es nula”. La sentencia más famosa de El gran Gatsby, una de las novelas definitivas del siglo XX, la podría haber soltado Hugh Hefner en alguna de las parties para cientos de personas que celebró en los buenos tiempos de la mansión Playboy. El magnate adquirió este chateau de Los Ángeles con treinta habitaciones en 1970, por millón y medio de dólares. Lo reformó para hacerlo más ostentoso y convertirlo casi en un parque de atracciones, al estilo de la mansión de Gatsby. Entre otras cosas, lo llenó de pavos reales, llamas, flamencos y ocas, construyó una casa de juegos y añadió una gruta de piedra con jacuzzis en la que sus invitados se bañaban desnudos.

Pero las semejanzas entre la vida de Hugh Marston Hefner y el personaje de ficción no acaban ahí. Ya lo anticipaba el maestro de periodistas Gay Talese, que en su monumental ensayo La mujer de tu prójimo, donde retrata los cambios en la sexualidad norteamericana desde los años cincuenta hasta los setenta, escribía: “Hefner releía la literatura de la época del jazz de su autor favorito, Francis Scott Fitzgerald, y le entusiasmaba la riqueza de la vida, los objetos brillantes y las mujeres con las que podía compartir una y otra vez el néctar del nuevo amor”. Talese retrataba así al Hugh adolescente, cuando ni remotamente podía imaginarse que sus fantasías llegarían a hacerse realidad. Eso sí, no tardó en triunfar: tenía veintiséis años cuando, en 1953, fundó Playboy con sólo ocho mil dólares, que pidió prestados a amigos y familiares. El éxito fue inmediato y llegó a la treintena convertido en millonario. Entonces pudo empezar a transformarse en un Gatsby de carne y hueso.

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—¿Es esa enorme casa de ahí?.
—¿Te gusta?.
—Me encanta, pero no sé cómo puedes vivir ahí completamente solo.
—La tengo siempre llena de gente interesante, día y noche. Gente que hace cosas interesantes. Gente famosa
.

No es difícil imaginar este diálogo entre Gatsby y su enamorada Daisy Buchanan repetido en boca de Hef y alguna de sus playmates, el primer día que ellas visitaban la mansión. Como su héroe de ficción, él también era un hombre hecho a sí mismo, criado en una familia modesta y convertido en multimillonario que ofrecía fastuosas celebraciones regadas con champán, a las que asistían modelos, escritores, directores de cine y estrellas de Hollywood como Jack Nicholson, James Caan o Warren Beatty. Hefner tenía tan claro cuál era su modelo que, como Gatsby, a veces ni aparecía en sus propias fiestas, recluyéndose en su habitación con alguna de sus conejitas o con varios de sus invitados. De esta forma contribuyó a crear una leyenda en torno a sí mismo similar al misterio que envuelve al protagonista de la novela.

Gran parte de la fascinación que ejerce El g ran Gatsby en los lectores se debe a su punto de vista, siempre ambiguo, escamoteador de información. Es una historia construida a través del testimonio de testigos. Todo lo que pasa es algo que alguien ha visto y cuenta después. Esa forma de narrar no solo influyó a multitud de novelas posteriores, sino que probablemente también en la personalidad pública de Hefner. “La notoriedad de Gatsby, difundida por los cientos de personas que habían aceptado su hospitalidad, fue creciendo hasta el punto de que faltaba poco para que Jay Gatsby alcanzara la categoría de noticia”, relata su vecino Nick Carraway. ¿Acaso no podrían decir lo mismo muchos de los que, a lo largo de los años, visitaron la mansión Playboy? Como Gatsby, Hefner se convirtió en un personaje legendario y cada testimonio lo retrataba de manera distinta: héroe o villano, símbolo del lujo y el glamour o nuevo rico hortera, defensor de la libertad sexual o explotador de jovencitas ingenuas.

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La gran diferencia entre Hef y Jay Gatsby es que el hombre del eterno batín ha ejercido la poligamia casi toda la vida. Gatsby vive por y para Daisy Buchanan, y Hefner ha sido un adicto al sexo con un apetito insaciable. En eso se parece más al rival de Gatsby, el tosco y mujeriego Tom Buchanan, aunque el magnate asegura haber tenido grandes amores: durante sus años de matrimonio con la playmate Kimberley Conrad, jura que le fue fiel; y en la época en que salía simultáneamente con la conejita Karen Christy y con otra playmate, Barbi Benton, afirma que estaba enamorado de ambas. Sea como fuere, nunca renunció a llenar su mansión de deslumbrantes bellezas (siempre menores de treinta años) y a colmarlas de atenciones y regalos caros. No obligaba a ninguna a acostarse con él, pero todas sabían muy bien para qué estaban allí.

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Nada que objetar al poliamor si Hefner no hubiera jugado con las cartas marcadas: a las conejitas que vivían en su mansión les asignaba una paga semanal para sus gastos y les prohibía buscar otro trabajo fuera. En la práctica, vivían en una jaula de oro. Aunque era progresista en casi todos los aspectos (luchó contra la censura, el racismo, la caza de brujas del senador McCarthy y la guerra del Vietnam, y a favor de legalizar la marihuana), sentía una irreprimible necesidad de controlar a las mujeres, de tratarlas como si fueran de su propiedad. En eso, su mentalidad era tan retrógrada como la de muchos hombres de su generación, y encima su poder para ejercerla era infinitamente mayor. Acabó dejando por el camino un buen número de juguetes rotos, de vidas truncadas por las drogas o la baja autoestima. Algunas acabaron muertas por sobredosis (Anna Nicole Smith, Tiffany Sloan, Bonnie Jo Halpin) o asesinadas (Jasmine Fiore, Star Stowe). En este aspecto es opuesto a Gatsby, que se inmola a sí mismo.

Por su vida amorosa, podemos decir que Hugh Hefner ha sido un Jay Gatsby antirromántico. Muy probablemente, morirá feliz con la existencia que ha tenido. Pero la leyenda negra de las chicas Playboy hace que sobre su biografía sobrevuele el mismo fantasma que sobre la obra de Fitzgerald: esa mentalidad judeo-cristiana que vincula la diversión con el castigo. La máxima del ‘todo lo que sube, baja’. Es como si, al final, el hedonismo tuviera que desembocar siempre, de alguna manera, en turbación, drama o violencia. Que el desenlace tenga que ser NECESARIAMENTE ese es algo que muchos tardaremos una vida entera en averiguar.

Óscar del Pozo