Jordi Costa se despide (temporalmente, no sufráis) de su sección Viñetas robadas con un recorte de El náufrago de A, de Fred. ¿Y?
Viñetas
La Mano Que Aprieta
por Jordi Costa
Crisol de múltiples identidades creativas, la llamada Escuela Bruguera tuvo su mayor seña de identidad en la mirada costumbrista sobre una realidad española que fue pasando de la posguerra al desarrollismo para desembocar en averiada democracia (o en democracia que nació esencialmente averiada): la verba culterano-delirante del, al parecer, agrio Rafael González marcó un tono de cohesión verbal a una diversidad de trazos y modos cómicos que daban tanto cabida a las líneas nítidas e ingenuistas del gran Escobar como al barroquismo de caspa y cosco rrón del infatigable Ibáñez, pasando por la sintética modernidad de Peñarroya o los desvíos pop-delirantes e incluso metalingüísticos de Vázquez. Hubo muchos otros nombres clave (Cifré, Jorge, Jan, Raf, Conti), pero ninguno de ellos rompía por completo, salvo en personajes puntuales, con los códigos que dotaban de lógica a un conjunto que podríamos denominar Universo Bruguera (a mi modesto entender, un lugar imaginario mucho más rico y fascinante que el famoso Universo Marvel). No obstante, en esa escudería había un raro. Un raro muy raro. Un inasimilable: un poeta que iba por libre, a lo suyo, levantando un frágil y delicado cosmos personal con los mimbres de la ensoñación y del goce antijerárquico de la cultura popular. Era Alfons Figueras .
El arte de Figueras lo acredita como pionero de estrategias que podrían inscribirse en el territorio de la postmodernidad o en los códigos de un fenómeno que nos suena tan contemporáneo (aunque no lo sea tanto) como el de la fanfiction. Da la impresión de que a Figueras la realidad le cansaba un poco y prefería refugiarse en los mundos alternativos de la cultura popular, especialmente los encarnados en sus géneros y subgéneros más permeables al desvarío y la impugnación de la lógica terrestre. Su obra parecía levantarse sobre las reminiscencias de los deslumbramientos de infancia: las comedias del cine mudo, los seriales cinematográficos, las películas de terror, las novelas pulp, al arte del clown y esos tebeos de Krazy Kat , que demostraron que la historieta podía ser poesía planificada en página y desmontada en eufónico ingenio verbal lúdicamente anti-académico. El creador de personajes como Topolino, Aspirimo y Colodión y Don Terrible Buñuelos ejerció de niño eterno, dispuesto a jugar con los juguetes desparejos que le había dejado su memoria sentimental, como aquel mocoso que no tiene más remedio que construir una ficción con un madelman buzo y los indios y vaqueros restantes de un juego Comansi barbarizado por el hermano menor.
Recuerdo que, en mi infancia, en los tebeos bruguerianos que leía no siempre había historietas de Figueras: se publicaban (o reeditaban) con cuentagotas, como las rarezas que eran, condenadas a la popularidad discreta pero apasionada de las verdaderas obras de cult o. Así, una nueva entrega de las aventuras de Topolino, lejos de una rutina, adoptaba los perfiles de un auténtico acontecimiento. En el año 2006, editorial Astiberri tuvo el buen gusto de editar el álbum Topolino, el último héro e en tapa dura y lomo de tela, elevando el personaje de Figueras al trono de un éxtasis sinestésico asociado al placer táctil y olfativo de abrir esos álbumes de Tint ín que her edé de un hermano mayor que un buen día dejó de leer tebeos.
Topolino, señor bajito de porte elegante, con sombrero y bigotito, era como uno de esos personajes de comedia silente (Charlot, las diferentes declinaciones de Buster Keaton, Fatty, el Chico al que encarnaba una y otra vez Harold Lloyd) que aprendieron de los primeros personajes de historieta la necesidad de inmortalizarse en forma de iconos capaces de ser descifrados universalmente. Así, Figueras devolvía al medio, enriquecido, algo que los cómicos del mudo habían sacado de él. Rodeaban a Topolino un amigo torpe extirpado de otra serie de Figueras (Colodió), unos gendarmes atolondrados que podrían pertenecer al hábitat de las tempranas comedias de Mack Sennett y unos villanos que eran puro pulp. Uno de ellos, además de pulp era pop: el taimado Dr. Siniestro, con atavío de supervillano primigenio, respondía en ocasiones al diminut ivo de Dr. Sí , convirtiéndose así en inversión verbal de quienes ustedes ya saben (y que acababa de fundar una nueva era para el cine espectáculo seis años antes de que el historietista catalán alumbrase esta serie).
La Viñeta Robada pertenece a la historieta La mano que aprieta , cuyo título es una referencia erudita que quedaba algo lejana al lector de tebeos de finales de los sesenta y principios de los setenta : el tronado serial de la Weiss Serials Production La mano que aprieta o los misterios de Nueva York, creado por Albert Herman en los años treinta . Si se leen ustedes los comentarios de los usuarios en IMDB no les costará encontrar esos típicos discursos que señalan las debilidades de esa forma de arte povera que es el cine de género en su nivel de extremo desamparo de producción: peleas absurdas, interpret aciones desastrosas, decorados de chichinabo… He ahí la radical diferencia entre quien hoy osa denominarse friqui pero ejerce de guardián de las esencias de la normalidad reglamentaria, y la pureza de la mirada de proto-freak de Figueras, capaz de entender que en ese serial abyecto había una puerta abierta al inconsciente agitado del cine. Figue ras jugaba y soñaba con la chatarra cultural y, pese a que sus referentes no eran exactamente los mismos que los que manejábamos los lectores que leíamos sus trabajos, una comunicación subterránea y liberadora -una comunión, de hecho- se establecía más allá de las diferencias generacionales, en el espacio fuera del tiempo de una infancia eterna o eternizada. En cualquier caso, elegida.
En la viñeta, la espeluznante Mano Que Aprieta emerge de una alcantarilla, entra por una ventana, sale por otra y se cierne sobre un perplejo Topolino ante la mirada paralizada de Colodión. Muchos mundos conviven en una sola imagen: la tradición del slapstick, las portadas de revistas pulp, el eco del serial, el trazo brugueriano, la poesía de George Herriman… Más que una viñeta, esto es un Aleph. Figueras fue el guardián protector de un universo alternativo que vivía bajo el asfalto de los personajes cotidianos de Bruguera. Corría el año 1968 cuando nació Topolino, y bajo los adoquines de Bruguera no estaba la playa: estaba el sueño liberador del poeta Figueras.