Viñetas robadas
Caviar de cuello largo

Caviar de cuello largo – O Productora Audiovisual

Por Jordi Costa

De pequeños comíamos caviar. Comíamos tanto caviar que, con el paso de los años, nunca pudimos entender a los cortos de vista que insistían una y otra vez en que eso que habíamos comido (y que seguíamos comiendo) no era caviar. Expliquemos el símil: el caviar nos sirve para representar el Éxtasis y la Belleza. Los que, con el tiempo, se empeñaban en decirnos que nuestra idea del caviar no era La Idea del Caviar son esos pelmazos empeñados en establecer líneas divisorias y zonas de demarcación. En suma, aquellos empeñados en decirnos que sí, hay Éxtasis y Belleza, pero que aquello que nosotros reconocíamos como tales eran, en realidad, extasicetes y bellecitas: los tozudos jerarquizadores del gusto, para quienes existe una Cultura con mayúsculas y otra en minúsculas, que es la popular. En otras palabras, los que desautorizaron a la pobre Ane Wizemsky cuando, en su Un año ajetreado, osó revelar esa herejía: que Jean-Luc Godard se lo pasaba pipa viendo comedias de Louis de Funès, idea posiblemente tan inasumible como el hecho de que Ingmar Bergman encontrara en el Road to Morocco de Bob Hope y Bing Crosby una imagen perfecta para autocriticar su propia Cara a cara… al desnudo o la pintoresca circunstancia de que alguien tan esquivo e inaccesible como Terrence Malick cuente Zoolander entre sus películas favoritas. He aquí, pues, a un modelo de persona para la que resulta perfectamente lógico poner mirada intensa ante una obra de Opisso en el Museo Ídem del Hotel Astoria, pero que no se acercaría ni con un palo a una página del mismo Opisso impresa en el basto papel del TBO. El artista era el mismo. En el Astoria y en el TBO. La Belleza y el Éxtasis, también.

A los niños de los setenta, quien nos metió en la cabeza eso de la política de autores fue, precisamente, el TBO, que a veces dedicaba algunos especiales monográficos a destacados autores de la casa. Así aprendimos que existía un señor llamado Coll, que dibujaba con línea precisa y elástica, y que el gran poeta de la torpeza achaparrada de clase media alta o burguesía baja era el gran Benejam. Y también que un tal Opisso (apellido que nos sonaba raro y muy exótico) alcanzaba la excelencia en la abigarrada estampa barcelonesa híperpoblada de reconocibles tipos humanos… propios de una fotografía del álbum familiar de nuestros abuelos.

No sería hasta más tarde que una ilustración a página entera de Opisso nos inspiraría posibles vínculos con el imaginario de Jacques Tati. Opisso había sido miembro del Quatre Gats, estuvo empleado en el taller de Gaudí y había vivido un pasado que no conocíamos como irreverente caricaturista político y sensualista de la pierna con liguero y el erotismo de fiesta republicana de carnaval o cortejo en auto de choque. Para nosotros, Opisso era más un extraño cronista realista de una Barcelona del pasado que un humorista, pero hubo una página de historieta que se desmarcó tanto de su línea habitual como de las estéticas dominantes de la revista: Ventajas de tener el cuello largo, que posiblemente el dibujante imaginó mucho antes de que existieran Plastic Man y Reed Richards.

De la página Ventajas de tener el cuello largo conozco al menos dos versiones o variantes: la primera (creo que es la más antigua) consta de quince viñetas, de las cuales la aquí seleccionada es la cuarta; y la segunda, de veinte viñetas, de las cuales una variante de la aquí seleccionada es la séptima. Opisso crea en ella a un personaje con cuello de jirafa perfectamente aclimatado y funcional en una realidad que bien podría ser la de la Barcelona de los años veinte. Sin continuidad narrativa, las diversas viñetas muestran actividades que podrían disfrutarse con mayor intensidad si uno dispusiera de esa aparentemente monstruosa condición anatómica: encender un cigarrillo en una farola, hacer pie en el fondo (muy fondo) marino con la cabeza sobre la superficie del agua, contemplar un espectáculo teatral sin que te tape ningún espectador de las filas de delante, comer fruta directamente del árbol, guarecer la cabeza bajo la gabardina en plena tormenta, mantener conversaciones de cercanía de balcón a balcón, leer periódicos ajenos, tomar el fresco al volante de un descapotable, servir de palo de vela en una embarcación de ocio… O, como vemos en la Viñeta Robada de hoy, ejercitar la picaresca sisándole refresco de la pajita al vecino de terraza cafetera. Éxtasis, Belleza, Caviar y dos cosas insólitas: Picaresca Catalana e Imaginario Delirante en el casi siempre mucho más terrenal código ético y estético del TBO.