Jordi Costa se despide (temporalmente, no sufráis) de su sección Viñetas robadas con un recorte de El náufrago de A, de Fred. ¿Y?
Un hombre llega en barco a China y, tan pronto desciende a puerto, es arrestado por unos lugareños que lo toman por espía y lo encierran en una celda tan lóbrega como amplia. Una celda de techos altísimos, con una única ventana situada cerca de una de sus esquinas. Sin duda, hay algo inconfundiblemente kafkiano en la situación. En cuanto el atribulado preso descubre la presencia de la ventana, su cuello se alarga en dirección al sol, en perturbadora correspondencia con el título de la historieta, que parecía anticipar algo bastante más candoroso: Hacia el sol, como las plantas. Y, en efecto, como tallo vegetal con lujuria de fotosíntesis, el cuello del hombre se alarga y se alarga en dirección al marco de esa abertura que los carceleros, dada la altura de su ubicación, han decidido –con el criterio de quien no otorga carta de naturaleza a lo prodigioso o a lo onírico– dejar completamente exenta de enrejado. Llegado ahí, el sinuoso cuello se abre paso por la abertura y el protagonista hace una constatación que uno encontraría más en su lugar en un manga de horror de Junji Ito o de Suehiro Maruo que ahí, en este territorio –luego revelaré exactamente cuál– tan poco afín a la imagen perturbadora: “El cuerpo no puede salir, pero el cuello se me adelgaza, se me adelgaza…”. Y en efecto, se adelgaza tanto que parece evocar a esa hechicera Yokai del folklore japonés, cuyo cuello de serpiente podía enroscarse como lúbrica bufanda alrededor de cualquier desventurado. Y llega un momento climático, servido mediante una imagen que sube la apuesta: la cabeza se desgaja del cuello y parte volando, sirviéndose de unas dumbescas orejas recién crecidas como instrumento de propulsión. Y acto seguido viene la Viñeta Robada de esta semana, donde la pesadilla kafkiana se transmuta en un puro destello mágico propio de la imaginación de, pongamos, un Bruno Schulz.
Viñetas robadas
Cabeza Voladora
Por Jordi Costa
Sí, el trazo es inconfundible. Es un Benejam y esto salió en las páginas del TBO. Un Benejam que, si atendemos a los recuerdos que desgranó Rosa Segura en Ediciones TBO ¿Dígame? Memorias secretas de una secretaria, era “una persona sumamente modesta y comunicativa”, pero, al parecer, con un inconsciente tumultuoso y muy rico que aquí, en esta historia, salió a bocajarro, como un escape de delirio tras tanta observación costumbrista (La familia Ulises, Melitón Pérez) y tanta bienhumorada chapuza colonial (Eustaquio Morcillón y Babalí). Hacia el sol, como las plantas parece la respuesta barcelonesa a esa tradición que abrió Winsor McCay en los albores del medio con sus Pesadillas de cenas indigestas y, sobre todo, con su inmortal Little Nemo in Slumberland. En la última tira de viñetas, la Cabeza Voladora llega a casa y, ahí, el protagonista despierta de su sueño porque su criada le reclama para la cena. “¡¡Oh, qué sueño más raro!!”, remata el personaje. Tan raro que un servidor sospecha que Benejam no lo imaginó, sino que lo tuvo, lo soñó. Y, si esto fue así, poner en plancha toda esa peripecia onírica no fue sino un intento del pulcro autor de autopsicoanalizarse, de descifrar las raíces de esa angustia que cristaliza en pesadilla que, a la vez, se disuelve en sueño liberador y triunfal.
Un servidor no tiene ni el Primero de Psicoanálisis, pero la lectura más obvia del asunto pasaría por considerar todo esto como el sueño a medida de alguien que, en suma, se siente enclaustrado, de alguien que, como una heroína Disney de los tiempos de las baladas de Alan Menken y Tim Rice, desearía estar en otro lado, en un mundo ideal, en un territorio libre. ¿Por quién se sentía atrapado Benejam? ¿Dónde se sentía atrapado? ¿En la España de posguerra? ¿En la Barcelona del Eixample? ¿En la propia mecánica industrial del TBO? ¿En el registro demasiado cotidiano y costumbrista de sus personajes más célebres? Que perviva el misterio como pervivirá esta Viñeta Única dentro de esta página también única, anómala, disfuncional y, por cierto, bellísima. Hasta ahora no había caído en que esta página del TBO podría gustarle al mismísimo David Lynch.