El GIF es el fin del planteamiento-nudo-desenlace. Por eso a Joan Pons ya no le interesa saber cómo acaban las cosas: solo imantarse con el principio.
Ali
Mitgutsch/
Imitation
of life.
Todo pasa al mismo tiempo
por Joan Pons
Sea por ir largo de dioptrías y corto de entendederas (o por la lentitud de conexión entre ambas cosas), me ha costado tiempo descubrir que es lo que me fascina tanto de los libros infantiles ilustrados por el alemán hippioso Ali Mitgutsch a finales de los sesenta, principios de los setenta (un tipo al que, en su área natural de influencia o fuera de ella, admiro y amo tanto como a Maurice Sendak, Oski, Edward Gorey y Quentin Blake)
Al principio, atribuí su atractivo a su grandioso, en todos los sentidos, formateo: tapadura a 41 x 61 cm., una sola ilustración en cada doble página (todas ellas de cartoné) y ni una sola palabra escrita más allá del título en la mayoría de los volúmenes. Sí, son libros que ya resultan hermosos simplemente sosteniéndolos.
Luego creí que el secreto de estas escenas cotidianas (aunque también hizo libros sobre, por ejemplo, piratas, los ejemplares dedicados al slice of life en gran plano general son más) radicaba en el peculiar sentido de la perspectiva de cada ilustración: es un falso enfoque cenital que violenta las proporciones y el punto de fuga achatando tanto el paisaje como la multitud de figuras que aparecen en él. Esta escala imposible, de alguna manera, también irradia un orden armónico.
Al final, por eso, he llegado a la conclusión de que el je ne sais quoi de estos picture books está en la curiosa interacción con ellos. Es imposible trazar una flecha del tiempo o esbozar una narración según lógica causa-efecto entre todas las escenas que tienen lugar en la secuencia de cada doble página porque… todas las acciones pasan a la vez.
Los libros de Mitgutsch son y no son a la vez un precedente de ¿Dónde está Wally? (de hecho, su estilo de ilustración y su concepto de publicación ha sido millones de veces imitado). Aquí no hay solo una aglomeración de figuras que invitan únicamente a escudriñar entre la muchedumbre, aunque algunas ediciones incorporaron a posteriori esta posibilidad de ocio infantil. Aquí hay un sentido de la simultaneidad en el que cada microacción dibujada tiende a lo autoconclusivo (o convida a pensar en su antes y su después de manera aislada). Lo cual, casi hermana estas ilustraciones tan a priori inocentes con Especies de espacios de Georges Perec y, más concretamente, con La calle, su tentativa de descripción minuciosa y fragmentaria de un escenario cotidiano a sabiendas de que intentar atrapar el presente siempre será inexacto y escurridizo. Revelar ese imposible es, por sí mismo, un gesto bellísimo.
No pretendo, ahora, establecer un ping-pong de prestigio entre Ali Mitgutsch y el OuLiPo. Para eso, me hubiera remontado a El Bosco o Pieter Brueghel el Viejo y listos. O, ya puestos, llevaría ya varías líneas hablando sobre cómo caen los rayos de sol sobre un membrillo. Pero la obra de Mitgutsch tenía una vocación lúdico-popular que encaja mal las coartadas intelectuales y las revisiones arties. Su poder cautivador era experimentado por todo tipo de pupilas que, de manera más superficial o más profunda, apreciaban el hechizo de la sincronización entre un conjunto de escenas mínimas.
Por eso, el tú a tú más apropiado es el que espejea sus ilustraciones con el videoclip de Imitation of Life de Garth Jennings para R.E.M. Es otro gran ejemplo pop de fragmentos de realidad al unísono. Incluso los zooms subidos de grano de esta anatomía de un instante se diría que son la réplica exacta de nuestro comportamiento ocular cuando abrimos una de esas dobles páginas en las que Ali Mitgutsch imitaba la vida.