Solo hay un lugar donde no importa cuán estrambótica sea la profesión ni los antecedentes politoxicómanos, donde puede entrar gente de todo tamaño, raza y condición, donde se premia el sentido del espectáculo y se capitaliza la fama hasta tal punto que los humanos hablan de ellos mismos en tercera persona. Ese lugar no es América. Ese sitio no es Gran Hermano VIP. Ese paraíso es, en realidad, la carrera electoral para ser Gobernador de California.
Durante la campaña de 2003, Arnold Schwarzenegger era casi el candidato más cabal. Conocido por un perímetro torácico casi más grande que el estado que quería gobernar (154 centímetros) y reconocido según el Libro de Record Guiness como “El hombre más perfectamente desarrollado en la historia del mundo”, debatió y optó al puesto contra, por ejemplo, (una ironía, ya que el diminuto actor afroamericano se había hecho de lo más conocido en países como España gracias a una serie titulada, precisamente, Arnold). También concurrían otros lumbreras como Larry Flint (magnate de la prensa erótica, paralítico tras sobrevivir a un intento de asesinato y diagnosticado como bipolar), Mary Carey (una actriz porno cuyo lema era “Los californianos las prefieren rubias” y que prometía sus servicios a cambio de votos) o (un cómico conocido principalmente por destrozar sandías y melones en el escenario).
Swarzie salió victorioso de esa contienda de semidioses griegos. Lo hizo, entre otras cosas, gracias a la frase que cerraba el anterior capítulo de Un millón de grados de separación. Finalizaba sus mítines con el legendario “I’ll be back”, de modo que finalmente no solo logró ser gobernador, sino que pasó a ser conocido como Governator, síntesis de gobernador y Terminator (Un pequeño inciso: el también ciclado candidato a las elecciones catalanas por Junts pel sí, Raül Romeva, debutó en el mundo de la narrativa con la novela Sayonara Sushi, probablemente un guiño a Terminator que pocos supieron ver).
La carrera política de Arnold había empezado mucho antes. Recordemos que ya presenció en España el golpe de estado de Tejero, nuestro terminator patrio con tricornio, pero su verdadero ídolo era otro: Ronald Reagan. También gobernador de California en su día, sin duda un actor con la amplia paleta de registros faciales del propio Arnold, ganó las elecciones a presidente de los Estados Unidos en 1980, el mismo año que Swarzenegger se hizo con la nacionalidad estadounidense y en que participó, primero haciendo llamadas y repartiendo flyers y luego recaudando fondos para el Partido Republicano, ya en las elecciones de aquel año.
Pese a que Ronald Reagan no es conocido por épicos papeles en el cine de acción, sí ha pasado a la historia gracias a frases dignas de aparecer en películas de James Cameron: “Si no quieren ver la luz, les haremos sentir el calor”. De hecho, Reagan se hizo con un lugar en la historia partiendo de un lugar poco prominente. Recuerden que en la saga Regreso al futuro, el doctor Emmet Brown, ante el dato aportado por Mcfly sobre quién ocupará la Casa Blanca años después, contesta: “¿Ronald Reagan? ¿Y entonces quién será el vicepresidente? ¿Jerry Lewis?”. Sin embargo, ese actor acomplejado acabaría bautizando al avión que usó en la campaña de 1980 con el nombre Libre Empresa II. Ni en Con Air se habrían atrevido a algo así.
Arnold ha manifestado en más de una ocasión que desde que ocupó el cargo de gobernador siempre se había hecho una pregunta cuando se enfrentaba al problema. Si Billy Wilder tenía un papel en su despacho donde se leía “¿Cómo lo haría Lubbitsch?”, él tenía otro con la leyenda: “¿Qué habría hecho Ronald Reagan?”.
Héroe entre héroes del capitalismo farlopero de Wall Street, Reagan casi vivió en apenas dos grados de separación la peor pesadilla hippy. Tocó a alguien muy cercano a Charles Manson, aunque quien lo tocó de verdad fue su hija: Patti Reagan.