Joan Tarrés, la Cosa del Clot, la Masa de Barcelona, el Hulk Hogan del Paral.lel, llegó a librar unos 1.200 combates, a razón de tres por semana. En los rings de lucha de los teatros del Paralelo, donde se lo presentaba como el Campeón de Europa, empleó una y otra vez un arma secreta no por bruta exenta de lirismo y de método. Decía que la clave de su éxito radicaba en propinar un cabezazo frontal, rápido y seco que tuviera en el rival el efecto de una piedra que cae en el medio de un estanque y se expande en ondas concéntricas. Como a todo superhéroe, le costó controlar su poder.
Al principio daba el cabezazo nada más empezar: el contrincante quedaba semi-inconsciente en la lona y el público gritaba tongo. Con el tiempo, sus managers le aconsejaron que dejara pasar un buen rato antes de emplear su arma mortífera. Así se ganó la gloria y también 150 fracturas, un bulto perenne y una cicatriz que remontaba toda su (despejada) frente. Así pasó a la historia de los bares del Paralelo, como una leyenda que se transmite solo delante de trifásicos y cañas en bares como el Retiro o el Rincón del Artista, el injustamente amnesiado y sin embargo esplendorosamente legendario Tarrés Cabeza de Hierro.
Hay quien dice que el boxeo es un baile (la lucha libre sería el swing). Y quien afirma que no hay mejor baile que el del hombre que sufre un tiroteo. Es el Paral.lel la artería del baile en Barcelona, el lugar donde coincidían las clases acomodadas con las populares para demostrar que todos somos iguales cuando bailamos. , cantaba Chelito, la cupletista, en las mismas salas que presenciaron los testarazos de hierro, donde se bailaba más que se hablaba.
En la película Johnny Guitar, su personaje más bailarín, ese que incluso cuando no quiere bailar se ve en danza, recibe un consejo: “Dedícate a bailar, Dancing Kid, vivirás más años”. No siempre. Los concursos de baile, especialmente exitosos en épocas de posguerra o depresión económica, podían tener resultados fatales.