Jordi Costa se despide (temporalmente, no sufráis) de su sección Viñetas robadas con un recorte de El náufrago de A, de Fred. ¿Y?
por Jordi Costa
Solemos asociar el recurso de la splash-page –esa viñeta que saca pecho hasta alzarse a página entera- con el comic-book de súper-héroes, donde cumple la función de marcar la ampulosa entrada en escena de algún villano pomposo o de congelar en un instante de potencialidad escultórica el fragor de un combate entre supra-humanos. La splash-page que centra esta entrega de la sección Viñetas Robadas pertenece a una familia completamente distinta: es una splash-page al servicio de una epifanía personal, un momento de suspensión asociada a un delirio de desbordada espiritualidad, un instante extático enmarcado por una cenefa de celuloide, pero ambientado en el espacio caótico y discordante de un manicomio.
La imagen pertenece al álbum El bulevar de los sueños rotos de los hermanos Kim y Simon Deitch, publicado por La Cúpula en 2007. Los Deitch son hijos de Gene Deitch, un animador que se formó en la UPA, creó algunos personajes sumamente icónicos –como Tom Terrific y el elefante Sydney- y que, a partir de los 60, se trasladó a Checoslovaquia por amor, desde donde se encargaría de una de las muchas resurrecciones de los míticos Tom y Jerry, que los guardianes de las esencias consideraron la peor etapa del dúo y algunos sibaritas amantes de la síntesis gráfica supieron apreciar en su justa medida.
Con un estilo deliberadamente naí f y un gusto por el sombreado que evoca el juego de luces y sombras de un viejo grabado, Kim Deitch ha consagrado su obra como historietista a proponer una suerte de historia secreta y onírica de Hollywood: en El bulevar de los sueños rotos, él y su hermano se alían para proponer una ucronía del esplendor y caída del dibujo animado americano. En la imagen, Windsor Newton, trasunto de Windsor McCay, pionero de la animación comprometido con el carácter redentor del medio y azote de sus derivas mercantilistas, cuenta su sueño utópico al atormentado animador Ted Mishkin y al muy sufrido amor de su vida. En la bobina de celuloide que rodea la imagen, el gato Waldo –una suerte de gato Félix maléfico, demonio personal de Mishkin- construye su particular Arcadia. En el libro se resume, a lo loco, la historia de la animación americana, desde los primeros espectáculos de vodevil con Gertie, la dinosauria –aquí, Milton, el mastodonte- hasta la climática fundación de Disney Land –el triunfo del comercio sobre el arte-. Esta imponente viñeta atrapa, pues, un momento de frágil belleza: la manifestación de una posibilidad liberadora en un entorno de locura y delirio que anticipa el destino fatal de los mejores sueños.