La postmodernidad

La postmodernidad – O Productora Audiovisual

En su extraordinaria Historia alternativa del siglo XX, el británico John Highs recurre al videojuego de Super Mario Bros., creado en 1985 por Shigeru Miyamoto para Nintendo, con el propósito de explicar, de manera cristalina y didáctica, qué demonios es eso que llamamos postmodernidad: “En Super Mario Bros., el jugador controla a un fontanero italiano y bigotudo que se llama Mario. El trabajo de Mario es atravesar el Reino Champiñón para rescatar a la Princesa Peach, que ha sido secuestrada por Bowser, el monstruoso rey de los koopas, unos seres con aspecto de tortuga. Hay que decir que nada de esto tiene sentido. Super Mario Bros. es una combinación de elementos que no encajan en ningún sistema de categorías que no sea la lógica del propio juego”. Algo más adelante en su argumentación, define el postmodernismo como un conjunto de formas que no guardan relación alguna y que se juntan con la esperanza de que funcionen cada una a su manera”. Y añade: Otro rasgo del posmodernismo que tiene relación con esto es lo que los teóricos llaman jouissance, un término que significa “goce”, y que se refiere al “placer del juego”, pero también tiene una carga transgresora y sexual. El arte postmoderno no se avergüenza de juntar un montón de elementos dispares y desconectados, sino que disfruta al hacerlo”. Avanzado el capítulo, Higgs acaba lamentándose, con razón, de que algo que, de partida, era tan divertido haya acabado atrapado en la cárcel de una jerga académica progresivamente abstrusa que, en el fondo, ha ido drenando todo el placer de la estrategia y le ha granjeado a la postmodernidad tanta mala fama entre los profanos.

Habría otras maneras de ilustrar todo esto, por supuesto, sin caer en el engolamiento. Quizá cuando el conde de Lautréamont soñó con el encuentro de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección no estaba profetizando el surrealismo, sino la postmodernidad (que, en el fondo, no deja de ser una suma caprichosa no regida tanto por el inconsciente como por el imperativo lúdico). Precisamente, la escena que abría la extraordinaria Toy Story 3 planteaba la posibilidad de que todos nuestros juegos infantiles han sido, desde siempre, pura postmodernidad. Tener que apañar una aventura imaginaria con unos cuantos indios de Comansi, un Big Jim, una hucha cerdito y un platillo volante es un gesto postmoderno que ningún retorcimiento académico debería pervertir.

Esta viñeta, por ejemplo, podría cumplir la función de erigirse en sintética definición de la postmodernidad. La dibujaron Montanari & Grassani en el número 12 del fumetto Dylan Dog, guionizado por el inmenso Tiziano Sclavi y publicado en el mercado italiano en septiembre de 1987. La edición española más reciente de esa entrega en las aventuras de Dylan Dog está incluida en el tercer volumen de la serie Dylan Dog de Tiziano Sclavi, publicado por Aleta/Dolmen en septiembre de 2009. La aventura en cuestión se titula ¡Killer! y vendría a ser una revisión del mito del Golem cruzada con el Terminator de James Cameron. Conviene mencionar algo sobre la serie antes de centrarnos en las particularidades (muy postmodernas) de esta historia en concreto. Sclavi creó a su investigador de lo sobrenatural en 1986 y le propuso al primer dibujante, Claudio Villa, que esculpiera el físico del personaje a imagen y semejanza del actor Rupert Everett, a quien el guionista apreciaba especialmente por su papel en Otro país de Marek Kanievska. Cuando, algunos años más tarde, Michele Soavi realizó una película inspirada en el personaje, Dellamorte Dellamore, la ficción intervino benéficamente en la realidad y el actor escogido para darle vida fue… ¡¡Rupert Everett!! Por cierto, Dylan Dog se llamó Dylan por su tocayo, el poeta (Dylan) Thomas que se embriagaba de vida bajo el bosque lácteo.

Por Jordi Costa

Tengo amigos bastante encallecidos en cuestiones de goce postmoderno, pero algunos de ellos no pueden con uno de los caprichos que Sclavi decidió incorporar a la serie: el Dr. Watson particular de Dylan Dog no es otro que… Groucho Marx. No un señor que se parece a Groucho Marx, sino el mismísimo Groucho, con su bigote pintado, sus puros, sus cejas, la misma indumentaria que lucía en las comedias de la Metro y el mismo ingenio verbal. Yo siempre he tenido problemas con la gente que, en una fiesta de disfraces, escoge los de Groucho Marx o Charlot, pero no puedo evitar sentir simpatía ante el desparpajo y la insolencia de Sclavi. Tener en una historieta de terror a un contrapunto cómico que luce, viste y habla como Groucho Marx es, en el fondo, tan poco cool y tan inapropiado que no es que mole… es que cruza al otro lado del espejo del molar para trascender en la forma más pura e irrebatible de arbitrariedad.

En ¡Killer!, el Golem no solo es el Terminator que encarnó Arnold Schwarzenegger, sino que el personaje que alerta a Dylan y a Groucho de lo que está pasando es un rabino… ¡interpretado por Woody Allen! En los tiempos muertos de la historieta, Woody y Groucho se baten en duelos de ingenio, se dan la réplica con refranes y frases hechas y se sumergen felizmente en desconcertantes diálogos para besugos, toda una estrategia de distanciamiento que muda en agresiva cortada de rollo para aquel lector pelmazo que confiaba en tomarse una historieta de terror realmente en serio. En realidad, Groucho y Woody no son dos factores tan aparentemente alejados entre sí como podrían estarlo, pongamos por caso, un fontanero italiano y un ejército de quelonios: recuerdo con mucho placer la conversación que ambos mantenían en el libro ¡Hola y adiós! de Charlotte Chandler, donde maestro y discípulo departían sin demasiada piedad sobre la historia de la comedia americana. No obstante, el encuentro de ficción entre Woody y Groucho, encarnando, respectivamente, a un rabino perseguido por un cíborg y a un ayudante de detective sobrenatural en horas muertas lleva ¡Killer! al Olimpo de una Postmodernidad sembrada en la más radical lejanía del paralizador ámbito académico.

¿Quieren una nueva definición de la postmodernidad? Pues aquí se la proporciona la Viñeta Robada de hoy: el encuentro de Groucho Marx y Woody Allen en los intersticios de un tebeo italiano de terror donde el Golem se funde con Terminator ante la mirada de Rupert Everett. Y, recuerden, esto no sale de ninguna obra con vocación cool: es un tebeo de batalla, un supuesto subproducto que sabe bastante mejor que usted y yo qué es eso del placer.