El año 1968 tenía una inclinación a la épica que muy pocas veces se ha repetido. De hecho, en los Juegos Olímpicos de México las gestas iban más allá de lo deportivo. Decíamos ayer que, en aquella edición, un tal Dick Fosbury fue el primer saltador de altura que alcanzó la gloria saltando de espaldas. Pero ni siquiera así pasó a la historia como sí lo harían otros dos atletas que vivían esos días en la Villa Olímpica… hasta que los echaron.
16 de octubre de 1968. . El fotógrafo John Dominis limpia el objetivo sin saber aún que una de sus imágenes hará historia. Los dos atletas estadounidenses que se ponen en cuclillas en la línea de salida quizá sí tienen una vaga intuición: Tommie Smith acabará primero y John Carlos, en tercera posición. La pompa olímpica pondrá un podio a sus pies, que subirán peldaño a peldaño sin zapatillas deportivas. Irán descalzos, con unos simples calcetines de color negro. Además, Smith llevará una bufanda de ese mismo color y Carlos, la chaqueta del chándal abierta en solidaridad con los asalariados más pobres que trabajan en cadenas de montaje o en la construcción. Ambos, y en esto coincidirá el blanquito australiano que quedó segundo y comparte honor y lucha con ellos, llevarán prendidas en la pechera chapas del Olympic Project for Human Rights. Pero los cincuenta mil asistentes al estadio olímpico solo enmudecerán cuando, tras recibir las medallas, los dos estadounidenses escuchen el himno con la mirada abandonada en el suelo y el puño en alto. Un puño, además, enguantado. Con un guante de color negro, símbolo de los Panteras Negras, movimiento contra la opresión racial en unos Estados Unidos convertidos en una olla express.
Ahora la gesta es universalmente aplaudida. Pero aquel día los insultaron, les gritaron, les escupieron. El mismo Comité Olímpico que no puso objeción alguna a los saludos nazis de los Juegos de Berlín del treinta y seis, decidió humillar a los dos atletas afroamericanos expulsándolos de la Villa Olímpica y de los Juegos. Cuando volvieron a casa, la revista Time, que ahora les dedica nostálgicos reportajes, se mofó de ellos: “Angrier, Nastier, Uglier” fue el titular.
Lo verdaderamente bonito, más allá del gesto, reside como siempre en la anécdota casi invisible. Si se fijan bien en la fotografía de John Dominis que pasaría a la historia, Smith levanta el puño derecho y Carlos, el izquierdo. No eran sus opciones políticas ni sus líneas ideológicas. Simplemente, John Carlos, ese niño que había perseguido a Malcolm X por las calles de su barrio cuando era un adolescente, había olvidado los guantes, así que le pidió prestado el suyo al campeón. También en eso eran hermanos.
John Carlos, la medalla de bronce más brillante de la historia de los juegos, pasó a la historia del movimiento black power, a pesar de que su padre era cubano. A finales de los años sesenta las pandillas juveniles negras y las latinas aún se llevaban como el perro y el gato y se enfrentaban entre ellas sin pararse un momento y pensar en quién los sometía en realidad.