Todo mundo tiene un submundo y el mundo de la magia Disney no es una excepción. Hasta dos quilómetros de túneles subterráneos recorren el parque temático de Orlando. Es allí, en teoría, por donde las criaturas Disney circulan o descansan lejos de los ojos de los niños. El caso es que allí suceden más cosas. Tyler Grey entrevistó a Plutos con mucha solera, a Campanillas exstrippers y a Donalds de lo más profesional para explicar qué sucede en esas grutas en su libro Wild Kingdom. Y lo que sucede allí abajo es bastante diferente al ideal infantiloide que se quiere atrapar allá arriba. Los trabajadores se dedican allí a celebrar orgías (imaginen una gresca sexual entre el Capitán Garfio, Blancanieves y Goofy) y a beber hasta desmayarse, para grabar luego cortometrajes de alto voltaje sexual.
Algo parecido sucede en el complejo donde se suelen alojar los trabajadores más precarios: Vista Way, donde, por así decirlo, se emborrachan y se drogan hasta el infinito (y más allá). Existe también, explica Grey, un círculo secreto llamado Club 33 que exige una cuota anual de quince mil dólares y al que se accede por la puerta de la atracción de Piratas del Caribe: allí se fuma, se bebe, se hace todo aquello que se hace en los clubes.
En contadas ocasiones, ese mundo sumergido sale a la superficie. Eso sucedió a finales de los sesenta cuando los yippies (facción teatral y divertidísima de los hippies) decidieron boicotear el complejo por la colaboración de Disney con la Guerra de Vietnam y por el código ético y estético que proponía. Repartieron quinientos flyers, organizaron un desayuno cocinado por los Panteras Negras, brindaron cursos de subversión en el bote del Capitán Garfio y liberaron oficialmente la Isla Tom Sawyer, donde fumaron como locomotoras y proclamaron el amor gratuito. El parque, por primera y última vez en sus historia, se vio obligado a cerrar cinco horas antes. Esa idea está, en esencia, en la primera novela de quien esto escribe: Hilo musical, solo que ambientada en un parque surgido en la euforia farlopera del ladrillazo del litoral español.
Todo este reverso oscuro del mundo de la luz quedó plasmado meses después de la muerte del capo de Disney. Un cuadro maravilloso, mucho más elocuente que cientos de artículos de denuncia sobre las inclinaciones fascistoides de Tito Walt o sobre la precariedad laboral de los trabajadores. En 1967, la revista The Realist publicó un cuadro de Wally Wood que parecía una versión moderna y dos rombos de El jardín de las delicias: el bukake de los siete enanitos a Blancanieves, la rígida nariz de un Pinocho que observa a Campanilla haciendo un striptease, Mickey Mouse picándose heroína mientras Goofy se beneficia a Minnie…