Cuando la furia teutona decidió tomar el Este del Viejo Continente, algún alto mando del Ejército Rojo tuvo la gran idea. Una idea genial. Una de esas ideas tan buenas que cabría decirle a quien la tuvo: “échate unas horitas y cuando despiertes piensa si realmente es una idea tan fantástica”.
Los rusos tramaron durante la Segunda Guerra Mundial la gran ocurrencia que debía detener a los nazis. Contrataron a una compañía circense para que amaestrase a un Ejército de Superperros. La idea parecía infalible: ataron bombas a sus lomos y colocaron comida bajo los depósitos de gasolina de sus tanques, para que los perros, llevados por su olfato insobornable y por un impulso pavloviano, aprendieran a ir hacia los tanques para inmolarse como yihadistas caninos.
Esos perros debían ser tan bravos como el can que servía de consuelo al escritor John Fante en el capítulo anterior, pero pocos contaban con que hicieran honor al nombre de aquella mascota (llamada Idiota, ¿recuerdan?).
Cuando llegó el momento clave, cuando esas tropas fascistas vestidas por Hugo Boss avanzaban, los rusos se encomendaban al olfato estratega de alguno de sus ocurrentes generales. Soltaron a sus perros y aguardaron el milagro. Los perros soldado no dudaron en correr hacia las filas enemigas. Oh, allá van, correteando como Pancho y como Lassie, los salvadores de la Madre Patria, a encontrarse con su alto destino… un momento: ¿qué hacen? ¿por qué están volviendo sobre sus pasos? No, no, no: ¿se puede saber por qué se acercan a las tropas rusas? Un momento, a ver…
Los perros rusos estaban educados para encontrar la comida escondida en los tanques en reposo de su propio ejército. Así que cuando asistieron al avance de los enormes pánzer alemanes, cuando vieron esas moles en movimiento tan diferentes a los tanques estáticos rusos, cuando pudieron olerlos (ese olor tan diferente al que conocían), decidieron repetir las maniobras que siempre habían hecho. Así que regresaron a la casilla de salida, buscaron los tanques rusos, tan familiares, y detonaron las bombas sobre los automóviles de su propio ejército.
Esta historia puede sonar falsa, pero es cierta. Puede sonar absurda, pero más absurda es la guerra. Cabe señalar un par de ironías más. Porque esos perros rusos llamados a la gloria de aniquilar a los nazis pero que acabaron matando a centenares de los suyos eran pastores alemanes (sí, alemanes). Y una, si cabe, aún mayor: el Ejército ruso no desistió y amaestró a una división canina de su ejército hasta el año 1996. ¿Quién es, ahora, el idiota?
No todos los pastores alemanes son tan tontos (o tan listos, tan heroicos en su antibelicismo e insumisión a la cadena de mando rusa). Unos lustros después, a un perro de esa raza se le preparó un rol inesperado: ser una gran estrella de la música, un miembro más de la banda Pink Floyd. Su guitarrista David Gilmour recibió un buen día la llamada de su amigo Steve Marriott, héroe mod de los Small Faces que seguramente tenía una primera cita o una visita al médico, y le pidió si podía cuidar de su perro unas horas. El canguro canino estaba tocando la guitarra en una de sus progresiones de acordes de más duración que un partido de fútbol cuando de reojo vio cómo la mascota de su amigo le hacía coros al ritmo de su música. No se sabe si fue el ácido o la audacia lo que le condujo a la idea de proponer a ese pastor alemán, que además de a la música respondía por el nombre de Seamus, como nuevo miembro de su banda.