Y, sin embargo, el amor a menudo se pesca en las aguas picadas de las antípodas. Y quien mordió el anzuelo de Childish fue uno de los más enormes pescados. Algo así como el Moby Dick de todo aquello que él odia en el arte. No Damien Hirst, ese multimillonario que expuso un tiburón en una pecera y luego se esforzó en encontrar el título más pedante de la historia occidental: . No, Childish se enamoró de Tracey Emin. Y la novia de este artista de Kent tiene más talento que Hirst, si bien representa ese arte conceptual que los postulados de arte figurativo de Childish desdeñan.
Tracey Emin padece resacas como el resto de los mortales. Solo que mientras algunos las curamos con pizza, Enantyum y maratones de películas de catástrofes naturales, ella les saca mucho más partido. Un buen día de 1999 se levantó de la cama y lo que vio no era agradable: un lecho desordenadísimo, tests de embarazo, bombachos con restos de sangre menstrual, condones abiertos, botellas de vodka y pitillos descabezados. Ese bodegón a la Santa Resaca, pensó, tenía algo de poético. Tituló esa instalación My Bed y quedó finalista de los Premios Turner. Esa cama resacosa, que todos hemos visto en alguna ocasión, está valorada ahora en un millón y medio de euros.
Emin empezó pintando cuadros a la manera de Munch y Schiele, pero luego los quemó todos. Regentaba una tienda donde vendía ceniceros con la cara de Damien Hirst y mantenía un discurso rebelde. Llegado el momento, eso sí, decidió vender sus obras a Charles Saatchi, un hombre de origen iraní que tenía en su CV haber diseñado los carteles de una de las campañas electorales de Margaret Thatcher. Él, principal impulsor de los llamados Young British Artists, le compró por ejemplo la instalación Everyone I Have Ever Slept With 1963-1995, una tienda de campaña en cuyas lonas colgó los nombres de toda la gente que había compartido lecho con ella (el más grande y centrado, el propio Childish).
En una de las discusiones conyugales, esas en las que se disputa por quién debería apuntar el contador de la luz en el papelito del ascensor o quién baja a por tabaco, la artista conceptual criticó la forma de entender el arte de Childish: “Stuck! Stuck! Stuck!”. Para Emin, ya entonces una de las artistas más cotizadas, el arte de su entonces pareja estaba de lo más estancado, estancado, ¡estancado! Childish hizo lo que todos y todas hacemos: se fue a un bar y se lo explicó a un colega de barra. Su compadre Charles Thomson le propuso crear un movimiento artístico llamado Stuckism, el estancamiento de los estancados. A partir de entonces, firmaron manifiestos en 20 puntos donde defendían el anti-anti-arte y donde clamaban por una búsqueda de la autenticidad en contra del pavoneo efectista de los YBA. También se disfrazaron de clowns para manifestarse en los Premios Turner y siguieron con su (aparentemente) pacífico activismo.
Y entonces, las llamas. El 26 de mayo de 2004 un incendió redujo a cenizas más de cien obras que Saatchi guardaba en un almacén del polígono industrial de Leyton. La gran mayoría eran de los YBA. Asumo una llamada de Emin a su ex (un momento: ¿he borrado el teléfono?) y una respuesta de Childish con alzado de hombros: “A mí no me mires”. El caso es que el fuego bíblico acabó con una fortuna en lo que el mercado capitaliza como arte. Una de las obras era, precisamente, la tienda de campaña de Emin con su inventario de compis de lecho.