Es muy significativo que el nombre de Meadowlark Lemon haya entrado tanto en el Salón de la fama del baloncesto, como en el de los payasos. El (para muchos) , Wilt Chamberlain, le cedía el cetro y la corona al Príncipe Payaso: “El mejor de la historia, por encima de Julius Erving y Jordan”.
Sin embargo, para muchos el verdadero rey era él. Aunque nació en Filadelfia, Chamberlain era de otro planeta y parecía capaz hasta de encestar en los anillos de Saturno. Es curioso, además, que un jugador de esa categoría llegara a militar en los Globetrotters: Chamberlain jugó en los mejores equipos de la NBA, sí, pero con veintidós años pasó dos temporadas humillando a los Washington Generals.
Prescindamos de la magia e intentemos explicar este asunto con números. Solo en diez ocasiones un jugador de la NBA ha anotado más de setenta puntos. Bien: pues él lo hizo seis veces (y sin triples, que no existían). De hecho, su promedio solía ser de cincuenta puntos y 25,7 rebotes (cariño, he tenido un mal día: los otros solo se han ido sollozando al vestuario).
Sin embargo, Chamberlain pasará a la historia por un partido concreto. El 2 de marzo de 1962 los jugadores de los New York Knicks se ponían los calcetines en el vestuario sin sospechar lo que sucedería en el partido que debían librar contra los temibles Philadelphia Warriors. El Hersheypark Arena, en Pensilvania, aguardaba semivacío: solo 4.100 personas habían acudido ya que su equipo ya se había clasificado. Ni siquiera la tele lo emitía. Chamberlain había bebido mucho la noche anterior, así que seguramente se tomó una aspirina y puso su pelo en remojo antes de salir a la cancha. Su defensor natural estaba lesionado, así que la tarea recayó sobre el pívot de veintitrés años Darrall ‘Pobrecico’ Imhoff, apodado a veces como Big D (exactamente, como el jefe de Los Imposibles).
En el primer cuarto, Wilt ya había anotado veintitrés puntos, todos los de su equipo (tenía un mal día, el hombre). En el segundo y tercero arrasó, pese a tener permanentemente encima a dos y hasta tres defensores que intentaban por todos los medios detener esa hemorragia humillante. Les salió muy bien: anotó veintiocho más en doce minutos. En el inicio del cuarto cuarto, su defensor fue expulsado por faltas. Los Knicks se hundían en el lodo renunciando a toda dignidad: retenían el balón para que no pudiera jugar nadie, machacaban a faltas a otros oponentes… A Chamberlain solo le costó un poquito completar la gesta. Quedó varado en los noventa y ocho puntos, que había anotado con un alley-oop. A cuarenta y seis segundos del final, falló un tiro, cogió su propio rebote y puso la guinda al festival. Aquel 2 de marzo de 1962 ese jugador había anotado en un solo partido. “No fue tan asombroso. Si no hubiera salido la noche anterior y hubiera dormido un poco habría llegado a los 140”, dijo.
La leyenda de Wilt Chamberlain quedaba sellada. Luego él se dedicó a escribir libros, montar fundaciones y actuar en Conan el Bárbaro (mirar otros capítulos de esta Historia Gradual y Anecdótica del Mundo). Pero es que por su culpa el baloncesto cambió incluso sus reglas: desde que él pasó por las canchas, está prohibido palmear el balón por encima del aro y saltar hacia delante en los tiros libros (él machacaba desde esa línea, directamente); además, la zona de tres segundos se amplió casi un metro y no se puede hacer faltas a quien no lleva el balón para que no lance tiros libres quien lleva la pelota.