Todo eso lo sabía bien el primer asesino en serie, el villano pionero convertido en protagonista, el dandy malvado: Fantômas. Creado en 1911 por Marcel Allain y Perre Souvestre, es un personaje definitivo de la literatura popular de folletín. No solo es equiparable a Arsenio Lupin (héroe de folletín socialista y antiautoritario por excelencia) por su elegancia de Príncipe de Gales y su alergia a la ley de Lucky Luciano, sino que además disfruta matando. Y haciéndolo de las formas más delirantes: con ratas infectadas de peste, por ejemplo.
El personaje, este villano con antifaz y chistera y polainas, fascinó tanto a Cortázar o Borges como a Buñuel (su hijo, de hecho, dirigió algunos capítulos de la serie televisiva que lo adaptó). En una de las entregas, Fantômas tima a su mejor socio en un viaje a México. Aquello debió calar en Latinoamérica, ya que más adelante, en 1975, Julio Cortázar publicaría Fantomas contra los vampiros internacionales, un texto que parte de las actas del Tribunal Russell, que investigaba las violaciones de los derechos humanos en las dictaduras de principios de los setenta de Chile, Brasil o Argentina.
El Fantômas de Cortázar no venía tanto del villano francés folletinesco, como de una encarnación del mito en el México de los sesenta: Fantômas o La amenaza elegante. Esta nueva versión se enfundaba no ya un antifaz, sino una máscara blanca que cubría su cabeza (más parecida al pasamontañas de un atracador de banco) y tenía un tono increíblemente socialista e inverosímilmente cultivado: entre bronca y bronca, soltaba citas a Sartre y era colega, en la ficción, de García Márquez, Einstein, Hitchcock o Marx (de Karl, no de los hermanos). De hecho, la gran cruzada de esta reencarnación del mito parece imaginada por Noam Chomsky o Fidel Castro: el Fantômas latinoamericano roba riqueza para reinvertirla en universidades y bibliotecas públicas.
Como muchos de los superhombres de la literatura de quiosco, no solo era un hombre sentimental, pero que dominaba sus pasiones, y no se limitaba a ser un héroe en la calle, sino que también lo era en la cama: en las páginas del Fantômas mexicano, publicadas entre los sesenta y los ochenta, se le ve alternando con Bo Derek, Brooke Shields o Jane Fonda. Un héroe de cama y espada, más que de capa y espada, vaya.