Jordi Costa se despide (temporalmente, no sufráis) de su sección Viñetas robadas con un recorte de El náufrago de A, de Fred. ¿Y?
LAS CLOACAS
Leer El asco de Grant Morrison y Chris Weston es una experiencia comparable a que uno le violen el cerebro en el centro mismo del Gran Colisionador de Hadrones del CERN: nadie en su sano juicio lo definiría como una experiencia agradable, pero quizá lo más sensato, dadas las circunstancias, sea no resistirse y dejarse hacer. Publicado originalmente en trece entregas aparecidas entre agosto de 2002 y octubre de 2003, El asco supone el punto límite en la vertiente más metaficcional del escocés loco que irrumpió, como un bárbaro culterano, en el contexto del comic-book de superhéroes para desgarrar el velo de Maya y enfrentarnos al horror insondable de lo real entendido como frágil convención.
Tebeo fractal y desbocada farsa post-moderna, El asco llevaba, cuando fue recopilado en forma de álbum –editado en España por Planeta DeAgostini en marzo de 2004-, una introducción que adoptaba la forma de prospecto médico e incluía tiradas de texto tan sobradas y arrogantes como la siguiente: “El asco contiene el ingrediente activo metáfora. Los cómics coloridos y rectangulares marcados como El asco contienen 500 mg. por número de activo visual y metáfora temática. Cada cómic tiene los ingredientes inactivos papel y tinta. La metáfora pertenece a un grupo de medicinas con las que resolver problemas y se usa a menudo para tratar el pensamiento literal y otras enfermedades. La metáfora combina dos o más conceptos, aparentemente sin relación alguna, de manera que estimula el pensamiento lateral y la creatividad. Los pacientes que usen El asco han de participar en la creación de contenidos significativos al interpretar los textos y las imágenes que han sido cargadas deliberadamente con significados y escalas múltiples y superpuestas”. ¿Suena condescendiente y agresivo? Sin duda. Pero, ¿tiene Grant Morrison motivos para ponerse tan chulopiscinas ante el lector de comic-books? Pues la verdad es que sí, porque la aspiración de complejidad de esta serie en la que, como en el caso de Los invisibles, el guionista contó con el control creativo absoluto, se resuelve en una obra que tiene más de asombroso laberinto que de espejismo intelectual. El asco es obra de múltiples sentidos y constantes agresiones a la percepción del lector: es como un tebeo de superhéroes que hubiese evolucionado hacia una áspera forma de autosuficiencia, en la que ya no necesitara lectores. O, por lo menos, lectores empeñados en domesticar tal desbordamiento de ocurrencias bajo el yugo de la racionalidad.
Como en una improvisación jazzística que llevase horas habiéndose olvidado de la melodía de la que partió, El asco avanza a través del retorcimiento incesante y de la tensión entre el impenitente derramamiento de ideas a máxima velocidad y la minuciosidad del trazo de un Weston entregado a mimar el detalle repulsivo como si fuera el pináculo de una catedral que creciese hacia abajo, en dirección al infierno de lo inasumible. El asco no es una historieta de superhéroes (o sí), porque si cayese en manos de un lector medio del género el peligro de embolia estaría a vuelta de página. De todos modos, el esquema tradicional de la ficción superheroica siempre contempla la intervención del arquetipo para proteger el status quo, un orden imperante que suele ser el de la conformidad y el mínimo común denominador. Hay un tebeo (de superhéroes) dentro del tebeo (filosófico) que es El asco y ese meta-tebeo lleva el apropiado nombre de Status Quorum, que, a su vez, identifica a la formación de justicieros que lo protagoniza. Los miembros de Status Quorum, en una de las muchas capas de esta ficción milhojas, habitan un universo bidimensional bautizado como papelverso. Los límites del sitio no son ninguna broma: en un momento dado, un superhéroe quiere salirse de la viñeta y queda machacado contra sus límites como mosquito sobre veloz parabrisas. Pero hubo alguien que un buen día logró salir de allí: Secreto Original, que se quedó tetrapléjico durante el tránsito de un mundo bidimensional a otro tridimensional. Y aquí lo vemos, en esta deslumbrante Viñeta Robada que le retuerce el cuello al efecto Meninas, contemplando desde la atalaya de su silla de ruedas a sus compañeros atrapados en ese mundo donde, ay, también se quedó su mujer amada.
Exponerse a sufrir ondas de exterminio neuronal o surfear sobre las oleadas de ideas rabiosas de Grant Morrison: no hay otra opción a la hora de enfrentarse a El asco, ese tebeo de superhéroes poseído por el espíritu de Jean Baudrillard. La segunda opción garantiza una cierta diversión, si uno tiene la habilidad de no caerse de la tabla de surf, porque, en este océano de revelaciones incómodas, no hay agua, sino una mezcla altamente inestable de semen, crack, pelusa de gato y tampones usados.