Aïda Camprubí se entrevista con Nicolás, el mítico creador de La gorda de las galaxias. Una charla sonámbula en cuatro habitaciones.
Entrevista a Pere Llobera
Bla, bla, bla (de lo mío)
por Andrea Valdés
Pere Llobera y un amigo recortable
Un lunes, Pere Llobera (1970), que vive entre Barcelona y Ámsterdam, ciudad en la que más ha expuesto, me invitó a su estudio donde acumula varios lienzos, una mesa intervenida o la cabeza a medio esculpir de Cesare Pavese, a quien describe como una mariposa entrando en una hoguera. Tras desayunar juntos iniciamos el siguiente diálogo.
Pere, lo primero que vi de tu trabajo ya me llamó la atención. Son los cuadros de la serie Una història de mediocritat. Al verla me acordé de cuando a veces miras fotos viejas con tu hermana y empiezas a comentarlas. “Mira este, ahora se ha puesto como una bola…”
Es que es justo eso, lo que pasa es que yo me lo decía a mí mismo. ¿Qué hacía yo en esa cena y con esa gente? Iba a la universidad y ellos me veían como el pintorcillo al que casi hacían callar porque no querían oírme hablar de ningún cuadro. Eran simplicos. Pero por otro lado, a mí su vida me iba bien. Yo qué sé… Podían hacerme callar, pero si íbamos al Bagdad a ver un estriptis o veíamos la final de la Champions con el Milán, aquello era una fiesta. Me lo pasaba bien. Fue luego, al ver la serie de contactos y recuperar esas fotos que me dio por pensar: Estupendo, pero ¿qué sacaba yo de ahí? Creo que he perdido unos buenos años de mi vida y, ojo, no quiero sonar elitista porque a mí me gustaba esta idea de ir con gente disociada de las artes y que fuera divertida, pero no había ninguna correspondencia. Solo seguiría viendo a uno de ellos (y por poco tiempo), el que de hecho ya era mi colega, pero es justo el que se trajo al pack de amigos. Es un traficante de ostras, de Mercabarna, un tipo con una buena energía humorística. Eso está bien. Como decía Buñuel, “un día sin reírse es un día perdido”. Quiero decir, que tampoco me interesa la gente por muy sensible que sea culturalmente, si luego es incapaz de poner algo de humor.
Yo creo que en los museos hay caras muy serias. Debo confesarte que de todas las disciplinas, las artes visuales aún me generan inseguridad. Siento que necesito una mediación. Me dejo guiar mucho por conocidos y otros artistas con los que quizá he sintonizado en otras cosas, como si dependiera de su reacción para empezar a reaccionar.
Pues no deberías sentir eso y más a ti que te gusta leer. A ver, cómo explicártelo sin parecer un sobrado. Cuando yo voy a la ópera, por ejemplo, sé perfectamente en qué cagarme (risas) y no soy experto en el tema, pero lo que no me gusta, no me gusta. Si sabes discriminar, ¿por qué no hacerlo en un museo? Además, los artistas visuales son tan densos, en su mayoría se apoyan mucho en lecturas, ensayos…
Sí, por eso me interesan, pero a veces prefiero comprarme el catálogo y leerlo en casa. No siempre tengo claro que la ejecución espacial esté justificada.
Es que muchas veces no lo está. Si debo serte sincero, a mí me tocaron las artes visuales y no me quejo, pero si se trata de querer transmitir algo, a veces pienso que debería ser músico. Hay algo en las artes visuales que no me acaba de parecer potente en el sentido en que lo es una buena canción o un muy buen libro.
Me sorprende, porque una cosa que yo veo en tus cuadros y que en la música siento menos, aunque no digo que no suceda, es su dimensión abstracta. Aun siendo un pintor figurativo hay algo psíquico, como un malestar… No sé, no te enfades, pero veo cierta roña mental.
“El cuadro que ultrajé con la rotura de cómic se titulaba Tienda de barreras, pero quizá debería cambiarlo”. 63x70cm óleo sobre lienzo (inacabado)
No hay arte sin conflicto. A veces me mola soltar cosas de este tipo, grandes frases de las que generan eco, para ver si aguantan el paso de los días o se desinflan en plan tontería. Es soltarlo y quedarse hueco. ¿Lo has probado?
Todo el rato… A eso del conflicto, yo lo llamo la urgencia de hacer algo, aunque luego te salga rana, porque en las obras fallidas hay también cierta belleza, ¿no crees?
Totalmente. Tener ideas es muy fácil. Yo tengo un colega, expintor de paisaje que ahora se construye sus propias guitarras, con el que a veces coincido de veraneo y, por reírnos o por accidente, nos da por pensar en esas “ocurrencias” que podrían ser la pieza principal de algún artista. Es lo que sucede cuando sublimas una ocurrencia, que igual te sale una pieza. Piensas que sería gracioso hacerlo, a lo Damien Hirst. Si tienes la pasta y veinte operarios…
Te sale un maldito tiburón en formol. Pero, ¿quién quiere eso?
Yo creo que lo que hace que descartes o no una idea, lo que determina si merece la pena, es si hay algo de ti en ella. Es así de sencillo, porque si no, solo es una idea y para mí, ese es el punto clave. Responder al qué tiene de ti esto o, como tú dices, la urgencia. Ahí está la primera carta rilkeana al poeta… ¿De verdad necesitas hacerlo? Quizá esto suene romántico, pero yo no me metí a pintar desde otro lugar que no fuera ése. En mis cuadros siempre me pregunto si más allá de la ocurrencia interesa la persona que hay detrás. Y en la obra de los demás, si ese alguien te está regalando algo, se está dando.
Yo creo que en tus pinturas no solo se intuye esa pregunta sino que se nota que estás preocupado por ella. Hay algo poco relajado. ¿Puede ser? Yo eso lo veo. Y me gusta porque creo que lo más bonito es cuando un artista defiende su área de inseguridad, su no saber muy bien si debería estar haciendo eso, en resumen: ¡su temor a cagarla!
Es que lo has dicho muy bien. Si hay algo que soy es poco relajado. A mí no me hipnotiza ni Cristo porque en seguida entro en competición con el hipnotizador. Luego, en el metro, soy un detector de chorizos implacable. Un mangui y yo emitimos en la misma frecuencia. Si nos cruzamos: o yo inclino la cabeza o él sale del vagón. Un día, mi mujer y yo vimos a un tipo en una moto y a mí se me ocurrió decir: ¿Pero cómo deja el casco así? Y ella: ¿Qué pasa? Le contesté: Que se le van a mear dentro. Tenías que ver su cara.
¡Me la imagino! Hay una cosa que me parece entrañable de tu texto sobre Una exposición luminosa que creo que tú mismo comisariaste y de los créditos de un cuadro llamado Balbino, en el que abiertamente te disculpas por no aportar algo más positivo al mundo. ¿Alguna vez has intentado pintar un cuadro alegre?
¡Continuamente! En el estudio tengo un proyecto que se va renovando anualmente. Se llama “cambiar de paleta, cambiar de paleta…” e inspirarme en Mike Kelley. Hacer cuadros pop, de mascotas de baloncesto y esa clase cosas.
¿Mascotas? Suena terrorífico.
Desde luego, en mí, saldría terrorífico, pero me lo impongo. A veces, en las puertas de embarque de los aviones veo a toda esa gente leyendo o sentada junto a su familia y pienso que por qué no puedo ser uno de ellos. No te hablo de gente naíf, sino que se ha reconciliado con el mundo y que pese a saber cómo es todo, aún tiene las ganas de tirar adelante. Es gente encantadora y aunque ya tenga una voz y no la pueda doblegar, me encantaría pulir mis neurosis, probar a ser de otra manera, como hizo Philip Guston. Sus cuadros no es que entusiasmen, pero sí me gusta su proyecto de vida. Me refiero a hacerse un nombre pintando de una manera y en los diez últimos años, cambiar completamente de estilo. A Goya también le pasó. En la recta final, decidió orientar toda la potencia de lo que había sido hacia otra dirección, muy pura.
“Este dibujo no tiene título. Lo saqué de un libro de dibujos de Francisco Goya en el que se veía primero a una señora mirándose a un espejo y reflejando un simio, luego un esqueleto sujetando un espejo que se le caía encima y por último este dibujo, que es como un espejo que se ha convertido en portal místico. También lo asocio a la canción Lucha de gigantes de Antonio Vega”
Ya sé que me dirás que es pronto pero, ¿cómo evaluarías lo que has hecho hasta ahora?
Hasta los veinticinco era mierda. Hacía mucho paisaje. Tenía un hambre visual… Me lo comía todo, sin discriminar. Era puro buffet libre. Una mano ejecutora, como la de la familia Adams. Una mano ejecutora y sin cabeza.
(Risas) ¿Y qué me dices de lo que haces ahora? ¿Te gusta enseñar lo que haces?
Es que soy bastante impúdico. No le doy ninguna importancia a que por ejemplo, me plantees una entrevista. Prefiero que tú y yo hablemos o que haya una cena. Casi te diría que para mí la cena es un formato artístico en sí mismo.
A mí me gusta esa idea de que una frase lleve a otra y otra, porque nadie sabe muy bien dónde puede llevarte un diálogo. Hay cierta resistencia al orden. No sé si has leído La prueba de César Aira. Desde entonces sueño con esta idea terrible de cascarme un diálogo monstruoso, como de cuarentas páginas, atravesado por chistes, con hilos que se pierden y momentos de gran belleza pero hay que tener un dominio increíble de la lengua para que no resulte un ladrillo, porque no hay trama a la que agarrarse.
¿Sabes quién tiene algo de eso? Imre Kertész. Es uno de mis escritores favoritos.
¿Me lo recomiendas? Admito que el rollo judío de Acantilado me cansa. Un día me dije: se acabó la literatura de alambrada.
Pero Kertész es un descastado. Aunque estuvo en los campos de concentración, él lo vive como algo en lo que no quiere recrearse, que no eligió. Es un poco como yo con lo de cambiar de paleta de color. Ya sé que el símil es bastante frívolo…
(risas) ¡Me fascina cómo ecualizamos traumas! Paleta = Genocidio.
Me refiero a que en su escritura, esa condición es como una mochila que intenta quitarse de encima. Va moviendo los hombros pero no puede. Si quieres, hay un proceso de identificación estilístico. Luego tiene cosas muy controvertidas, de tío raro, como cuando alguien suelta el inevitable comentario judío, en una cena, y él se pone muy nervioso y se larga. Es el arranque de Kaddish por un hijo no nacido. Suelta una bulla en ese libro… porque no aguanta la frasecita manida, la de “Una vez más, Auschwitz es inconcebible”. Lo curioso es que mientras se va de la cena, ya va pensando, no para de hacerlo. Es un flujo bestial. En la novela va cambiando de sitios, pero te habla todo el rato a ti. Las escenas pasan, como en esas viejas películas donde los fondos parecen deslizarse de un rulo, y es el personaje el que está quieto. Es un efecto curioso.
¿En qué estás trabajando ahora?
En una exposición que no concibo hacer sin David Armengol. La idea es definir un poco mi corpus creativo y hacer que cuaje en un sitio digno. A ver si lo logramos, pero mientras tanto estamos preparando los andamios de lo que vamos a mostrar. Seguramente se llamará Faula rodona y se trata de reivindicar… (Se queda pensando). Me gusta que me cueste explicártelo. Quizá es que tengo que montarlo en sala para verlo más claro.
¿Sabes cuántas piezas tendrá?
Hay una muy clara, al menos hoy, porque soy de los de cambiar de idea de un día para otro. Se llama Record sense veu y más que un cuadro es una idea que está pidiendo imágenes. Es de un momento que nadie ha registrado, de cuando el grupo Gong tocó en la Abadía de Monsterrat. Vinieron con unos amigos hippies que el año anterior habían dormido ahí gracias a un cura, el pare Francesc, que decidió acogerles.
Los Gong en Montserrat. ¿Estás seguro?
Sí, sí. Iban disfrazados de magos. Fue en 1973. Esta versión del cuadro que te enseño ahora no me hace feliz porque es demasiado literal. Haré otro y quizá en el tercero… En este caso tengo fe en el cuadro que aún está por venir. Tiene que ser menos narrativo, igual con las telas cayendo y sin el objeto central, como si al cuadro de los infantes de Velázquez, le quitases el infante.
¿Pero qué buscas exactamente? ¿Cuál es la urgencia aquí?
Creo que le ha pasado a mucha gente pero en mi caso… a ver, es las ganas que tengo de ir hacia atrás, tener una vida, y no poder hacerlo. Pienso que no me toca tener que estar aquí y no te hablo de una nostalgia cutre, si no de la sensación de que mis aptitudes no encajan en esta época.
¿Y encajan en alguna?
Sí, sí, claramente. En los setenta.
Que es cuando naciste.
Yo soy un goma rota. Me llevo doce años con mi hermano mayor y lo que yo he vivido en casa, lo que he visto de mis hermanos, ha sido un parámetro para mí. Te hablo de algo real, no de una proyección romántica. Quiero decir: yo estuve en la habitación de mi hermana escuchando a Patti Smith.
Te entiendo. Yo también soy la pequeña y creo que las elecciones de mi hermana, con quien compartía cuarto, tuvieron más impacto en mí que en ella misma. Todas esas carpetas y paredes con fotos, llenas de actores, el puente de Brooklyn… ¡Menudo globo!
¿Verdad? Fíjate en esos actores precoces que cantan y bailan perfectamente. Son monstruosos porque a esas edades somos hiperabsorbentes, capaces de todo. Yo no digo que fuéramos un prodigio, pero éramos muy sensibles a nuestro entorno y a mí me tocó el rollo de esa época. Te hablo de una actitud asilvestrada, salvaje, que me marcó. Volviendo a la expo, a mí me gustaría que bajo la apariencia de tranquilidad de lo que pinto, se perciba esa energía porque, antes lo has dicho, soy un tipo tenso y hasta diría que agresivo. El otro día salía en la tele Soraya Saénz de Santamaría y le tiré un currusco de pan, así, instintivamente.
¿Y por qué dirías que te salen esos prontos?
Igual no he tenido una vida satisfactoria. Entendámonos, he tenido una vida cómoda. Aunque en mi casa nunca faltó de nada, las cosas no se hicieron del todo bien. Para que te hagas una idea: mis padres compraron un mueble para el salón, pero como no cabía la tele, esa tele acabó en mi cuarto así que, en casa, si queríamos ver una película acababan todos en mi cama. ¿Así quién va a tener un hábito de estudio? Fui un mal alumno y me refugié en el dibujo, porque era lo que sabía hacer y hay algo ahí de persona inacabada.
En uno de tus cuadros llamado Dad’s Car, sale un coche en un tren de lavado, pero en las ventanas se ven esas imágenes con nieve, de cuando las teles no funcionaban bien…
Es un poco la idea algo manida de que la infancia se acabe y de que más allá del coche de tu padre no haya nada pero viene de algo que leí en un libro de Žižek. Se llama Mirando al sesgo, donde si no recuerdo mal comenta un episodio de Dimensión desconocida en el que una pareja que va en automóvil se queda atrapada en un pueblo.
Žižek. No te gusta esta época, pero lo que pintas no sé si podría pertenecer a otra.
Es que no lo vivo de una forma lesionada. Quiero decir, no me he quedado en el pasado. No soy tan cretino. Pero, ocasionalmente, necesito abrir una compuerta en mi cabeza y entrar ahí, pasar un rato antes de volver a la vida real: los hijos, la merienda, hacienda… Mis cuadros son como puertas. Bueno, quiero que lo sean pero nunca lo consigo. Quizá es muy pretencioso, pero quiero pintar lugares, cuadros, en los que pueda quedarme. Me pasa con Friends. Me gustaría vivir dentro de esa serie.
(Risas) ¿En serio? A mí, además de con Regreso al futuro, me pasa con las pelis de Hitchcock. Ya sé que suena raro pero sobre todo me pasa con Con la muerte en los talones. Es un lugar al que me gusta volver. Cuando tengo insomnio o estoy con gripe, me relaja verla. Igual me recuerda a cuando se veía en casa, todos frente a la tele.
Dad’s Car, 40x50cm óleo sobre lienzo 2011
Si lo piensas, es una locura. Querer vivir en un cuadro, construir una puerta perceptiva y esa clase de cosas… Son imposibles, pero eso no quita que quiera hacerlo. ¿Tú has jugado alguna vez a parar el mar?
¿En qué consiste?
Es muy sencillo: se trataba de ponerse frente al mar para frenar las olas y no parar, hasta acabar hecho polvo. A mí me encantaba hacerlo aunque fuera absurdo. Cuando pinto me pasa: quieres trasladar algo a alguien, pero a la que lo intentas plasmar en el lienzo, ya se ha podrido.
Esto me recuerda a un artista que me descubriste tú y que me gusta mucho: Bas Jan Ader. Sobre todo cuando quiere revertir la dirección de la conquista y viaja en un barquito del nuevo mundo al viejo continente. El hecho de que se extraviara y titulase su travesía In Search of the Miraculous es como una broma extraña.
Es una apuesta que lleva hasta el extremo. Quiero pensar que él, que era hijo de un predicador que murió en la Segunda Guerra Mundial, no se lanza al mar para suicidarse, sino para cumplir una promesa. Antes de zarpar mandó una carta conforme llegaría a su galería, la Art and Projects, el día de la inauguración, tras atravesar el Atlántico. Hubiera sido también precioso. Quizá pensó: si llego me purifico de la vida que llevo en los Estados Unidos y si no llego, será mi penitencia. En ese sentido Bas Jan Ader, como Mishima, fue de los que saben acabar lo que empiezan.
Estoy de acuerdo, pero lo que a mí gusta y lo hace poético es la desproporción. El desajuste entre la idea y la ejecución. Creo que controlaba muy bien ese juego, casi como un equilibrista, porque no era nada grandilocuente. Eran piezas pequeñas, de gestos, caídas… ¿Tú vives esa desproporción?
No. Yo soy un superviviente. Mi locura se parece más a ir a una piscina y tirarme dos horas intentando encender un mechero con el pie, mientras me esperan en el agua. Lo conseguí y ese día no me bañé. Fue un triunfo de lo más inútil, pero que me describe absolutamente.
Dibujo de la serie El mal de Ensor
¿Y dónde quedan los demás en todo esto?
No puedo decir que el público no exista para mí. Estaría mintiendo. Quizá sí existen artistas para quienes el público no existe y que además me gustan pero yo tengo que adaptar lo que hago a lo que soy. Aunque valore a Bas Jan Ader o Wojnarowicz, a mí eso no me sirve. Tengo que solucionarlo. Hacer que me sea útil y negociar conmigo mismo. Ese intento de negociación, por ejemplo, lo tuve con un poema de Ferrater.
Esta es la historia completa:
Hice un cuadro titulado Porros y música en casa de Àlex que lógicamente no interesó a nadie. Al final ese cuadro fue regalado a otro amigo que salía en la escena. Lo agradeció mucho. Un par de años más tarde, al encontrármelo, le pregunté por el cuadro. Me explicó que su pareja no se lo dejaba colgar en casa (aquí hay que sobreentender que el problema era mi colega haciéndose un porro) y que por eso él lo tenía colgado detrás de una puerta, en el pueblo de las Ventosas. Esa situación me encantó. Me refiero a la incomodidad que era capaz de producir ese cuadro en otra persona, así que le pedí ir a su pueblo y hacer un cuadro de mi propio cuadro castigado tras una puerta.
Cuadro tras la puerta 100x70cm oleo sobre lienzo 2012
Aproveché el viaje para grabar el poema de Ferrater (Si puc), al atardecer, cuando ya no había buena luz para pintar. La idea era registrar en video y en una grabadora magnetofónica la lectura y no cesar hasta que hubiera leído el poema solo y verdaderamente para mí. Tardé unos veinticinco minutos, ya que todos los intentos anteriores tenían demasiado presente a los demás y eran insoportablemente afectados. En cuanto me pareció lo suficientemente sincero, me detuve. En la grabación se pueden oír perros ladrando de fondo y a mí, gruñendo cuando no salía bien. Al cabo de unos días, activé la grabadora dentro de mi estudio y la pinté justo en el lapso de tiempo en el que yo trataba de recitar bien ese poema, como si el poema perfecto estuviera en esa grabadora que yo estaba pintando. Lo titulé Collir roselles.
Antes has hablado de puertas perceptivas. En la pintura siempre me viene esa imagen de Pollock a cuatro patas o Miró perdiendo la noción del tiempo y medio alucinado. ¿Crees que existen los genios?
Es que esa palabra, la del genio está muy connotada, es fea, pero sí que creo que hay gente muy potente y eso no significa que lo sea en todo. De un ser tullido puede surgir algo muy bestia. Como Elvis, del que se dice que emocionalmente era un poco corto. O piensa en Salieri, cuando en Amadeus se pregunta superafectado cómo es posible que de aquel ser horrible nazca semejante música. Y está hablando de Mozart. A mí, en ese sentido, me impresiona mucho Bob Fosse porque es como la vida misma expresándose a través del movimiento. Él era coreógrafo, bailarín, actor, cineasta, un hombre muy capaz pero que luego se ponía mucho en cuestión y eso me enganchó en seguida. En All That Jazz hay un momento en el que él mismo caracterizado como Joe Gideon, su alter ego, mira una película. Los fans sabemos que es Lenny. Se le ve todo reconcentrado, porque la está montando y hay algo que no funciona. Entonces dice: “¿Es que Stanley Kubrick no se deprime nunca?” (Risas) Quizá yo soy menos empático con esa perfección cinematográfica. Me encanta 2001: Una odisea en el espacio, me parece un refugio, una película increíble, pero si me dan a elegir, en otra vida, hubiera dirigido All That Jazz. Está atravesada por la duda, pero es increíble lo que genera esa duda.
Esto me recuerda a un libro que me prestó David (Bestué) en el que John Ashbery habla de poetas menores que para él fueron muy influyentes, aun identificando ciertas pifias o momentos mal articulados. Se llama Otras tradiciones. Me gusta que reivindique un poco ese segundo puesto, porque quizá hablar de los genios acaba siendo aburrido.
A mí en ese sentido me gusta Jordi Barba (alias Pope) amigo del también poeta Enric Casasses. Pope tiene una obra menos conocida, también murió más joven. Hacía cosas muy raras, pero a veces voy a El crit platejat. No creo que sea un poema bisagra, pero lo completo con la figura de Casasses, que para mí sí es de los grandes, y como lo leo de una forma contaminada, me gusta aún más.
¿Desde cuándo te interesa la poesía?
Empecé tarde. Vengo de una tradición hipernarrativa, lo de contar historias siempre ha estado ahí y sigue estando, pero me gustaría abrirme a algo distinto y la poesía no solo me gusta sino que me es útil porque favorece la libre asociación de ideas o la alquimia entre dos elementos. Me pregunto hasta qué punto puedo traducir eso a nivel pictórico.
Tienes un cuadro que habla directamente de Vinyoli.
Sí, pero no estoy muy contento con ese, lo veo muy brossiano, casi como un poema visual, y no se trata de eso. Podemos no hablar del cuadro pero sí de Vinyoli, porque hay algunos poemas suyos que me gustaría pintar. Él no sería un poeta menor como quizá sea Pope. Es de los que sientan precedentes y, a veces, lo ando comparando con otros. Es un poeta anulador. (Risas) Como cuando empiezas a leer a un escritor por su mejor obra y el resto ya no vuelve a ser lo mismo. Me pasó con De Profundis de Oscar Wilde. Antes hablábamos de Guston o Goya, artistas sobresalientes que de pronto proyectan toda su potencia hacia algo muy puro. En el caso de Wilde, es un cabreo con su amante, mientras él está en la cárcel. Lo que leí después, me gusta, pero ya nada ha superado ese momento.
¿Te preocupa verlo en un cuadro? ¡El cataclismo!
Es que ahí ya entro en la praxis y lo vivo de otra manera. No es como cuando leo. Por ejemplo, cuando estaba en Holanda, me tocó vivir el “bad painting”, me refiero a pintar mal expresamente, con colores ácidos. Es algo que a mí no me encaja, pero esa libertad frente al lienzo igual la sintetizo de otra manera. En cuanto a Goya, por citarte a uno de esos pintores que en mi caso podría ser un gran anulador, más bien me tensa, entro en competición porque, claro, yo quiero hacer eso. Me digo: ¿Cómo convertirme en Goya? La profesionalización tiene ese punto perverso de vampirizar las cosas. Distorsiona.
Puestos a hacer comparaciones de bar, igual mi Goya es Virginia Woolf. Es leerla y decir: Joder, joder, yo quiero llegar a esto (risas). Ya lo sé: suena a loca, el ridículo…
¿Y por qué no podemos desear a lo grande? Es como esos concertistas de música clásica que no se atreven a componer. ¿Qué les hicieron en el conservatorio? Estoy en contra de que se inhiban las ambiciones. A mí, si me preguntan dónde quiero llegar, diré: Pues al Whitney, si no te importa. (risas) Que lo logre o no es otro tema. Aunque suene soberbio, tampoco tengo tiempo de pensar en ello, ni siquiera de hacer name dropping de los pintores que hay ahora mismo… Tengo unos agujeros tremendos en artes visuales y pintura, porque a la que veo algo que me sirve de recurso, en seguida me pongo al trabajo. No sigo completando, compulsivamente. A una personalidad hipertensa como la mía, lo de ir haciendo carpetas con referencias, le aturde. Prefiero concentrarme en un punto. Es más, creo que con tanta hambre visual, puedes acabar teniendo comportamientos desorientados. En mi caso, mi habilidad como pintor me hizo seguir un flujo, pero un día hice clic: “no debo usar esta mano, tengo que tener proyectos”. O dejar de ser esclavo de mi técnica porque descubrí que podía trabajar de muchas maneras (ahora como Goya, ahora como Ader, ahora… ) y era un descontrol. Le puse un nombre: el mal de Ensor, que es cuando no acabas de tomar una decisión sobre tu voz, pero cerré esa patología con una expo, hace un par de años. Y ahora ya estoy más centrado. Pero ese mal existe. Yo lo he visto en el cine y mucho en el escaparatismo: juntar cosas que no tocan porque simplemente se puede hacer.
Balbino a medio borrar, (inacabado) 200x200cm óleo sobre lienzo
¿Y por qué a veces haces maquetas de los cuadros y luego los pintas? ¿No estás duplicando el trabajo?
Es que me molesta pintar de una imagen. Muchos artistas somos subsidiarios de esa disciplina, y se nota tanto cuando partes de una fotografía… ¿La comodidad nos ha vencido o qué pasa? Si pinto al aire libre o me fabrico maquetas es precisamente para huir de esa comodidad. Por ejemplo, tengo aquí un cuadro con un río y una oveja que es un tributo a Jan Van Eyck. El primero lo hice al natural, en pequeñito. El problema es que el grande ya no me lo podía llevar al lugar. Los camioneros pitan, si hay viento con un lienzo de 1,70 al exterior, sales volando… Pintar a plein air es un coñazo pero el resultado es diferente porque no pintas con esa tranquilidad de mirar una foto en tu estudio. Siempre sale otra cosa.
También una foto ya es una decisión tomada. En cambio, mientras miras hay oscilaciones de humor, el paisaje siempre se está haciendo, ¿no?
Totalmente. De todas formas, lo ideal sería no tener ya este debate. Escapar de lo puramente figurativo y el dilema de si usar modelo original o no, que es muy rancio. Otro propósitos como el de cambiar de paleta es no depender tanto de “la realidad”. En ese sentido, me encanta Buñuel, por esa cosa despreocupada que tenía con su trabajo, digo técnicamente. La potencia estaba en su cabeza.
Es curioso: en tus cuadros hay mucho residuo, que es algo que asocio a lo catalán. La brutícia, el trencadís, pero en esta conversación has mencionado varias veces a Goya, Buñuel… y luego hiciste esa especie de remake de las Meninas con cajas de embalar.
Es que yo soy un pintor muy español, de lo más españolito que hay, un “paleta brava”. Esto viene de una expo que quería hacer Juan Francisco Rueda. Goya, Velázquez, Ribera, están en mi cabeza. El tenebrismo. Luego está esa cosa de la culpa, que es tan católica. Aunque esto lo pienso mientras te lo estoy diciendo. Igual es una tontería. En cualquier caso, me regodeo en la etiqueta. Si pudiera escoger un cuadro para tener en casa, quizá me colgaba El pelele de Goya. Es muy instructivo.
¿En serio?
O quizá cogería algo más contemporáneo como la foto de las bolas de nieve de David Hammons, aunque ya se ha visto mucho. Es una pieza bonita, efímera y tiene algo crítico, de poner en duda el valor de las cosas, el arte incluido. Me gusta porque yo nunca podría hacer algo así. Hammons es una personalidad que se sujeta como platos sobre palillos chinos.
A mí me sorprendió que un tipo así, que hace cosas tan frágiles, tan al límite como tú dices, haya tenido su oportunidad o hueco en la historia del arte. Ha tenido un azar raro.
No, el azar raro es estar en Nueva York, en esa época. Este tío en Cuenca sería el loco del pueblo, el chalao que recoge el pelo de las peluquerías. En Cuenca estaría muerto y en Burkina Faso también porque no están para leches. En cambio en Nueva York, que es un archivo de excéntricos, tuvo su espacio. No sé si es por aburrimiento que la gente busca su cachito de pureza y de pronto hace algo muy loco, pero loco en un sentido que a mí me importa. ¿A ti te gusta esa ciudad? Se lo pregunto a todo el mundo que ha estado.
¿Por qué?
Porque yo nunca fui y ahora mi pareja quiere que vayamos con los niños. El problema es que Nueva York es la ciudad en la que me hubiera gustado estar, en su momento más punk, con toda esa efervescencia setentera y brutal, pero dudo que quede algo de eso y no sé si me conviene viajar al espejismo. ¿Tú que crees?
Depende de lo que pienses de los viajes. Si eres un tipo tenso, igual te ves dando vueltas, esperando a que te entre el hambre. Como no vayas a tiro fijo, muchas veces viajar se parece a eso.
Al final siempre está ese momento… ¿Pero qué pinto yo aquí?
Collir roselles, 2012, 18x14cm óleo/tela sobre tabla