Bill Plympton es un genio de la animación con tantos gags que se podría hacer un very best en formato GIF. Gerard Casau se postula para seleccionarlos.
¿Serían conscientes los Lumière de que al registrar la llegada del tren a la estación de La Ciotat estaban filmando el primer shock de la historia del cine? Que los asistentes a la proyección del film huyesen despavoridos al creer que la locomotora atravesaría la pantalla y los arrollaría, ¿se debió a que todavía existía un desajuste entre la cámara y la mirada del público, o ya encontramos allí una nada inocente puesta en escena? Los hermanos aún pueden acogerse al beneficio de la duda, pero Edwin S. Porter sí sabía muy bien lo que hacía cuando decidió poner colofón a Asalto y robo al tren con un impacto: un plano absolutamente descolgado del relato, en el que el cabecilla de los bandidos que asaltaban el tren aparecía frente a un fondo neutro, apuntaba su revolver directamente a la cámara y disparaba seis tiros silentes. La secuencia data de 1903, pero a día de hoy el cine todavía ha de superar tan salvaje agresión (pese a la inexpresividad del actor Justus D. Barnes, su dedo se ensaña, y aún podemos apreciar que sigue apretando el gatillo una vez ha vaciado el tambor del arma). Asesinándolo simbólicamente, Porter le estaba diciendo al público que acababa de disfrutar de un espectáculo violento desde una distancia segura, “cuidado, que esto también va con vosotros”.
Desde entonces, el plano de Asalto y robo al tren ha sido homenajeado o citado en multitud de ocasiones (sin ir más lejos, Martin Scorsese lo replicaba con Joe Pesci al final de Uno de los nuestros), casi siempre moderando su radicalismo por la vía de integrarlo en la narración e identificar el punto de vista de algún personaje. Pero estos atenuantes no varían el hecho de que, cuando se ve encañonado, el espectador se pone en alerta instintivamente. La imagen contagia un peligro indirecto, colocando a la audiencia en una peliaguda situación que (se supone) la mayoría no experimentará jamás.
Una vez se procesa el golpe que producen estos planos, podemos apreciarlos como recurso estético, e incluso extraer de ellos GIFs de lo más pintones, cuya permanencia resalta su . Pero hay personas que siguen convencidas de que esta clase de imágenes no son del todo inofensivas: poco después de la matanza en el instituto Columbine, los guardianes de la MPAA llegaron a la conclusión de que en un trailer apto para todos los públicos no podían aparecer armas que apuntasen directamente a la cámara, obligando a cortar cualquier tiroteo antes de que la ráfaga se cruzase con la mirada del espectador, rescatado in extremis de una muerte segura por el heroico montador.
Quizá por haber sido víctimas en muchas ocasiones, también hemos abrazado con placer vengativo aquellas obras, no tan frecuentes, que nos colocan al otro lado, dándonos la perspectiva de quien apunta la pistola o, incluso, nos introducen en el cañón del arma, como Cielo amarillo o 40 Guns, y que visualizan en todo su esplendor el doble sentido del verbo inglés ‘to shoot’, que tanto sirve para matar como para hacer cine.