Nos encanta castigar a los famosos. Los vemos desde el televisor como si fuéramos jueces en un tribunal. Óscar del Pozo explora ese sentimiento.
Tres horas nutritivas de prime-time televisivo con
Óscar del Pozo
Ilustración por
Luis Mazón
No solo llevo toda la vida viendo la televisión, sino que hago televisión y, lo que es más importante, disfruto haciéndola. Espero no tener que trabajar nunca como reportero de sucesos o en formatos de testimonios tipo El diario de Patricia, pero por lo demás estoy abierto a todo. Me gustan los realities y los programas del cuore. Sin embargo, al contrario que muchos de mis compañeros, no estoy especialmente interesado en defender el medio. Detrás de muchos talibanes de la tele subyace una frivolidad militante que me molesta. A mí me parece fenomenal que haya gente que no nos vea o que no tenga televisor en casa. Lo que me sorprende y entristece es que siga habiendo periodistas, escritores e intelectuales en general que desprecien los medios de masas. La televisión es un espejo de lo que somos, la mayoría de las veces distorsionado, pero espejo al fin y al cabo. Vivir de espaldas a eso es despreciar la realidad porque no te gusta, y la función del intelectual debería ser analizar y comprender la realidad, no despreciarla.
En pleno siglo XXI, el interés por la cultura popular no debería limitarse a cierto tipo de cine o cierto tipo de música pop. Dejemos ya de darle vueltas a Scorsese, The Wire o el legado de Lou Reed. Bajemos a la calle, ensuciémonos los pies de lodo. Hace muchos años que en España existe un divorcio absoluto entre arte elevado y vulgar. O vives a un lado del muro o vives en el otro. Si quieres ser un pensador serio, no opines sobre En tu casa o en la mía. Yo estoy convencido de que, para ser influyente y relevante, el intelectual del nuevo siglo debería tener una actitud menos aristocrática, y eso incluye ver sin prejuicios la televisión, los anuncios, YouTube y las redes sociales. Vivir en un exilio interior es una opción muy lícita para cualquiera menos para los que tienen tribunas públicas de opinión. Curiosamente, muchos de estos pensadores que odian los medios de masas se consideran de izquierdas: un izquierdismo elitista, pura contradicción.
Cuando veo la televisión en soledad, que es casi siempre porque vivo solo, no suelo hacer zapping. Elijo un programa, el que me interesa, y ahí me quedo. El zapping, para mi gusto, es una actividad social y debería incluir a un mínimo de dos personas. Si te vas a someter a una sesión de tele aleatoria y al tuntún, es mejor tener a alguien al lado con quien comentar la jugada. En los casi diez años que compartí piso recuerdo muchas noches de risas viendo cualquier cosa y diciendo tonterías. Este es un medio te permite agudizar el ingenio y a sacar punta a cualquier cosa que te pongan delante. Pero me han pedido que me enfrente al zapping de hoy solo, así que me siento en el sofá con el portátil en las piernas y pongo el mando a distancia en modo On. Miércoles 9 de diciembre de 2015, 21:30 horas. Allá voy:
1) El intermedio (La Sexta): Un caso absolutamente único. A punto de cumplir diez años de emisión (se estrenó el 30 de marzo del 2006), este infoshow progre no solo no da muestras de agotamiento, sino que sigue tan ingenioso como el primer día y, encima, tiene más audiencia que nunca. A medida que se sucedían sus temporadas, El Gran Wyoming, Miguel Sánchez Romero (el director) y el sensacional equipo de guionistas han sido testigos del hundimiento de los medios de izquierda en España: el diario Público dejó de editarse en papel, los bancos se hicieron con el control de El País, PRISA tuvo que vender Cuatro a Mediaset y el PP colocó a los suyos en los informativos de TVE durante la última legislatura. Así que ahora que es realmente difícil escapar de la uniformidad informativa, ellos se saben imprescindibles y se han crecido con el desafío.
Esta noche empiezan comentando la derrota del chavismo en Venezuela y el auge de la ultraderecha en Francia y Estados Unidos. Pero no tardan en pasar al debate electoral a cuatro entre Pedro Sánchez, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Soraya Saénz de Santamaría, celebrado dos días atrás. Algunos de los gags son brillantes, como el que presenta a la vicepresidenta como una marioneta movida por dos manos en la parte alta del plató del debate. Lo bordan, como de costumbre.
2) Vice (Discovery Max): Hoy se estrena en la TDT el programa de reportajes que Vice tiene en la HBO. Vice empezó siendo una revista en los noventa y hoy es una empresa multimedia dedicada a poner al día el viejo “nuevo periodismo”, algo así como la revista Rolling Stone del siglo XXI. La primera pieza, Diplomacia en la cancha, es excelente. Un reportero del Vice estadounidense entra en Corea del Norte acompañando a Dennis Rodman y tres jugadores de los Harlem Globetrotters, que van a disputar un partido con el equipo nacional de baloncesto. Las autoridades locales les preparan una excursión para enseñarles lo requetebién que se vive allí, pero el reportero no tarda en darse cuenta de que todo es como un monumental decorado lleno de figurantes. Algo parecido a lo de Jim Carrey en El show de Truman, pero en versión real. En la segunda pieza, ese mismo reportero se adentra en las ciudades fantasma chinas surgidas como consecuencia del último boom inmobiliario. Decenas de rascacielos prácticamente vacíos que convierten la ciudad de Paco El Pocero en Seseña en un pueblecito.
Resumiendo: periodismo de autor, narrado en primera persona, con el reportero opinando sobre lo que ve y explicando a cámara cómo lo siente. Y dos temas nunca vistos en medios españoles. Difícil resistirse a semejante golosina audiovisual.
3) Adán y Eva (Cuatro): Me encantan los programas de citas, especialmente los de humor tróspido (¿Quién quiere casarse con mi hijo?, Un príncipe para…). El trospidismo es todo un hallazgo (ya desde el nombre) y la gracia con la que retrata a personajes, connota o saca partido a situaciones a través del montaje y la música pop es un filón que, de momento, no se agota. Estoy convencido de que esos programas van a formar parte de la educación sentimental de varias generaciones. Pero, tróspidos al margen, nunca consigo cansarme de ver los rituales de apareamiento heterosexual y gay en cualquier formato, incluidos también los realities (Gran Hermano, Gandía Shore).
El problema que tengo con Adán y Eva es que, como son episodios auto-conclusivos, no me da tiempo a conocer bien a los protagonistas. Cada capítulo se graba en solo tres días y eso es poco tiempo para indagar en su carácter y sus relaciones, o para acabar cogiéndoles cariño. Además, se echa en falta más humor, tróspido o no. Hoy, dos veinteañeras chonis se disputan a un empresario de la noche, joven, rico y cachas. Una de ellas, muy borde, le saca las uñas a la otra en plan barriobajero, mientras él disfruta del espectáculo. Podría molar, pero algo falla. Si hace unos días vi la final de Steisy en el trono de Mujeres, hombres y viceversa con el mismo entusiasmo con el que otros siguen la Champions, fue porque Steisy llevaba un año saliendo en el programa y ya era como de la familia. De hecho, conozco mejor a Steisy que a algunos miembros de mi familia. Así que su elección de novio ME IMPORTABA (me llevé un disgusto cuando descartó a Leo, mi candidato favorito). Con estas pájaras no empatizo y no las voy a ver nunca más, así que me da un poco igual lo que les pasa. Aun así, me quedo con ganas de saber cuál de las dos se llevará al maromo.
4) En tu casa o en la mía (La 1): El programa de entrevistas de Bertín Osborne, genuino representante de la derechona española de toda la vida. Esta noche invita a su casa al jurado de Masterchef para hacer publicidad endogámica del show de la misma cadena, así que el tono es incluso más pelota y complaciente de lo habitual, si es que eso es posible. Lamento que no me haya tocado analizar las visitas de Rajoy o Pedro Sánchez, porque esas sí fueron riquísimas en subtexto. La pregunta pertinente sobre este programa de gran éxito, en mi opinión, es la siguiente: ¿Qué tipo de público tiene para que tanto el presidente del Gobierno como el líder de la oposición perdieran el culo por salir en él? ¿A qué perfil de votantes pretendían ganarse conversando distendidamente con Bertín? La respuesta es, simple y llanamente, la España que no nos gusta: esa España rancia, católica, mojigata, alérgica al cambio y generalmente de provincias, donde (muy importante) los votos siguen valiendo más que en las grandes ciudades.
¿El programa? Pues es lo que es. No podemos esperar que Bertín sea un entrevistador incisivo porque él representa a todos esos espectadores conservadores que aspiran a que las cosas sigan como hasta ahora, virgencita-que-me-quede-como-estoy. En tu casa o en la mía es el equivalente televisivo de la revista ¡Hola!, la gran defensora del statu quo, que incluso dio la cara por Urdangarín en pleno escándalo de revelaciones del caso Noos. A mí no me sorprende que en la legislatura de Rajoy haya surgido algo como esto: incluyéndolo en la parrilla de la televisión pública, el PP se ha limitado a cumplir con su parroquia. A favor de Bertín tengo que decir que me gusta mucho como anfitrión. Tantos años jugando a ser un seductor (de medio pelo, vale, pero habrá follado lo suyo, que es de lo que se trata) le han dado tablas para conseguir que sus invitados se sientan relajados y a gusto. Un detalle importante es que sigue la táctica entrevistadora de Truman Capote: cuenta intimidades de sí mismo para que el otro/a se sienta obligado a confesar las suyas. Probablemente, Bertín no sabe que está copiando a Capote, lo cual tiene más mérito: ambos, por diferentes vías, han llegado a la misma conclusión.
5) El desencanto (La 2): ¡Pero bueno! Una de las mejores películas de la historia del cine español, aquí y ahora. El sueño de la razón produce monstruos, y el sueño de la España franquista, católica y provinciana produjo El desencanto. El mítico documental de Jaime Chávarri sobre la familia Panero tras la muerte de un patriarca castrante, con una madre liberada por fin en el ocaso de su vida y tres hijos psicológicamente rotos, pero también brutalmente sinceros y lúcidos. Cuatro personajes fascinantes entregados a un impúdico striptease emocional. En cuanto pongo La 2, lo primero que veo es a Michi pronunciando sus inmortales palabras: “Todo lo que yo sé sobre el pasado, el futuro y, sobre todo, el presente de la familia Panero es que es la sordidez más puñetera que he visto en mi vida. Son todos una pandilla de memos, desde las tías a los famosos tatarabuelos, a lo que te dé la gana”. No sé si quien ha programado la película ha caído en la cuenta, pero es como el reverso del programa de Bertín Osborne: si el cantante es la cara amable de la España rancia, El desencanto es su lado oscuro.
Adoro y reverencio este clásico que conserva intacto todo su poder de fascinación, pero no quiero seguir viéndolo en medio del zapping: hay que disfrutarlo del tirón, de principio a fin, y dejarlo reposar en la cabeza. El desencanto y ya más nada.
6) Top Chef (Antena 3): ¡Yo trabajé en Top Chef! Fue en el verano del 2013, en la fase de montaje de la primera temporada. Luego, snif, no me llamaron ni para la segunda ni para la tercera. Pero no les guardo rencor (bueno, un poco). Me parece un buen entretenimiento, con la ventaja de partir de un formato pensado y diseñado hasta en sus mínimos detalles. Funcionaría igual de bien aunque no tuviera a Alberto Chicote al frente, porque es uno de esos programas que no enganchan por el carisma del presentador, sino por su mecánica y la dificultad de las pruebas.
Hoy se celebra la semifinal de esta edición. Para darle más espectacularidad a la cosa, en el segundo de los tres bloques los concursantes se montan en un tren en marcha y cocinan en un vagón mientras, en otro, chefs que suman quince estrellas Michelín esperan para juzgar sus platos. ¿Por qué un tren? Creo adivinarlo: por la velocidad. Todos los que trabajamos en este medio estamos obsesionados con que el ritmo no decaiga. Y ese tren parece dotar a la prueba de una urgencia que no tendría en el plató. Aunque si Top Chef acaba enganchando es porque los concursantes llevan varias semanas compitiendo y, por debajo del aparente buen rollo, se pueden adivinar los conflictos, las estrategias. Justo lo contrario de Adán y Eva: aquí se profundiza en los personajes.
7) Madrid en la mirada (La Otra): El programa de reportajes de la segunda cadena de Telemadrid dedica la noche a los cambios en las relaciones amorosas en los años setenta y ochenta. Hay imágenes de archivo de la época, fotos de modernos de la Movida, escenas de films como ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste? y un spot con Carmen Maura en plan sexy rodeada de chulazos en bañador. Además, madrileños de pro como la escritora Elvira Lindo, los músicos Jaime Urrutia (Gabinete Caligari), Álvaro Urquijo (Los Secretos) y Antonio Carmona (Ketama), o Juan Luis Cano, la mitad de Gomaespuma, rememoran la llegada de la píldora femenina, la apertura del primer sex shop en la capital, la aprobación de la ley del divorcio, la liberación homosexual, la metamorfosis de Chueca o la aparición del sida.
Tanto el montaje como la voz en off le dan un aire bastante convencional, pero el reportaje me acaba pareciendo una nueva demostración de cómo los medios de masas influyen en la biografía de la gente. Hablan de señoras ocultándole a sus maridos que iban a ver Nueve semanas y media o Emmanuelle, de que el éxito de El lago azul inauguró la moda de citarse en bares hawaianos y de bebidas exóticas, o de cómo un anuncio de camas convirtió en sex symbol a Lorenzo Lamas. Cosas no demasiado trascendentes, pero que sirven para retratar un tiempo y un lugar. Seguro que cuando queramos hablar de esta década también tendremos que citar algunas cosas que vemos hoy en la televisión.
Conclusión: sin necesidad de recurrir a ninguna de las muchas series extranjeras que lo petan y con razón, tirando básicamente de la siempre cuestionada producción propia de nuestras cadenas, se pueden pasar tres horas razonablemente entretenidas. E insisto: no ver la tele equivale a decir que no quieres saber muchas cosas sobre la época y el país en el que vives. La televisión es nutritiva.