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El espejismo

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de los

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catálogos

Por Alexandre Serrano

No hay en mí conciencia más fuerte que la de la diversidad exuberante del mundo ni aversión mayor que la que siento por todos los mecanismos e ideologías que tratan de convertirla en algo uniforme. Precisamente por eso, pocos problemas me inquietan más que nuestra capacidad para conservar, retener y catalogar esa inmensa diferencia sin reducirla o sofocarla en el proceso. Es un conflicto siempre latente y que no cesa de emerger.

El espejismo de los catálogos – O Productora Audiovisual
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From Aaaaa! to ZZZap!
una exposición de Michael Mandiberg, creador del proyecto Print Wikipedia

Así, cuando hace unos días conocí el proyecto de Michael Mandiberg Print Wikipedia, no pude pasar por alto que tocaba justo esa tecla íntima. Se da la paradoja de que mientras nuestro planeta camina hacia una homogeneización sin precedentes, al mismo tiempo genera también la esperanza en métodos más refinados para capturar su riqueza de variables y complejidad. La acumulación de big data o enciclopedias colaborativas en continua expansión como Wikipedia vendrían a ofrecer ese compendio último que hasta ahora nos habría faltado. Pero Print Wikipedia delata con brillante sencillez sus límites: consiste en un software que descarga las bases de datos de la Wikipedia inglesa, las convierte en miles de volúmenes con sus cubiertas y los sube a una plataforma de impresión bajo demanda. Se trata, en realidad, de una acción artística subyugada por esa posibilidad de fijar en un objeto material y concreto toda la pluralidad de lo existente y, a la vez, destinada a evidenciar su futilidad. No ya porque sea inútil imprimir todos esos tomos, sino porque apenas impresos estarían ya desactualizados y una vez más lo fragmentario se habría impuesto. La persecución del todo se resuelve en el extracto, el bosquejo y la parte. La utopía tecnológica no nos acerca más a una solución, solo torna más agónico el problema.

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Centro de almacenamiento de datos de Google. Se estima que se han superado ya los dos zettabytes de datos almacenados en el mundo. El crecimiento prosigue en este mismo instante.

Este dilema es antiguo y angustioso. El ensueño de que la síntesis y la medida pueden triunfar sobre el desorden del mundo ha comparecido a lo largo de la historia, si bien a ningún siglo como al XVIII pertenece la ilusión de que la multiplicidad inabarcable de lo real puede ser clasificada en categorías. Es un tiempo seducido por los inventarios; el siglo de las taxonomías con las que Linneo ordena los reinos animal y vegetal, el del nacimiento de los museos como exposición sistemática del conocimiento y el de la Enciclopedia como compilación definitiva del saber humano. Un proyecto, ilustrado e idealista, comprometido hasta el fondo con esa ficción.

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Plancha de la Encyclopédie de D’Alembert y Diderot, ilustración del artículo dedicado a la química, con los elementos conocidos en el momento de su publicación.

Apenas cien años después, esa convicción ya se estaba haciendo añicos. La filosofía de Nietzsche denunciaba la falsificación que implica cualquier intento de imponer unidad a la caótica proliferación de la vida. Aunque probablemente fue Gustave Flaubert quien mejor escarneció la quimera de querer contener las inagotables formas de la realidad en tratados y centones. Su Bouvard y Pécuchet es la historia de dos ingenuos oficinistas que se aplican a vivir según lo leído en manuales especializados y se condenan así a un fracaso ignominioso en todo lo que emprenden, tenga que ver con la agricultura, la antropología, la química o el espiritismo. Sin embargo, el libro de Flaubert pretende no ser solo una sátira, sino también un sumario de todos esos prontuarios pretenciosos de la época, con su completo desfile de inútiles abstracciones. Un empeño absorbente que empujó a Flaubert a leer más de mil quinientos manuales de todas las disciplinas imaginables y que, en una deliciosa y reveladora ironía, le impidieron, finalmente, llevar a término su obra: Bouvard y Pécuchet también es una obra inacabada.

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Ilustración para Essay on the Modification of Clouds de Luke Howard. Clásico ejemplo de obra ilustrada que ansía clasificar hasta los fenómenos más escurridizos de la naturaleza como la forma de las nubes.

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Fotograma de la adaptación de Bouvard y Pécuchet de Jean-Daniel Verhaeghe.

Tal vez sea la cultura austríaca de principios del siglo XX la que haya sentido de forma más intensa esa escisión entre el impulso ordenador del logos y la diversidad inacabable de la experiencia. Al menos, es la que produce casi paralelamente El hombre sin atributos de Robert Musil y Die Schiffahrt und Flösserei im Raume der oberen Donau de Ernst Neweklowsky. La primera es acaso el ejemplo más acabado de obra moderna que aspira a una representación total de la realidad. Pero no de sus rasgos fijos y esenciales, que Musil sabe ya tan inaprensibles como insuficientes, sino de su ser mutable, babélico, contradictorio y plural. Como tal, está condenada de antemano a quedarse en recensión incompleta y parcial, a diseminarse en muchos finales posibles y abiertos.

Por el contrario, la segunda es la monografía por antonomasia: más de dos mil páginas que, como su título indica, recogen la historia de la navegación del Danubio superior. Y con una voluntad maníaca de exhaustividad no olvidan nada: censan todas los tipos de embarcación y técnicas de uso, las características de las aguas en todos sus meandros y afluentes, las particularidades de hasta los vados y angosturas más insignificantes, los derechos de pontazgo y aranceles, las crónicas de los viajeros que han surcado el río, las anécdotas y chascarrillos que se han contado a sus riberas, las divinidades fluviales a las que se ha rendido culto, los vientos y fenómenos atmosféricos, las herramientas de los barqueros, sus modos de vida, sus tradiciones y argots, los dichos y las canciones con las que amenizan su trabajo y un abrumador etcétera de todo lo acontecido en los 659 kilómetros que median entre Ulm y Viena. Se encuentra en estos tres volúmenes, a los que el ingeniero Neweklowsky consagró su vida, una fe premoderna en el poder del método para capturar hasta los detalles más huidizos de un espacio que, en su vastedad, espeja el universo. Pero como dice Claudio Magris en una hermosa reseña del texto, también a veces esta construcción vacila, pues intuye que hay palabras y gestos que solo existen plenamente en el contexto que los circunda. Y se cuela por esa rendija la sospecha de que ni el más preciso mapa del territorio pueda englobar el territorio entero.

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La historia de la navegación danubiana es objeto de una de las más ambiciosas monografías jamás acometidas por un solo hombre: Ernst Neweklowsky. El último de sus volúmenes, no obstante, quedó inacabado a su muerte.

Borges recita su cuento Del Rigor en la ciencia

La paradoja de este mapa remite inevitablemente a Jorge Luis Borges. El argentino sintió como pocos hombres la fascinación por un símbolo capaz de abarcar el mundo incluso en sus más fugaces particularidades. Es la Biblioteca de Babel, que incluye todos los libros posibles con sus más nimias variaciones, la memoria de Funes, que recuerda cada vivencia en su irrepetible singularidad o el Aleph, ese punto desde el que sería posible observar simultáneamente la totalidad de lo creado. Pero en esas mismas páginas borgianas, como en la metáfora del mapa de su cuento Del Rigor en la ciencia, se aprende que la realidad se sustrae siempre a cualquier intento de aferrarla y que nada puede representar su diversidad infinita sin convertirse en un simulacro o en una redundancia.

Se comprende, por ejemplo, que el apremio de listar con este artículo todas las obras que han abordado la cuestión que lo ocupa nunca quedaría colmado. Uno no deja jamás de sentir nostalgia por esa plenitud y vértigo porque cada intento de adueñarse de la variedad fastuosa de la naturaleza, de su corriente anárquica, esté destinado a quedar incompleto. Pero también percibe que quizás nada la defienda mejor que el hecho de que ningún registro pueda agotarla.