Jordi Costa se despide (temporalmente, no sufráis) de su sección Viñetas robadas con un recorte de El náufrago de A, de Fred. ¿Y?
por Jordi Costa
Aunque hay quien data la primera aparición del término en un fanzine norteamericano de 1964, se suele decir que el concepto “novela gráfica” nació como movimiento estratégico cuando Will Eisner salió en busca de editor para su ambiciosa –y, en ese momento, marcadamente heterodoxa- Un contrato con Dios. Todo esto ocurría a finales de los setenta, cuando Eisner hacía tiempo que había dejado atrás su glorioso The Spirit y su empresa orientada a la elaboración de historietas educativas American Visuals Corporation ya se había visto obligada a cerrar sus puertas. Así pues, clásico en vida de maneras expresivas wellesianas y firme idealista empeñado en expandir las posibilidades del medio, el artista soñaba con publicar un libro que no se vendiese en las tiendas especializadas, sino que conquistase los expositores de las librerías generalistas. Fue por eso que Eisner rechazó la oferta de su editor Dennis Kitchen –que, por aquel entonces, estaba reeditando The Spirit- y tuvo ese golpe de ambición que le llevó a pedir audiencia en la prestigiosa Bantam Books, que no le hubiese abierto las puertas a un simple historietista: al creador de Contrato con Dios se le ocurrió la argucia de decir a sus interlocutores que lo que quería venderles no era un tebeo, sino una “novela gráfica”, término que se diría diseñado astutamente para masajear la autoestima de todos aquellos profesionales de la edición que, en su fuero interno, jamás desearían verse envueltos en eso tan sospechoso a sus ojos como la cultura popular. Bantam Books no publicó Contrato con Dios, pero hubo otros que picaron el anzuelo… y el resto es historia. El éxito de Contrato con Dios consiguió popularizar el término y, a la larga, otros triunfos célebres en esa particular modulación (ambiciosa) de la historieta –en especial, el Maus de Art Spiegelman- contribuyeron a consolidar lo que, a partir de entonces, se convertiría en una útil etiqueta de clasificación dentro del mercado editorial y, en buena medida, un eficaz salvoconducto del medio para alcanzar y seducir a algunos lectores que no se hubiesen acercado a un tebeo ni con un palo.
Por supuesto, en este mundo no hay concepto que se esté quieto y el de “novela gráfica” ha acabado encallándose en un uso que me ha llevado a cogerle una cierta antipatía. Entre otras cosas, porque se ha convertido en una especie de “etiqueta de clase”, que, en la percepción de muchos lectores no especialmente sensibles a las sutilezas del medio, sirve para segregar al tebeo con coartada del tebeo sin (aparente) coartada. Un buen amigo me contó una vez que escuchó decir a alguien: “Yo no leo cómics, yo leo novela gráfica”. Una patada al buen sentido comparable a la del “Yo no veo televisión, veo HBO” o al ese ya periclitado “De la televisión solo veo los documentales de La 2”. Pero, bueno, aunque la objetiva fijación del concepto es esquiva y no es fácil establecer líneas de demarcación, tal y como supo mostrar Santiago García en su imprescindible libro sobre el tema, lo cierto es que, nos guste o no a los viejos cascarrabias como yo, la “novela gráfica” existe y algo hay que hacer con ella, aunque ese “algo” no pase necesariamente por abrazarla incondicionalmente y siempre con el mismo amor. La “novela gráfica” existe, entre otras muchas razones, porque hay algunos autores que lo que hacen no es exactamente historieta. O historieta pura. Ni novela, por otra parte. Son discursos híbridos, donde lo literario y eso que el propio Eisner acabaría llamando, en su ensayo de 1985, el Arte Secuencial forman parte indisoluble de un todo. Pensemos, por ejemplo, en Raymond Briggs. O en la autora de la Viñeta aquí Robada: Possy Simmonds, artista de afiladísima mirada satírica (aplicada a la intelectualidad inglesa de clase media). Una mirada que a mí me recuerda, por ejemplo, a la de la dramaturga, actriz y cineasta Agnès Jaoui.
En los libros de la Simmonds hay mucha letra, abundantes bloques de texto que poco a poco van construyendo microcosmos orgánicos y complejos, ya sean la casa rural que un escritor de best sellers habilita para los retiros creativos de colegas más prestigiosos a los que envidia profundamente (Tamara Drewe), ya sean el pueblecito francés donde se fue de permanente retiro espiritual un viejo intelectual reciclado en panadero que tiende a soñar con las vidas románticas de toda vecina predestinada nominalmente a un destino trágico (Gemma Bovery). Junto a esa escritura aguda, elegante y estilizada, los libros de Simmonds también están cargados de dibujos, que a veces (pocas) funcionan como ilustraciones y contrapuntos del texto, en ocasiones inspiran y sostienen elaborados recursos narrativos y llamativas composiciones de página y, con mayor frecuencia, amplían y desarrollan situaciones aportando una gran sutileza en cuestiones de retrato psicológico y sobreentendidos gestuales. Simmonds, como dibujante, es una gran directora de actores (que no existen). Su lápiz consigue desvelar toda la vida interior de sus personajes de un modo que no siempre han sabido reproducir los cineastas (Stephen Frears y Anne Fontaine) que han llevado sus obras a la pantalla.
La Viñeta pertenece a la página veintinueve del libro Gemma Bovery, editado en España por Sinsentido en 2010 con traducción de Jordi Giménez Samanes. En ella, la protagonista está escuchando en la cocina de su piso londinense a la exmujer de su pareja, que en este preciso instante está endilgándole a los hijos de su fracturado matrimonio como maniobra ofensiva contra esa reciente relación amorosa que le encantaría sabotear. Fíjense en las contrastadas miradas de los dos personajes, en el juego con la profundidad de campo que condena a Gemma al fondo de su desastrada cotidianidad, mientras su antagonista paladea el plato frío de su miserable venganza. No digamos muy alto lo de que Possy Simmonds es una sobresaliente directora de actores (dibujados) y una astuta profesional de la puesta en escena: que no le entren ganas de saltar del territorio prestigiado de la novela gráfica al del quizá aún más glamuroso universo del cine. Que la mayor visibilidad de un medio de expresión no nos deje sin viñetas tan cargadas de capas emocionales como la presente.