Hace unas semanas, Quim Casas escribió un texto laudatorio sobre Tex Avery. Esta vez, hace los honores a otro titán de la animación: Chuck Jones.
George Miller creó su propio universo en 1979 con la primera entrega de la saga Mad Max, y si algo destacaba en aquella configuración inicial era la escasa relación que mantenía con otras películas y disciplinas. Mad Max, como concepto estético y temático, ha influido más que ha influenciado, y la herrumbre en máquinas y vehículos que delata el paso del tiempo y la virulencia del óxido y el polvo ha creado escuela, aunque en la cuarta entrega de las andanzas apocalípticas de Max Rockatansky, Mad Max: Furia en la carretera, podamos encontrar ecos y reverberaciones de otros mitos –el viaje al Valhalla, emprendido de forma reluciente y cromada con spray plateado en la boca– y relatos, sobre todo en papel impreso: como si hurgara en la materia negra de su cerebro, la hija asesinada del protagonista se le aparece en tétricas visiones que recuerdan mucho a las descritas por John Connolly en su serie literaria protagonizada por el detective Charlie Parker, quien también tiene lúgubres visiones de su hija y esposa muertas.
La relación de Mad Max con el cómic sí que resulta un poco más evidente, palpable, reconocible. En esta última película, por ejemplo, la nariz de cuero que ostenta uno de los sebosos y mórbidos villanos recuerda a la iconografía del cómic Boca del diablo, realizado por François Boucq y Jerome Charyn en 1990. Es normal que el film tenga ya algunas transcripciones al lenguaje de las viñetas, algo acostumbrado en el mercado estadounidense del cómic y que ha ofrecido desde adaptaciones de películas de John Carpenter y George A. Romero hasta un cruce entre el esclavo libre Django y el justiciero enmascarado El Zorro hilvanado como guionista por el propio Tarantino, pasando por comic books inspirados en teleseries como Fringe. Más interesante, por planteamiento, resulta la publicación del libro Mad Max: Fury Road – Inspired Artists, editado por Vertigo, en el que dibujantes de estilos diversos, aunque casi todos coincidentes en una cierta estética convulsa, como Simon Bisley, Paul Pope, Bill Sienkiewicz, Dave Johnson, David Mack, Dave McKean y Howard Chaykin, han realizado diversas ilustraciones inspirándose en imágenes concretas de la película.
Pero al hilo de la visión del hombre y la máquina –en conflicto itinerante– que constituye toda la saga Mad Max, especialmente esta última entrega, es difícil no sustraerse al recuerdo de un cómic que marcó un punto de ruptura a mediados de los años setenta cuando, sobre todo en Francia, el denominado noveno arte estaba en fase de constante ebullición formal. Se trata de la revista Métal Hurlant (Heavy Metal en su edición estadounidense, y no es casualidad que tantos grupos del estilo homónimo se inspirarán visualmente en algunas historias de esta publicación).
Métal Hurlant empezó su andadura en 1974 y se extendió hasta 1987, aunque volvió en 2002. Fue ideada y dirigida por Moebius, Philippe Druillet y Jean-Pierre Dionnet, es decir, los Humanoides Asociados. En sus páginas creó Moebius las míticas Arzach y El garaje hermético y, junto a Jodorowski, la hiperbólica saga de John Difool, el Incal y los Metabarones. Richard Corben publicó Den y Blood Star. Paul Dillon pudo desarrollar con calma su excelente serie de ciencia ficción Los náufragos del tiempo, los Schuiten tuvieron tiempo para construir sus tierras huecas, Charles Burns presentó El Borbah y tradujeron Kraken del tándem español Bernet-Segura (procedente de la revista Metropol). También se colaron Milo Manara, Jacques Tardi, Caza, los acupuntores de la línea clara Serge Clerc, Fromenthal y Floc’h o el tenebroso Marc Caro, y Alexis y Druillet mezclaron ciencia ficción y Medievo en Las aventuras de Yrris, con su atavismo no tan lejano al de Mad Max.
Algunas de sus historias se publicaron por primera vez en España en Totem, aunque a partir de 1981 ya tuvo cabecera propia en nuestro mercado a cargo de la editorial Nueva Frontera (los tres primeros números) y de Eurocomic (el resto hasta el último número, el 47). Dominaron en la revista las historias de fantasía y ciencia ficción, los relatos sucios sobre mundos deformados y apocalípticos, el sexo y las máquinas, las comedias negras y vitriólicas, pero también hubo espacio para la tira cómica de Chaland Albertito, el minimalista Robert Crumb de Una historia breve de América y los ditirambos del rockanrolero Frank Margerin o de Jano, con el incomparable El macarra del espacio: tupés con brillantinas, chupa de cuero y ciencia ficción metálica.
La relación que se puede establecer entre Métal Hurlant y Mad Max, además películas de raíz pos-apocalíptica y algunos cómics procedentes de otros ámbitos –el ciberpunk RanXerox, de los italianos Tamburini y Liberatore– es fecunda más allá de las transmutaciones directas: el film de animación Heavy Metal, del que se rumorea que prepara con el mismo título Robert Rodríguez y la serie televisiva de imagen real Métal Hurlant Chronicles. Ciñéndonos a Mad Max, podemos citar Exterminador 17, un guión de Dionnet dibujado por Enki Bilal que trata de la relación entre hombre y máquina (androide) en un futuro tan lejano como imperfecto. Los grandiosos y terrosos pasajes de la fantasía Arzach se transformarían en los desiertos australianos filmados por Miller. El guitarrista con parafernalia nazi imaginado por Voss en Heilman intercambiaría su instrumento con la guitarra de doble mástil que toca como un poseso frente a una muralla de altavoces uno de los esbirros de Immortan Joe, personaje, por cierto, que podría haber adornado cualquiera de las portadas de la revista. El instinto salvaje de los personajes de numerosas obras de Corben inspiraría también los ritos progresivamente más primitivos de la serie Mad Max.
Pero nadie como Philippe Manoeuvre, crítico musical en Rock & Folk y redactor jefe de Métal Hurlant a partir de 1977, para ejemplarizar la simbiosis. Manoeuvre escribió un relato sintético y paródico inspirado en la segunda película de Miller y publicado en las páginas de Métal Hurlant, clara demostración del espíritu similar que unía la revista con la ya consolidada serie cinematográfica. Así empieza: “Los vehículos de Max y de Pappagallo llegan a la carretera. Viendo desaparecer el girocóptero en el horizonte, parten en esa dirección. ¡Ya era hora! Surgiendo tras ellos, el señor Humungus y sus hombres han comenzado la caza. ¡Terror sobre el asfalto!”. Manoeuvre publicó y tradujo después a Charles Bukowski, Harlan Ellison y Hunter S. Thompson, escritores que, pese a las reticencias respecto al cine de algunos de ellos, creo que habrían saludado la aparición de los films de Max Rockatansky. Manoeuvre puede verse en varias fotografías de la alfombra roja de Cannes del pasado mes de mayo, cuando Mad Max: Furia en la carretera fue presentada en el certamen. Allí dijo sobre el film: “Es demencial, es agresivo al estilo de AC/DC, te pulveriza”. Métal Hurlant, metal aullador, metal pesado, metal AC/DC, metal Max…
Exterminador 17 de Enki Bilal.
Escena de Mad Max Fury Road.
Heilman, el guitarrista nazi de Voss.
Coma the doof warrior, el guitarrista del lanzallamas.
Los pesadillas corporales de Richard Corben…
…Y las pesadillas corporales de George Miller.
Boca del diablo de François Boucq y Jerome Charyn.
The people eater, villano de Mad Max.
Portada de Harzak de Moebius para Heavy Metal.
Wallpaper de Mad Max Fury Road.
RanXerox, de Tamburini y Liberatore.
Charlize Theron como Imperator Furiosa.