¿Qué comeremos en el futuro? Una predicción gastronómico-ci-fi de Mar Calpena a partir de las respuestas de la futuróloga de la alimentación Morgaine Gaye.
Carteles soviéticos contra el alcoholismo
De cómo el vodka derrocó,
quizás, la URSS
by Mar Calpena
El alcohol es geopolítica y una de las épocas doradas de la coctelería se solapa, en gran medida, con la Guerra Fría. No sorprende por ello que las complicadas relaciones entre bloques dejaran su huella en lo que bebemos. No solo en la vertiente más anecdótica, bautizando algunos combinados, como el B-52, nombre también de un célebre modelo de bombardero. Pero se cree que en realidad el cóctel debe su nombre a la banda homónima y con el mismo espíritu de cachondeo de los de Athens, Georgia: el B-52 resulta una bomba de licores dulces superpuestos en capas que promete resacas de proporciones atómicas. No, la Guerra Fría se luchó en otros frentes: en el del vodka, por ejemplo.
El vodka tiene una larga tradición en Estados Unidos, pero hasta después de la Prohibición no era más que una bebida exótica que tomaban en sus celebraciones los emigrantes rusos y polacos. A finales de los cuarenta, y a raíz de una operación de marketing de Smirnoff, se populariza muchísimo el Moscow Mule, un cóctel que mezcla este destilado con zumo de lima y cerveza de jengibre en una resultona taza de cobre. Tal sería su éxito que el sindicato de bartenders de Nueva York, movido por los aires del mccarthismo, decretó un boicot radical al combinado. El sindicato hizo un ridículo esplendoroso, porque Smirnoff era una marca estadounidense desde 1931, y el Smirnoff primigenio –quién, de todos modos, ya no tenía nada que ver con la empresa- había sido un ruso blanco exiliado en 1917, cosa que los ejecutivos de la firma no tardaron en sacar a relucir.
Las llamaradas del B-52
Una mula moscovita se sirve en taza metalizada
Meanwhile, in Soviet Russia…
Al otro lado del Telón de Acero, Lenin (que era poco bebedor) había extendido la prohibición de fabricar vodka que los zares habían impuesto unos pocos años antes de la revolución. Pero Stalin era de una cuerda muy distinta, y con él la destilación resurgió con fuerza, entre otras cosas porque el vodka supuso un factor muy importante para la moral de la tropa durante la 2ª Guerra Mundial (Vida y destino de Vassili Grossman está llena de referencias a ello), aunque también hizo repuntar el alcoholismo. Khrushchev, su sucesor, practicó la diplomacia líquida y llegó a un acuerdo con Nixon para intercambiar exportaciones de Stolichnaya y Pepsi Cola. Gorbachev, por su parte, impuso como una de sus primeras medidas la subida del precio del alcohol, para intentar frenar así el consumo desaforado de los rusos. Según algunos kremlinólogos, esto llevó a la práctica al fin de la URSS, porque la embriaguez ya no disimulaba las estrecheces del régimen. Al parecer, un chiste de la época describía la siguiente conversación:
—“He ido a comprar vodka y había una cola larguísima. ¡Maldito Gorbachev!
—¡Vamos al Kremlin a matarlo!
—¡También hay una cola larguísima!”
Naturalmente, cuando el Muro cae, Boris Yeltsin sube al poder y ya no hace falta añadir mucho más. Aunque también se podría argumentar que fueron los soviéticos quienes ganaron en el frente del alcohol: desde mediados de los sesenta el vodka supera ampliamente al bourbon en ventas en Estados Unidos.
A vueltas con el ron
El vodka no ha sido la única trinchera espirituosa de la Guerra Fría. De hecho, esta sigue librándose en el frente del ron cubano. No deja de ser irónico que uno de los cócteles favoritos de John Kennedy –cuyo padre, Joseph Kennedy, se había enriquecido con el contrabando de alcohol durante la Prohibición- fuera el daiquiri, que es más cubano que el Malecón. Los que se pudo tomar a partir de 1960 no llevaban ya en teoría ron de la isla, porque ese año Estados Unidos estableció el embargo que –en el momento de escribir esto- todavía dura. La familia Bacardí había comenzado a diversificar sus intereses en el extranjero ya durante el régimen de Batista, así que básicamente lo que ocurrió cuando su fábrica fue expropiada es que desplazaron la producción a Puerto Rico y -según afirma el libro de Hernando Calvo Ospina Bacardí, la guerra oculta– se dedicaron a financiar el anticastrismo de Miami y a hacer lobby en Washington para el endurecimiento de las sanciones. El ron oficial de Cuba pasó a ser Havana Club, otra empresa que había sido nacionalizada por los revolucionarios, pero Bacardí compró la marca comercial, lo que ha desembocado en una larga y bizantina batalla judicial aún no resuelta. A la práctica, hay un Havana Club que se vende en Estados Unidos, y otro producido en Cuba, que la multinacional Pernod-Ricard distribuye en el resto del mundo. Cuando Barack Obama anunció el pasado diciembre que la prohibición a las exportaciones cubana iba a relajarse, se dispararon las especulaciones entre los aficionados estadounidenses al ron (y a los puros). El levantamiento del embargo puede ser, finalmente, el último capítulo de este conflicto. Una guerra que, como el hielo en un cóctel, el tiempo ha ido diluyendo.
Kruschev y Nixon bebiendo Pepsi
Kruschev y Castro bebiendo vino. ¡Ahora sí!