Can: titanes del krautrock que vuelven a la actualidad por motivos tristes (murió Jaki Liebezeit) y alegres (concierto tributo en Londres). Jaime Gonzalo, a sus pies.
el ácrata antisistema
TEXTO POR
JAIME GONZALO,
ILUSTRACIÓN POR
JUACO.
Exiliados en Argelia al concluir la contienda incivil y pertenecientes al Movimiento Libertario Español en Africa del Norte, el domingo 3 de junio de 1945 varios anarquistas encaminaron sus pasos hacia un ralo descampado, amenazado ya por la expansión urbanística de Argel. En ese solar se recogía una cueva, motivo de la peregrinación. Voces ancestrales aseguraban que en ella había permanecido escondido Cervantes, durante su tercer intento de fuga de los corsarios argelinos. Legitimaban esa hipótesis tres placas y un busto que, ubicados en la gruta entre 1887 y 1925, honraban la memoria del escritor, todo ello sufragado por la colonia española y la Cámara de Comercio de Argel, y con el nombre del cónsul español del momento inscrito en cada una de las ofrendas.
Pedro Herrera, uno de los dirigentes de la FAI, Federación Anarquista Ibérica, y sus acompañantes, se dirigían precisamente al santuario-escondrijo para desoficializar esa apropiación indebida de la figura del manco de Lepanto, con la que los mercaderes reificaban con huero españolismo a aquel prestigioso referente internacional, principando el proceso que a la postre lo convertiría en mascota cultural de estado. Dedicándole su propia placa, los anarquistas perpetraban un acto de valor simbólico, reclamando para la España exiliada, la España vencida, a ese otro desdichado cautivo e inmigrante forzoso que fue Cervantes.
Entre los andarines libertarios cervantinos se hallaba así mismo el navarro José María Puyol, otro militante, durante la guerra responsable de los periódicos ceneteistas Liberación y Emancipación, en esos momentos enfrascado en la finalización de Don Quijote de Alcalá de Henares. Publicado al año siguiente, el libro sería un apasionado, santificador y referencial retrato de un Cervantes utopista y libertario, al que leer desde una perspectiva antifascista en los nuevos tiempos que se delineaban durante la postguerra. “Solo tuvo un amigo: el pueblo”, diría Puyol en los actos celebradores de la colocación de la placa. Para ese autor, Cervantes era un pobre y desafortunado proletario que, reacio a dispensar lisonjas, se resolvía incompatible con el cortesanado, aferrado a la libertad de expresión que podía permitirse en boca de sus personajes, especialmente si estos estaban locos como el senil hidalgo, escapando así de la censura inquisitorial. Un Cervantes que acusa de ladrones a los editores y de sinvergüenzas a los políticos. Un Cervantes crítico, paladín de la libertad, tan republicano como aquellos refugiados que le homenajeaban.
EL CASO DE LA PLACA ROBADA Y LA ANARQUIZACIÓN DE CERVANTES
Medio año después de la colocación de la placa, esta era robada por unos falangistas, o por espías franquistas según otras versiones, y la cueva prácticamente arrasada, sumida en el abandono. Sucedía el hurto seis meses antes del IV Centenario del nacimiento de Cervantes, en 1947. Ese mismo año se iniciaba la colección La Novela Española, editada en Toulouse por la Librairie des Editions Espagnoles, con la publicación de Rinconete y Cortadillo. Organo y portavoz del sindicato CNT-AIT, el periódico Solidaridad Obrera hacía lo propio en París con el Don Quijote de Alcalá de Henares. El Suplemento Literario del Soli, en una de cuyas portadas aparecía don Quijote entre rejas junto al titular “La verdadera España”, se erigía en plataforma del Cervantes libertario, actuando de caja de resonancia del incesante anarcoproselitismo de Puyol, cuya firma se mezclará con las de Max Aub, Lewis Mumford, Eduardo Zamacois, Albert Camus, John Dos Passos y otros colaboradores.
Son múltiples las conexiones vinculantes de Cervantes con el anarquismo. Amigo de Puyol y representante por excelencia de la bohemia hampona, Pedro Luis de Gálvez estuvo durante la guerra al frente de una brigada de milicianos llamada Grupo Cervantes. De hecho, la bohemia madrileña casi en pleno se arracimaba en el meridiano finisecular alrededor del periódico satírico y anticlerical Don Quijote, fundado por el librepensador Eduardo Sojo y con un plantel de colaboradores cuya ideología iba del republicanismo radical al anarquismo: Miguel Sawa, Pi y Margall, Nakens, Bonafoux, Blasco Ibáñez, Dicenta, Barrantes, Rubén Darío, Pío Baroja, Maeztu, los hermanos Machado.
El Quijote sería también libro de cabecera de José Pellicer, fundador de la milicia popular anarquista Columna de Hierro, apodado por algunos el Quijote de la Revolución. En 1937 se publicaba en Barcelona el periódico anarquista El Quijote, “revista semanal de sociología, ciencia y arte”, editada por el grupo ácrata Quijotes del Ideal; aunque se tiene también noticia de que en 1916, en Manzanares, ya existía otro grupúsculo anarcoide llamado Cervantes. En 1937 surgía del mismo modo de la imprenta El Productor Libre, periódico publicado, rebautizando a Alcazar de San Juan y Ciudad Real, en Alcazar de Cervantes, Ciudad Libre. El escritor anarquista Benigno Bejarano redactaba Don Quijote de Francia, de cuyo manuscrito nada se supo al morir el autor en el crematorio de un stalag nazi. Otro hombre de letras, el libertario stirneriano francés Han Ryner, muy popular entre el anarquismo español de los años veinte y treinta, conseguía publicar El Ingenioso Hidalgo Miguel de Cervantes.
Anselmo Lorenzo, el llamado abuelo del anarquismo español, ya había plasmado en letra de molde en 1905 una trilogía de artículos en La Ilustración Obrera bajo el título de El Quijote Libertario, cuya tesis aventuraba que de haber vivido a principios del siglo XX, don Quijote sería anarquista. Federalista y ceneteista, Eduardo Barriobero y Herrán, otro gran admirador de Cervantes, publicaba varios libritos dedicados al escritor como Cervantes de Levita, 1905, y Dos Capítulos de Don Quijote Suprimidos Por La Censura, 1925. En efecto el ingenioso hidalgo reviste trazas de rebelde, enemigo de la injusticia, el disparate y la codicia que arrehojan a la humanidad de todos los tiempos. Un revolucionario. Un anarquista, en fin.
ESPIA, HOMOSEXUAL Y AZOTE DEL CAPITAL
Del talante libertario de Cervantes, ese Cervantes incorrecto que ha querido ocultar la democracia española y la temible industria cultural, neutralizándolo y mercantilizándolo a lo largo de los fastos conmemorativos del IV Centenario de su óbito transcurridos en 2016, da rendida cuenta un libro de reciente aparición publicado por Fulminantes, Cervantes Libertario. Cervantes Antisistema o por qué los anarquistas aman a Cervantes. Obra del historiador y novelista Emilio Sola, a quien también debemos fascinantes estudios sobre los servicios secretos en la época de Felipe II, al que el propio Cervantes sirvió en su red de espionaje llevando y trayendo información de los movimientos turco-berberiscos, pone intempestivo colofón a la cuatricentenaria merienda de negros cervantina. En sus páginas desentraña Sola al Cervantes feminista y libertino, conciliador islamo-cristiano de razas y culturas, anticapitalista, antimonárquico, un hombre sin fe y sin ley que duda de la justicia y lamenta “que el cambio injusto y trato con maraña (la corrupción económica más elemental) sea la nueva ley de esos nuevos tiempos bárbaros por encima de toda ley”.
“Ese es el Cervantes”, prosigue Sola, “que no parece que tengan ningún interés en glosar para que todos lo entiendan”. Un Cervantes social y políticamente sospechoso para las élites políticamente correctas: el que en su juventud se exilia huyendo de la justicia por un delito de sangre, acaso cristiano de raíces judías, encarcelado por presuntas corruptelas varias, padre de una hija extramatrimonial que ejerce la prostitución, supuestamente homosexual él mismo. Pero por encima de todo es el Cervantes totemizado por el anarquismo el que emerge protuberante en un libro que invita a una interpretación mas libre de su obra, “a una lectura libertaria o liberadora que en su tiempo histórico era inviable”. O sea, aplicando la misma hermenéutica de la que hizo uso Pinochet. En 1986, las conclusiones que extrajo el dictador chileno le convencieron de que debía prohibir el Quijote en su país, por la defensa que de la libertad hacía Cervantes y lo inconveniente que eso podía resultar para el Régimen Militar.