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¿Cansancio del lenguaje o lenguaje del cansancio? – O Productora Audiovisual

LENGUAJE DEL CANSANCIO
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¿Cansancio del lenguaje o lenguaje del cansancio? – O Productora Audiovisual

POR CARLOS LOSILLA

ILUSTRADO POR

1.

¿Cansancio del lenguaje o lenguaje del cansancio? – O Productora Audiovisual

KARL KRAUS EN LOS ÚLTIMOS
DÍAS DE LA HUMANIDAD.
ADAN KOVACSICS

En un libro espléndido titulado Karl Kraus en los últimos días de la humanidad, aparecido recientemente, Adan Kovacsics utiliza una estructura innovadora para hablar del escritor centroeuropeo. Mezcla de biografía y ensayo, de recopilación de textos y reflexiones sobre la vigencia de aquel pensamiento, el volumen se construye a sí mismo fragmentariamente, acaba ofreciéndose como un gigantesco puzle que el espectador debe armar y solucionar. Sin embargo, se preguntarán ustedes, ¿propone Kovacsics una conclusión? Yo diría que muchas, pero una de las que más me han interesado tiene que ver, cómo no, con el lenguaje. La degradación moral del período de entreguerras, y por supuesto el nazismo, están para el autor en el origen de nuestro tiempo, lo cual no es precisamente alentador. Y la reducción del lenguaje a un mecanismo cada vez más simple, la pérdida de sus valores como reflejo veraz del pensamiento, y por lo tanto el vínculo que unió ambos, lenguaje y pensamiento, hasta un momento determinado de la historia, dan forma a un panorama que aún pervive y que daría la razón a aquella película de Nicholas Klotz, La cuestión humana, sobre el mundo de la empresa contemporánea entendida como heredera directa de los métodos nazis.

Pero no solo los nazis tuvieron la culpa, y quizá únicamente fueron la punta del iceberg de una situación bastante más compleja. Kovacsics, por ejemplo, retrata a Kraus denunciando el empobrecimiento progresivo del lenguaje periodístico ya en los años inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial, lo cual, según ambos, “había llevado a la humanidad a tal estado de falta de imaginación que le permitía ‘una guerra de exterminio contra sí misma’”. ¿Fue el nazismo no solo la solución final del capitalismo para perpetuarse a sí mismo, sino también el producto involuntario de ciertas clases liberales, incluso intelectuales, que permitieron la degradación del contexto social hasta el punto de abonar el terreno para cualquier tipo de totalitarismo, por horrendo que fuera? Es una pregunta inquietante, y que, insisto, sigue manteniendo hoy día todo su sentido, sobre todo en un país como este. Todo es el resultado de ese “vaciamiento de la palabra” del que habla Kovacsics, que en aquellos momentos ya estaba dejando de ser lo que había sido: “aquello que compromete al hombre consigo mismo y con el mundo”.

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2.

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INDISPOSICIÓN GENERAL.
ENSAYO SOBRE LA FATIGA.
MARTÍ PERAN

Otro libro, Indisposición general. Ensayo sobre la fatiga, también recién salido de la imprenta, me obliga a seguir por estos caminos. Su autor es Martí Peran, profesor de Teoría del Arte y ensayista, que aquí parece seguir los pasos de Byung-Chul Han y otros denunciadores de nuestro estado del malestar actual. ¿De qué se trata? Pues de ese cansancio que ya se ha cronificado en todos nosotros, y que, bajo la lógica aparente de la creatividad y la identidad -también en el ámbito intelectual: el autor declara formar parte de toda esta insania-, esconde una productividad incesante, un elogio práctico del capitalismo, que por fin habría conseguido que no dejemos de trabajar ni un instante, ni siquiera cuando parece que nos ocupamos de nosotros mismos, ni siquiera en nuestro tiempo de ocio, que cada vez es también más productivo. En efecto, lo que Peran llama la “autoproducción de identidad”, nuestras opiniones y fotografías corriendo por ese lugar misterioso llamado Internet, convierte nuestros momentos libres en otro tipo de constructividad social. Cada individuo se fabrica a sí mismo para venderse en el mercado global no solo del trabajo, sino también de las emociones. Fíjense en cómo explica Peran el cariz de ese nuevo capitalismo totalizador (¿o totalitario?): “Si el capitalismo industrial producía mercancía con valor de cambio y el capitalismo postfordista se orientó hacia la producción de subjetividad, hoy la plusvalía se concentra en la autoproducción de identidad. Se ha impuesto la lógica del sujeto de la autoexplotación , ocupado en sí mismo a tiempo completo. La retórica de la emprendeduría y la publicidad ideologizada son inequívocas al respecto […] Esta nueva consigna productiva –hazte a ti mismo—provoca una generalizada hiperactividad nerviosa. A cada momento nos encontramos bajo la obligación de tomar infinitas pequeñas decisiones en todos los ámbitos (laboral, emocional, social…) que supuestamente nos consignan y nos dispensan visibilidad, pero que se han convertido ya en la nueva fuerza del trabajo: no clausura nada y garantizan el beneficio generado por la acción constante de la in-quietud. El sujeto ya se ha confundido con el movimiento incesante de su propia alienación”.

Ante esta situación, dice Peran, la única solución posible es la realización, en la esfera del imaginario individual, de una vieja aspiración de raíz nietzscheana: llevar la vida hacia el exterior de sí misma y expandirla, sustituir la vieja melancolía por la reivindicación de nuestro “derecho a la fatiga”. Más allá de esto, sin embargo, sorprende la similitud entre el “cansancio del lenguaje” pintado por Kovacsics a partir de Kraus y el “cansancio general” que ya parece haberse cernido definitivamente sobre nuestras sociedades contemporáneas. Era lógico. De la misma manera en que el lenguaje empezó a hablar demasiado cuando perdió el sentido, los cuerpos han comenzado a producir demasiado al verse acosados por esa amenaza del ocio programado. ¿Qué hacer durante el “tiempo libre” sino consumirnos a nosotros mismos, convertirnos en protagonistas de programas de televisión, de innumerables selfies, de celebraciones que se encadenan unas con otras, de nuestro propio vacío que pretendemos legar a nuestros hijos, que a su vez continúan esa lógica con sus amigos, sus compañeros sentimentales, sus viajes, sus estudios…? ¿Habrá alguna vez descanso para todos nosotros? Y aún más importante, ese descanso, de existir, ¿nos tentará con esa idea de la “desaparición”, de lo que David Le Breton llama “blancura” en su libro Desaparecer de sí (“un estado de ausencia de sí más o menos pronunciado”, “un cierto despedirse del propio yo, provocado por la dificultad de ser uno mismo”) o exigirá una acción radical para cambiar de verdad el sentido de todo ese delirio? El dilema de siempre: ¿escepticismo o revolución?





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3.

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KNIGHT OF CUPS.
TERRENCE MALICK

Pienso en los libros de Kovacsics y Peran mientras veo Knight of Cups, la última película estrenada (aunque no entre nosotros) de Terrence Malick. Por un lado este cierre de la trilogía iniciada con El árbol de la vida y To the Wonder con absoluta coherencia propone una visión espiritual del mundo y de nuestra propia función en él con una vehemencia y un convencimiento que a muchos irritará y a otros embelesará, como ya sucedió con las anteriores. Por otro, quizá lo más importante no sea eso, sino el modo en que Malick ha llegado a poseer un estilo que no se parece a ningún otro y, a la vez, echa sus raíces en una gran tradición de la historia del cine moderno. ¿Cómo se explica esa aparente contradicción?

Knight of Cups puede resumirse de una manera muy fácil: alguien quiere desaparecer, pero la vida no se lo permite. Se trata de Rick (Christian Bale), un guionista de Hollywood que ha fracasado en todas sus relaciones sentimentales, y que ahora vaga por una ciudad que se parece a muchas otras buscando no se sabe muy bien qué, quizá una redención, quizá la muerte. Pero Malick se niega a exponer todo esto dramáticamente, renuncia a cualquier tipo de explicación convencional. Los personajes aparecen y desaparecen inmotivadamente, de manera que el entorno urbano podría ser una réplica modificada de los escenarios abstractos y metafóricos de los autos sacramentales, o quizá esas ciudades que aparecen en las novelas de Samuel Beckett, a la vez reales e inventadas, o puede que de los lugares alegóricos de La Divina Comedia, por ejemplo. De hecho, no estamos viendo una peripecia realista, sino una ensoñación, una forma de arte que regresa a la Edad Media a través del cine, y que se inclina más por la parábola moral que por el modo narrativo. Las mujeres de la vida de Rick (que incluyen a Cate Blanchett y Natalie Portman) no se miden con él en tableaux domésticos, ni se ponen en escena a través de discusiones o diálogos problemáticos, aunque algo de eso hay. No obstante, lo que más llama la atención es que todo viene dado por sugerencias, por alusiones al pasado, a un pasado que a su vez está incrustado en el supuesto presente que estamos viendo, con la consiguiente desaparición del tiempo fílmico en su sentido más convencional. Mientras tanto, la cámara de Emmanuel Lubezki se libera, se niega a fijarse en planos, de desliza entre figuras humanas y objetos dando visibilidad al aire mismo que hay entre unos y otros, de modo que ese supuesto “estilo flotante” de Malick se hace aquí más necesario que nunca: estamos hablando de cuerpos que podrían ser almas y viceversa, pues Knigh of Cups tiene lugar en el limbo de la expiación, en el purgatorio de quien espera una decisión externa sobre su destino.

Pero las formas de Malick no surgen de la nada, como decía, sino de una herencia cinematográfica que quizá él no aprehenda de una manera consciente, pero que da la razón a Walter Benjamin, y luego a Georges Didi-Huberman, cuando hablan de constelaciones de imágenes, ese concepto a su vez recogido de Aby Warburg. Quiero decir que sitúo una al lado de otra una escena de Knight of Cups y, por ejemplo, otra de La noche, de Michelangelo Antonioni, y puedo ver el lugar desde el que aparecen ciertos elementos. Por ejemplo, la idea del vagabundeo del personaje, llevada al límite por Malick, pero ya presente en el Marcello Mastroianni de aquella película. Y hablando de Mastroianni, ¿por qué no ver Knight of Cups como la particular versión de Malick alrededor de 8 ½ , de Federico Fellini, otra película sobre el mundo del cine y sus fracasos, y otra película en la que alguien camina por su presente y su pasado sin importar las fronteras entre uno y otro? Ingmar Bergman o el Carlos Saura de los setenta ya intentaron también eso, y se convertido en un lugar común de cierta narrativa cinematográfica. Desde el momento en que no existe el plano, en parte gracias a Lubezki, tampoco tienen sentido las delimitaciones temporales que suele establecer esa unidad de sentido, y por lo tanto todo está permitido: más que aparecer, las personas que han tenido importancia en la vida de Rick son convocadas por su propio pensamiento, por una voz over que las llama, o que simplemente las menciona, y allí se hacen presentes, sin importar el tiempo al que pertenecen. De un plumazo, se ponen en duda las nociones de “guión”, de “personaje”, de “drama”, de “ámbito espacio-temporal”… Y solo queda un cuerpo-alma que vaga y vaga por una ciudad infernal que a la vez es el escenario de su vida, mezcla de vivos y muertos, de amores y desamores, intentando extraer un sentido de todo aquello.

4.

Digo todo eso porque Knight of Cups podría ser la representación perfecta de ese estadio actual del “cansancio” o la “fatiga”, de la “desaparición” y la “disolución”, de los que hablábamos a propósito de los libros de Adan Kovacsics y Martí Peran. El lenguaje del cine está llegando a un nivel de agotamiento muy parecido al que describía Karl Kraus. En buena parte de las películas actuales, el plano está ya desprovisto de sentido, para bien o para mal. Y en eso, la película de Malick es contundente y diáfana: filmamos así porque ya no podemos hacerlo de otra manera, pero habrá que extraer un nuevo sentido de estas ruinas del lenguaje fílmico. Y lo hacemos de este modo porque tampoco nos deja de hacerlo de otro la in-quietud del personaje, ese movimiento constante, esa hiperactividad que lo ha obligado durante toda su vida a construirse a sí mismo para, al final, encontrarse con que es solo una deconstrucción de sí mismo, lo que queda de lo que fue. Todo lo demás son retazos, fragmentos inconexos. En este sentido, podrá acusarse a Malick de iluminado, de integrista, de espiritualista redomado, pero no se puede obviar la crítica radical del lenguaje y de la identidad contemporáneos que realiza una película como Knight of Cups. Ni tampoco que lo hace desde un punto de vista estrictamente moral, tanto en lo que se refiere a la ética de la imagen como en lo que respecta al rechazo de una in-moralidad capitalista que está en las orgías que retrata, sí, pero también en la raíz de un sistema económico que ha creado todo ese desasosiego existencial.

Rick está cansado,  pero no puede dejar de caminar, de pasearse entre los restos de lo que fue su vida. Rick ya no puede hablar, no puede utilizar el lenguaje si no es en un monólogo que intenta establecer nexos entre distintos episodios de su vida, a veces sin conseguirlo, para extraer una enseñanza. El cine también está cansado, pero resiste. ¿Y cómo puede hacerlo? Replanteando el lenguaje que una vez defendió. ¿Sirve todavía la puesta en escena, esa manera de poner orden en la vida, en un mundo en el que todo orden moral ha sido excluido? ¿No será vagar lo único que puede hacer la cámara, como el propio Rick, a la búsqueda de destellos de aquella belleza deslumbrante que una vez supuso el cine? ¿Será desaparecer la única solución, y por lo tanto renunciar a lo humano? Sea como fuere, Knight of Cups demuestra que el cine quizá haya perdido su poder narrativo, quizá ni siquiera pueda inventar más allá de lo que ya lo hizo en la modernidad, pero también que hay otras formas de captarlo, y que una película puede ser también un tratado teórico al respecto, del mismo modo que los libros de Kovacsics y Peran podrían ser perfectamente películas de nuestro tiempo, intentos de recuperar un lenguaje que en el fondo una vez estuvo en el origen del cine.

Carlos Losilla