El GIF es el fin del planteamiento-nudo-desenlace. Por eso a Joan Pons ya no le interesa saber cómo acaban las cosas: solo imantarse con el principio.
En aquel momento parecía una buena idea.
Crónica de un redactor asturiano en Londres.
por Pipo Virgós
Capítulo 7
A veces sucede que, después de una temporada gris, un suceso determinado enciende una luz y el futuro se ve mucho más claro, y entonces salgo a la calle con una estúpida sonrisa en la cara como en aquel .
Un ejemplo futbolístico (todo en esta vida se puede explicar a través del fútbol) es el Iniestazo, el de Stamford Bridge. Después de unas temporadas para olvidar, al barcelonismo se le abrió el cielo en un segundo y, cuando ese balón entró, todos los culés supimos que se venía un futuro maravilloso, que ganar todo lo que se ganaría después era solo un trámite. Su efecto fue tan devastador y tan inmediato que yo caí de rodillas y cuando abrí los ojos ya tenía una mujer semidesnuda delante (¡bingo!). Había gritado tanto que conseguí sacar a mi novia de la ducha. Aunque, cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando, me miró con la condescendencia con la que Frodo miraba a Gollum y se volvió al baño.
Back from the Dead.
Estos puntos de inflexión pueden suceder también de manera colectiva. Por ejemplo con el cambio de hora aquí en Londres, cuando literalmente de la noche a la mañana se dejan atrás meses de oscuridad, la vida es más luminosa y sientes la ciudad renacer con la primavera. Una energía que se palpa durante un tiempo en todas las personas.
Y algo así siento que ha vivido mi gremio en el último festival de San Sebastián, que ya no es El Sol sino el Día C. En un breve resumen para los no publicistas: durante muchos años se vino celebrando un festival de publicidad en San Sebastián llamado El Sol, hasta que hace unos años, concretamente en el 2012, abandonó la sede y se trasladó a Bilbao. Al mismo tiempo, otro evento de la profesión, el Día C, peregrinaba por distintas (y maravillosas) ciudades como Barcelona, Madrid, Sitges, Zaragoza, Valladolid o Pamplona en busca de su lugar. Y este año surgió la posibilidad de llevarlo a San Sebastián. Lo que sucede en estos encuentros es más o menos lo mismo en ambos casos. Hay una serie de conferencias de algunos mandarines para nutrir el espíritu y justificar los desmanes; se revisa el trabajo del año; se reparten premios, para gran alegría de unos y gran decepción de otros; y después todo se celebra o se cura con unos txuletones y unos copazos, hasta que finalmente empezamos a besuquearnos y abrazarnos. Supongo que nada muy distinto de un congreso de oftalmólogos.
Es cierto que para hacer todo esto no haría falta ser muy quisquilloso con el dónde, pero entonces que nos expliquen por qué los oftalmólogos se van a Cancún para hablar de córneas. Los lugares tienen una energía, que aplica diferente para cada persona, pero una energía al fin y al cabo. Especialmente aquellos a los que pertenecemos. Nadie es inmune a su pueblo o su ciudad. Normalmente para bien. Recorrer sus calles sin tener que pensar, volver a los bares que conoces, ver a los amigos, suele tener un efecto efervescente. Y la publicidad española pertenece a San Sebastián. Escribió Rilke que el verdadero hogar de uno es su infancia. Y la mía, y la de tantos de la profesión, está en una ciudad que acogió el festival por primera vez en 1987 y nos acunó durante veinticinco años.
Independientemente de lo preciosa que es la ciudad, de lo bien que se come y del mal tiempo que hace, hay algo agarrado a mis entrañas de todas las cenas de agencia en el Portuetxe, de las copas en el Dickens, de los viajes en coche recibiendo rumores del palmarés, del primer premio que me dieron, del año que me salté la gala para meterme en un concierto de Pearl Jam con una de las peores resacas que recuerdo. También de los años que trabajé en Madrid y nuestros excompañeros de Barcelona nos cantaban “Pipo, Paco, Figo, sois unos vendidos”, pero a cambio descubrí el Landa a medio camino y el Museo del Whisky a cien metros del Dickens. Del año de Rubiño 3L o el de ‘Mamá oso’, cuando un compañero de la agencia decidió volver desde el Bataplán al hotel, que estaba en la zona de Ondarreta, dando un paseo por la orilla, meses después de que el Prestige hubiera vertido miles de toneladas de petróleo en el Cantábrico. Iba tan noqueado el pobre que no se dio cuenta hasta demasiado tarde de que había metido los dos pies en un charco de chapapote y se había ido dejando unas huellas negras de pies descalzos tan perfectamente nítidas que todos las pudimos seguir desde el final de la Concha a través del túnel, la calle, el hall del hotel, el ascensor y el pasillo enmoquetado, hasta la mismísima puerta de su habitación, para gran bochorno de su compañero.
Incluso ahora recuerdo con cariño la vez que mi Seat Ibiza decidió a medio camino de San Sebastián que se moriría si bajaba de dos mil revoluciones, por lo que recorrimos la ciudad girando en todos los semáforos en verde, llevaran donde llevaran, y realizando una complicada operación, cuando no había más remedio que detenerlo, que consistía en que el copiloto usara el freno de mano mientras el conductor mantenía el coche revolucionado a golpe de gas (merecía la pena sólo por ver a las señoras abrazadas al bolso y cruzando a la carrera), hasta que al final conseguimos embocar en el parking del Kursaal, y mi coche nunca más volvió a salir.
Todo esto son recuerdos personales, y cada uno tendrá los suyos, pero también son recuerdos de una época de la publicidad a la que haríamos bien en mantenernos conectados; cuando la creatividad española era la primera tras la anglosajona. No soy persona muy agarrada al pasado ni a los recuerdos, pero sí creo que para saber a dónde se va hay que saber de dónde se viene. Y por supuesto creo en los estados de ánimo y en todos los gestos que ayuden a crear dinámicas positivas. Y, la verdad, más allá del palmarés o La Cuchara de San Telmo, la sola vuelta a San Sebastián nos dejó a todos con esa estúpida sonrisa en la cara.
Decía Bill Bryson que hay tres cosas imposibles en esta vida: ganarle a tu compañía telefónica, ser visto por un camarero si él no quiere verte, y volver al hogar. Pero lo hemos hecho, hemos vuelto. Gracias junta, gracias Guille. .