Olvida al Brian Burtler de Vice. Este artista de múltiples facetas es el heredero de Aleister Crowley y Kenneth Anger. Javier calvo separa grano de paja.
Un mundo suculento. El arte de Mal Dean
por Javier Calvo
Pocas veces en la Historia ha habido una identidad tan clara entre un movimiento cultural y un personaje literario como la que hubo entre el underground británico de los años sesenta y Jerry Cornelius, el cruel y hermoso asesino inglés andrógino que es para algunos la mejor creación de Michael Moorcock. Lo que muchos lectores no tenemos presente es que Cornelius no nos ha llegado únicamente a través de las descripciones dislocadas y lisérgicas de su autor. Gran parte de su poder icónico procede también de las perturbadoras ilustraciones de Mal Dean, malogrado artista multidisciplinar que murió de cáncer en 1974, a los treinta y tres años, pero que para entonces ya había conseguido ser una figura clave de la eclosión contracultural de aquellos años.
Corrían tiempos extraños para la cultura británica cuando Mal Dean llegó a Londres, con apenas veinticinto años, procedente de su Liverpool natal, donde había sido compañero de escuela y amigo de John Lennon. Centrada en Ladbroke Grove y Notting Hill, la contracultura londinense de aquellos años florecía como un hongo maligno a la sombra del Swinging London oficial. Jóvenes freaks intoxicados por Burroughs y los beats americanos. Nombres excéntricos para bandas y músicos incipientes: Pink Floyd, Soft Machine, Hawkwind, Steve Peregrin Took. La explosión del free jazz inglés: Derek Bailey, Evan Parker y Hal Bennink. Fanzines, anticomercialidad, radicalismo político y la fabulosa prensa underground del momento, representada por dos publicaciones que se volverían legendarias: el International Times y la revista literaria New Worlds. Mal Dean dibujaría para amba. De hecho, Mal Dean parece una encarnación del espíritu de su tiempo. Una especie de espíritu familiar. Una encarnación de su energía anárquica y efímera.
Dean ya era músico e ilustrador incipiente cuando conoció al legendario “poeta jazz” Michael Horovitz en una comuna beatnik de St Ives. Juntos iniciaron un evento semanal en el Rehearsal Club del Soho donde fusionaban arte, poesía y jazz, a menudo pintando lienzos abstractos en directo con acompañamiento de música improvisada. La popularidad de estos eventos consiguió que a Dean le hicieran su primer encargo gráfico importante: uno de los locales emblemáticos del jazz de vanguardia del momento, el Flamingo Club del Soho, le encargó decorar sus paredes con murales de figuras de músicos de jazz, algo que se convertiría en uno de los motivos más conocidos de la obra de Dean.
El éxito de los murales del Flamingo lo llevó a su vez en 1967 a empezar a publicar sus tiras cómicas en el International Times, el más célebre órgano anti-establishment de la escena, fundado un año atrás por Barry Miles, John Hopkins y Jim Haynes. Para entonces, Dean ya se las había apañado para eludir las restricciones de la ilustración comercial en beneficio de su propio estilo: composiciones muy libres, con figuras rebosantes de energía agresiva, siempre en blanco y negro, con un estilo de sombreado basado en las tachaduras furiosas, además de un espíritu narrativo cercano al cómic, motivos fantásticos y bélicos y una inventiva que siempre se salía de los límites de lo predecible. Sus influencias más obvias incluían el surrealismo, las ilustraciones grotescas y fantasiosas de John Tenniel para Alicia en el País de las Maravillas, las máquinas victorianas fabulosas y humorísticas de Heath Robinson y la sátira sangrante de Hogarth, aunque personalmente creo que el elemento oscuro y maligno de su estilo le venía de las ilustraciones de Mervyn Peake.
A raíz de publicar en International Times, donde contribuyó bastante a definir la línea estética de la publicación, Dean pasó a ser un nombre conocido de la contracultura. Hizo pósteres y anuncios para la Anti University de Londres y para bandas como Jefferson Airplane o la Edgar Broughton Band, además de portadas de discos para artistas como Pete Brown’s Battered Ornaments. Tuvo su primera exposición individual en diciembre de 1967 en el Arts Lab que dirigía Jim Haynes en Drury Lane, un espacio frecuentado por figuras como Lennon, Yoko Ono, Donovan, Leonard Cohen, Lindsey Kemp y David Bowie.
El mismo año fue contratado como ilustrador de la sección de jazz de la revista musical Melody Maker, donde sus retratos vagamente satíricos de los músicos a menudo chocaban con el estilo más convencional del resto de la revista. Al mismo tiempo, empezó a escribir reseñas de jazz y a tocar la trompeta en su propia banda de free jazz, bautizada The Amazing Band, que llegó a actuar en la Tate Gallery y en el programa de un joven John Peel en la BBC Radio One. Y fue también en esta época cuando llegó a New Worlds.
New Worlds había sido probablemente la revista de ciencia-ficción más relevante del Reino Unido desde los años cuarenta, con una historia que se remontaba a la edad dorada del género. El giro radical que experimentaría a finales de los años sesenta tuvo lugar cuando la revista se quedó sin financiación y fue adquirida por Brian Aldiss en 1967 gracias a una beca del Arts Council. Aldiss dio un giro radical a la línea de la revista. Puso en la dirección a Michael Moorcock y empezó a publicar literatura experimental que, aunque influida por la ciencia ficción, también venía del beat, las vanguardias históricas, el arte moderno y el existencialismo. Dean llegó apenas dos o tres números después del cambio de dirección y su llegada fue más que providencial: fue revolucionaria.
En uno de esos matrimonios hechos en el cielo, Mal Dean y Moorcock se convirtieron en tándem casi instantáneo. Nada más llegar a la revista, Dean ilustró El programa final, la primera entrega de las aventuras de Jerry Cornelius, un nuevo antihéroe amoral y ultra-subversivo armado con una pistola de agujas, vestuario de dandy del futuro y un arsenal de máquinas del tiempo. Moorcock ya llevaba años escribiendo las aventuras de Cornelius, pero antes de New Worlds ninguna editorial se había atrevido a publicar su prosa burroughsiana, sus narraciones dislocadas y sus explosiones de sexualidad anárquica.
Los cuatro frontispicios de las fases respectivas del programa se cuentan, en mi opinión, entre lo mejor de la obra de Dean. Sin una relación narrativa estricta con la trama del libro, los cuatro muestran a Cornelius con rasgos casi expresionistas, una sombra de rasgos malvados. Un duende peakeano del submundo del rock y las drogas. Conduciendo su lancha en el primero de los frontispicios, en medio de unas aguas llenas de cadáveres, con la señorita Brunner en el asiento de atrás. Jugando a una máquina del millón que representa el West End de Londres en el segundo, con el rostro tétricamente iluminado en contrapicado.
El Leviatán es el principal referente icónico del tercero, que se eleva gigantesco sobre una multitud simbólica, aludiendo a la fiesta masiva de Jerry Cornelius en la tercera parte del libro. Y el andrógino Cornelius Brenner en el cuarto, bajo una desconcertante faz divina en los cielos. Su torso en pleno ascenso es una imagen mística, en consonancia con el final de la novela: el andrógino conquistando el futuro de la humanidad. Su gesto triunfal con los brazos en alto y los pechos al descubierto haría pensar en la estética hippy de Woodstock si no fuera por la ominosa imagen de las nubes.
Dean se quedaría dos años largos en la revista, especializándose en las historias de Cornelius, de las que llegó a ilustrar las cuatro primeras: El programa final, La División Delhi, El tanque de trapecio y Una cura para el cáncer, que se convertiría en el segundo libro de la saga. En consonancia con el tono de gran guiñol político de la novela, las ilustraciones de Una cura para el cáncer son bastante más satíricas que expresionistas. El amoral obispo Beesley, antagonista de Cornelius durante gran parte del libro, aparece en muchas de ellas, además de las diversas facciones militares del libro, casi siempre usadas como excusa para retratar aviones de guerra y helicópteros, dos de los grandes fetiches del ilustrador. También aparece sexo explícito en varias viñetas, como la ilustración hoy impensable en que una muchacha sodomiza al obispo.
Las cuatro fabulosas portadas que Dean dibujó para New Worlds están entre las mejores de la historia de la revista. En vez de los estereotipados paisajes extraterrestres, jinetes mongoles cargando contra un avión de pasajeros o fragmentos de armadura medieval asomando inexplicablemente en medio de un mar tropical. Todo acompañado de eslóganes irónicos. Además de los de Cornelius, Dean Ilustró una docena de relatos más para la revista, entre ellos The Firmament Theorem de Brian Aldiss y dos textos de J.G. Ballard: Terreno letal y Journey Across a Crater, una versión previa de Crash que no se llegaría a reeditar jamás.
Cuando por fin se publicó en 1969 la edición en tapa dura de El programa final, la portada-comic de Mal Dean continuaba con la lógica de humor perverso de las páginas de la revista. Impresa en tramas chillonas de tintas roja, amarilla y negra –casi como una parodia de Lichtenstein–, la sobrecubierta es un cómic dislocado de dos páginas, sexy y violento, donde autor e ilustrador comparten protagonismo con los personajes del libro. Aparecen risas, llamas, disparos y gritos, pero todas las viñetas están cortadas para que no pueda verse qué está pasando ni a qué aluden. El diseño apunta únicamente a las viñetas centrales, que extraen la última frase del capítulo final lisérgico-místico-jungiano del libro –A Tasty World, Mister Cornelius (“un mundo suculento”)– y la convierten en mantra o eslogan. Del libro, por supuesto, pero también del espíritu de los tiempos. El Cornelius de Moorcock y Dean captura la ilusión de omnipotencia de los sesenta, pero también la voracidad de los ochenta. Es una celebración al mismo tiempo que una amenaza.
A Dean, en definitiva, le debemos la representación más icónica de Cornelius: el cowboy gótico armado con una guitarra eléctrica que muerde un hueso en la portada del número 191 de New Worlds. Es imposible imaginar el origen de esta imagen. Y sin embargo, es la que más asociamos con Cornelius. Hacia 1970, las obsesiones personales de Dean se habían filtrado poderosamente en sus colaboraciones con Moorcock: la cultura victoriana, ciertamente, y la androginia decadentista a lo Beardsley. Pero también su amor por las máquinas y por los aviones de guerra, sobre todo sus amados Spitfire (llegó incluso a hacer una exposición titulada War Machines dentro del Festival de Islington consistente en lienzos de aviones de la Segunda Guerra Mundial).
De forma paralela a la de Moorcock, aunque bastante distinta, Mal Dean estaba experimentando con la mezcla discordante de tonos, épocas y estilos. Ni siquiera se puede decir que compartieran plenamente símbolos ni imaginarios. Eran la pareja artística ideal, pero sobre todo porque los dos eran igualmente impredecibles y porque los dos estaban embarcados en una cruzada contra las convenciones y contra la moral establecida. En sus libros de Cornelius, Moorcock jugaba a ir más allá que nadie (salvo quizás Burroughs). Su tratamiento de la figura del héroe, de la masculinidad y de la narrativa misma era brutalmente paródico. Dean jugaba a convertir alternativamente a Cornelius en payaso y en demonio; su arte coqueteaba con la obscenidad. Se burlaba abiertamente de la estética del rock y de las novelas de espías.
La muerte de Dean en 1974 nos privó de ver cómo habría continuado su carrera. Su estela fue tan corta que no tardó en borrarse del firmamento. A su muerte, en julio de 1974 hubo una exposición retrospectiva de su obra en el ICA de Londres, acompañada de una serie de conciertos en su honor. Al año siguiente, New Worlds, en su número 209 (el 8 de la numeración por entonces en vigor), le dedicó un número memorial, incluyendo ilustraciones suyas y textos, entre ellos un obituario de Moorcock que decía:
“[Dean] no solamente tenía talento, sino que fue uno de los talentos más individuales de su época y tal vez por eso mismo no compartió el éxito que obtuvieron muchos contemporáneos. No se le daba muy bien hacer concesiones y casi todo lo que hacía, lo hacía en sus propios términos –ilustraciones, portadas de discos, pintura, reseñas de discos, tiras cómicas y música– y en consecuencia, todo era casi siempre vital, complejo, sardónico y muy personal.”
La obra de Dean ya habría caído en el olvido si no fuera porque Moorcock insistió en seguir incluyendo sus ilustraciones en las sucesivas reediciones de los relatos de Cornelius. Gran parte de su obra se recopiló en Mal Dean, 1941-74: Cartoons, Illustrations, Drawings and Paintings editado por Bryan Biggs en 1993 y prácticamente inencontrable. Pero la forma de acceder a su obra sigue siendo leer las historias originales del Asesino Inglés. En español se pueden encontrar las ilustraciones de Dean en la edición de Minotauro de Las crónicas de Cornelius y en la recopilación La naturaleza de la catástrofe de Francisco Arellano Editor. Puede que su arte para la saga de Cornelius sea la punta de un iceberg que se hundió hace décadas, pero todavía podemos usarlo para imaginar el resto.