“Seis grados de separación”, ya sabéis de qué va el juego, hombre: unir conceptos, personas, animales o cosas muy distantes en seis pasos que revelan qué todo puede estar conectado.
También es cierto que este pasatiempo a partir de una lectura lúdica de la teoría del caos está un poco superado. Ya está muy visto, sí, vale, de acuerdo. Así que ¿para qué quedarse ahora so lo con seis vínculos cuando se puede establecer un mapa de conexiones de… Un millón de grados de separación?
Es esta una Historia Universal (la que nos gusta a nosotros, al menos) contada a partir de los links. Miqui Otero se deja caer alegre e inconscientemente por el tobogán de la libre asociación de ideas en una chifladura holística por entregas.
Cada capítulo de esta epopeya tiene seis grados para respetar el referente original. Pero como rezaba aquel célebre claim de The Wire, “Everything is conected”:  el final de cada episodio de Un millón de grados de separación siempre será el principio del siguiente. Y así, y si nadie nos detiene antes, hasta el infinito.

ilustración por
Sergi Padró

Un millón de grados de separación


por Miqui Otero

Capítulo IV

De cuando Macaulay Culkin, después de tomar la leche templada con galletas que le ofrecía Michael Jackson, decidió montar la banda definitiva de rock and roll: The Pizza Underground, con la que versionaba en clave roller pizza esos himnos que en su día cantara Nico después de rodar anuncios de licores ibéricos en Cádiz. La cantante de la Velvet Underground fue rechazada una vez en su vida. Lo hizo Serge Gainsbourg, que prefería a rubias más dulces como Jane Birkin, que a su vez tuvo los redaños de encamarse con José Luis López Vázquez en la película La miel. ¿Quién presenció esa escena? Conan. Bueno, o el pequeño actor (nuestro Culkin) Jorge Sanz, que también haría de Arnold Schwarzenegger, futuro gobernador de California, en Conan el bárbaro.

Un millón de grados de separación – O Productora Audiovisual

No es difícil imaginar a Macaulay Culkin encaramándose a una figura de Peter Pan y gritando tras la verja del rancho de Neverland, propiedad de su amigo Michael Jackson: “Esta es mi casa y tengo que defenderla”.
El querubín de Hollywood, el Richie Rich que en el cine podía permitirse tener a Claudia Schiffer como profe de aerobic, se convirtió en el mejor amigo del Rey del Pop después de colaborar con él en Black or White.
Durante el juicio a Jacko de 2005, un escalofrío trepó por la espina dorsal de los que seguían el proceso. Fue cuando, después de asegurar que jamás se había sometido a tratamientos de blanqueamiento, Michael Jackson afirmó que a los niños que visitaban su rancho solo les daba “leche templada con galletas”.
Culkin, que reconoció en su día gastar cinco mil  dólares al mes en heroína y oxitocina, fue su principal defensor. Desde entonces, su carrera (y aquí no hay visos de ironía) ha deparado una sorpresa audaz tras otra: la peli The Wrong Ferrari, que grabó con el antitrobador-antifolk Adam Green (autor de, por ejemplo,  ). Sus iniciativas con el grupo artístico neoyorquino 3MB Art Collective. Sus días compartiendo piso en París con Pete Doherty (“Esta es nuestra casa y tenemos que defenderla”, le debía decir a la poli). Su residencia como dj en el club neoyorquino La Poisson Rouge, donde celebraba sus Macaulay Culkin iPod Nights. Su peli semiautobiográfica Party Monster
Culkin es un personaje encrucijada, un elemento constelación. El 17 de enero de 2011 se dejó ver en el club barcelonés Nasty Mondays. Pero es que después de su relación con Mila Kunis, se le vio alternando con Miss Orense. Sí, quizás conozcan su nombre de los créditos de alguna peli porno: Irene López.
Sin embargo, entre el largo etcétera destaca verdaderamente la joya de la corona del universo Culkin. Ya en su día, en la saga  Solo en casa, el actor dijo: “Señor, bendice estos macarrones con queso calentados al microondas” . Es normal que un cuarto de siglo después formara el combo total: . El secreto de este grupo reside en cambiar la palabra clave de cada temazo de la Velvet Underground por algún término asociado al Mundo Pizza. Así, el camello es sustituido por el dealer de la comida rápida: I’m waiting for the delivery man. Sweet Jane (la referencia a la marihuana) es sustituida por Cheese Days. La lista de hits es incontestable, de un lirismo libre de presunción, de All the pizza parties  a Take a bite of the wild sice.
Es más que probable que de los ojos de Andy Warhol brotaran lágrimas de orgullo tras ver cómo se perpetúa su legado en las nuevas generaciones. Se habría emocionado, por ejemplo, con la versión de su Andy Warhol comiendo una hamburguesa (Culkin hizo lo mismo con pizza):
Culkin revisita aquí en clave paródica el mensaje consumista de Warhol, que en sus diarios afirma que lo que realmente le fascina de las marcas yanquis es que ni por todo el oro del mundo podrías tomarte una Coca-Cola mejor hecha. Que la Coca-C ola es igual para todos. Culkin parece decirnos que una porción de pizza es una porción de pizza para él y para un jeque árabe o para Wesley Willis (ver capítulo 2). Una especie de socialismo ultracapitalista ricachón, similar al que defendía Julio Iglesias cuando afirmó en su día: “Todo español debería tener un jet”.

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En el combo original ideado por Warhol destacaba una figura. Una semidiosa germánica, una Venus rubia con voz de melotrón constipado, una escultura entallada en un traje de mármol blanco flanqueada por el resto de cuervos negros de la Velvet Underground: Nico. Antes de caer en sus redes, dice la leyenda (y las fotos parecen darle la razón a la leyenda) que la modelo protagonizó una serie de  spots del brandy Terry Centenario, una empresa fundada por un irlandés y radicada en Cádiz.
Nico podría haber entrado sin problemas en las coristas Mellizas de Julio Iglesias. Es más, el eslogan de ese anuncio era: “Terry, me va”. Ahora pronuncien ese eslogan imitando a Julio Iglesias (con una pelota de ping-pong en la boca, justo cuando un agente de policía les haga soplar el alcoholímetro después de un after) y verán clara está conexión paranormal. Me ffvah.
Nico, la voz del debut de la Velvet, la misma que aparecería en La Dolce Vita de Fellini, degustó antes el Terry que el Martini. En esa serie de anuncios, había otro protagonista. Un caballo blanco. Uno de esos caballos cartujanos que son capaces de bordar mil florituras, que podrían hacer un mo onwalk sin despeinar su crin. No sería aventurado especular con que la escena de caballo en la playa de La cicatriz interior, la peli de Nico con Philippe Garrel, se inspiró en los anuncios de este espirituoso ibérico.
Explica el cantante español Loquillo en uno de sus libros de memorias que una vez estuvo a punto de irse por ahí con Nico, en la Barcelona ruidosa de los setenta. Bien, quien sí la rechazó seguro fue Serge Gainsbourg. En 1963, Jacques Pointrenaud le ofreció un cameo como pianista en la película Strip-tease. Ojo, spoiler: en efecto, Nico aparecía desnuda (por eso fue prohibida). El inventor de la decadance compuso la banda sonora. Nico grabó la voz para el tema de la película, pero Gainsbourg desestimó esa voz triste, de tuba melancólica.

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Quizás los pucheros de Nico inspiraron otras canciones de Gainsbourg en las que una chica aparece llorando. Pero en 1968 grabaría los sollozos de una belleza rubia más dulce en Je t’aime… moi non plus. Se habían conocido , de Pierre Grimblat, donde Gainsbourg interpretaba a un director de publi que recibía un premio en Venecia. Allí, en la Piazza San Marcos Gainsbourg conoció a Jane Birkin y se volvió chalupa. En la vida real, la primera noche de rodaje ya se la había llevado al hotel.
Mucho más difícil lo tendría el personaje de José Luis López  Vázquez en La miel, de Pedro Masó. En la película, de 1979, Agustín ( Vázquez) siente fascinación por la mamá joven ( Birkin) de su alumno favorito . Sería imprudente aventurar que el amor allí surgió con la misma naturalidad que en Slogan, esa peli sobre la pasión y la publicidad, pese a que en el tráiler de La miel una voz sensual parecía recitar el guión de un anuncio de la Granja San Francisco: La escena de mimos entre López Vázquez y Birkin arroja sobre el espectador la misma sensación de risa tonta, de calma tensa, de incomodidad, que se da al ver a un jabalí desnutrido intentando cortejar a una jirafa radiante en un documental de La 2.

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Quien ve de primera mano esa escena es el pequeño Paco. Paquito, interpretado por Jorge Sanz. Los ojos de Jorge Sanz han visto mucho mundo. Eso es algo indudable. Las laderas de Navacerrada, por poner un ejemplo. Los pectorales de Arnold Schwarzenegger, por poner otro. A muy temprana edad los ojos de Jorge Sanz estuvieron expuestos a estos estímulos durante la grabación de Conan el Bárbaro. De los pectorales de Schwarzi se ha dicho que eran tan voluminosos que apenas podía levantar la espada. Aun así, de niño, algo casi más improbable que el romance entre Jane Birkin y José Luis López Vázquez.
Es curioso cómo el rodaje de esa cinta fantasiosa se vio invadido por la coyuntura sociopolítica de la época. Su director, John Milius, tenía una ideología, por así decirlo, más cercana a la de Charlton He ston que a la de Mahatma Gandh i. Así que solía aparecer en el set con un rifle. Todo cuadró el día que la Guardia Civil irrumpió en el set de rodaje un 23 de febrero. Un 23- F, insisto. El día del golpe de estado de Tejero. Quieto todo el mundo. Y ahí quedó Jorge Sanz congelado en su infancia. Él, nuestro Macaulay Culkin, un tipo que demostró ser más que estupendo en la serie de David Trueba

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Sanz, por lo visto, no guarda buen recuerdo de Arnold Schwarzeneger. Un día, en uno de esos maravillosos entornos (la Ciudad encantada de Cuenca, el desierto almeriense cercano a El Ejido, etc), una mula coceó a la mamá del pequeño y el ex Mister Universo, esa especie de maqueta homínida que crearía otros sucedáneos como Rafa Mora, se-rió-en-su-cara. El destino de Arnold desde entonces sería de lo más caprichoso. Tres años después, pronunciaría una frase que el American Film Institute colocaría en el número veintisiete  de las cien mejores frases de películas de todos los tiempos. Arnold dijo que no era consciente de la trascendencia de esa línea. Nosotros tampoco. Terminator no podía entrar en una estación de policía y entonces soltaba, como alguien que llegara a un supermercado a por leche justo cuando echan la persiana: “I’ll be back” . Ese conjuro, esa frase tan célebre como anodina que luego emplearía de nuevo cuando iniciara su carrera política. Volveremos.