Ese hombre, esquizofrénico y amante de las montañas rusas (cuántas pistas), esa especie de cruce entre Daniel Johnston, Cañita Brava y Screaming Lord Sutch, se llamaba Wesley Willis. Vendía los cedés que grababa en la calle. En esa misma mesa ofrecía también dibujos: de buses, de trenes, de transportes (, hasta el último detalle).
Esto es un cuento de hadas, aunque no lo parezca. Lo descubre Rick Rubin, el primer DJ de los Beastie Boys (también el primer productor de Run DMC y el resucitador de la carrera de Johnny Cash) y le edita dos discos en 1996. Sigue componiendo: sobre las termitas que se comieron sus casas, sobre Arnold Schwarzenegger, sobre la necesidad de cortarse el mullet (de ir al barbero para dejar de sentirte miserable y ridículo).
Fans, cada vez más fans. Sería fácil que Willis, el muñeco michelín afroamericano del art brut, nos diera el paso a otro personaje famoso. Por ejemplo, a Jello Biafra, de los Dead Kennedys, que dijo de él que era la persona más valiente y punk que había conocido y que lo fichó para su sello. Cuando falleció a los 40 años, Biafra escribió un obituario: “Espero que en el cielo encuentre Hendrix y a su amado Otis Redding… Y que evidentemente ellos sean sus teloneros, y no al revés, en un gran concierto”.
También sería fácil que Willis fuera la puerta para rematar este viaje con alguien poderoso. No con Ronald McDonald. Tampoco con Ronald Reagan. Porque el caso es que el culto a este cantautor mendigo de casiotone creció hasta merecerle un cameo en un comic de Wonder Woman firmado por Brian Azzarello (aparece como hermanastro de la súper-heroína).
Pero no es en un disco ni en una viñeta ni en el verso de una canción donde reside este último salto. No, es en su frente. En un boño de su frente. En un enorme chichón. Wesley Willis era tan efusivo que cada vez que saludaba a uno de sus fans lo hacía propinándoles un cabezazo. Un testarazo de amor. Con el tiempo, un moratón y un bulto se instalaron permanentemente en su cabeza.
Ese bulto es el agujero de gusano que nos lleva de una calle de Chicago a otra de Barcelona. Ese bulto, ese bulto que lució también, algunos años antes, un héroe oculto del Paralelo de los cincuenta: Tarrés, Cabeza de Hierro.
Joan Tarrés, la Cosa del Clot, la Masa de Barcelona, el Hulk Hogan del Paral.lel.