Eddie Izzard és un cómico extraordinariamente único: trans, culto y divertidísimo. Kiko Amat lo entrevista a su paso por España.
ENTREVISTA
A TODD McEWEN
“Comiendo müsli no vas a cambiar el capitalismo. Lo único que conseguirás es aburrirte un montón”
ELIGE:
SEXO O LOCURA
POR KIKO AMAT
Lo de Todd McEwen en internet es un poco de El ultimátum de Bourne. Ya pueden googlear su nombre, que solo toparán con un par o tres de (buenas) reseñas de sus libros y una raquítica entrada de Wikipedia que proporciona menos información que Chuck Norris al ser interrogado por sus captores en Desaparecido en combate. Sí, es extraño lo de McEwen. Uno juraría que estuvo en alguna black-op a las afueras de Fallujah, y ahora un coronel siniestro está borrando todos sus pasos.
Después de todo, McEwen no es un don nadie. Ha escrito cuatro novelas y un manojo de cuentos, uno de los cuales fue incluido en Granta (aunque, tal vez por obra del coronel siniestro, no aparecía en portada), lo que suele ser un indicativo claro de hallarse en el alféizar del triunfo, mirando p’adentro. Sea como fuere, algo sucedió y Todd McEwen dejó de estar en el proverbial candelero. Quizás porque, como también hizo Jim Dodge, un soleado día decidió ignorar los imperativos de la vida literaria para dedicarse a la docencia.
Pero todo eso, ya lo saben ustedes, importa menos que un pedo de sardina en mitad del Atlántico. Lo crucial es que Todd McEwen ha escrito al menos dos libros explosivos, procaces y punzantes. Uno, Boston; sonata para violín sin cuerdas (Automática) versaba sobre un hombre corriente y moliente que de repente entraba en crisis y se tornaba un peligroso delirante. Voy a citarme a mí mismo, pues es mi prerrogativa: “Si los libros fuesen clientes de un bar, Menos que cero sería el guaperas cuidadosamente desaliñado y de mirada lasciva que sorbe peripuesto su cóctel en la barra, y Boston; sonata para violín sin cuerdas sería el tarado que recorre el local con las manos en la cabeza, la minga fuera de la bragueta, conversando con gente imaginaria, sangrando por la nariz y tratando a la vez de sofocar un pequeño incendio en su pernera”. Boston era, así, un libro de chifladura a tres bandas: un libro LOCO que hablaba de un LOCO y que conseguía volver LOCO al lector. LOCO al cubo. Su protagonista, William Fisher (alerta friki: se llama como el protagonista de Billy Liar) era una mezcla de Basil Fawlty, Arturo Bandini y Reginald Perrin. O sea, tres histriones maníacos al borde de la neurastenia, juntos y encerrados en un nuevo guión de La conjura de los necios. Me chifló tanto este libro que empecé a recomendarlo como un orate, a diestro y siniestro, hasta tal punto que en un Sant Jordi de hace dos años firmé un par de ejemplares (historia real).
El otro libro del que conviene hablar es Las cinco máquinas simples (Automática). Para empezar, porque habla de follar, y por consiguiente hace trizas el viejo axioma “todos los libros de folleteo son pura ponzoña”. Aquí donde me ven soy un espléndido saltador de longitud cuando topo con fragmentos de sexo gráfico en novelas. Es una de las cuatro cosas que juzgo insoportables en narrativa, junto a sueños, paisajes y animales domésticos. Todd McEwen sortea esta particular fobia escribiendo sobre chingar con truculento sentido del humor y un montón de mala baba + empatía (binomio de lo más escaso). Por no mentar la constante utilización de la palabra “poglia”, que como acaban de comprobar es hilarante por sí sola.
Así pues, hoy charlaremos con Todd McEwen. Lo tengo delante, en Barcelona, en la terraza del bar Silenus, y tiene cara de gato. No, de veras. Parece un gato rechoncho y bonachón, como los que aparecen en la etapa “inglesa” de Disney. Lleva gafas redondas, más pintor pop que músico psicodélico, y el pelo alborotado (short back and sides) de vanguardista antañón. Ya les aviso: McEwen está menos majara de lo que uno sospecharía por el gamberrismo procaz de sus dos obras traducidas. De lo contrario esta charla se habría realizado en una celda acolchada de Sant Boi. Pero lo mejor será, como siempre, que juzguen por ustedes mismos.
Portadas de la edición original de Boston: sonata para violín sin cuerdas y Cinco máquinas simples
La partitura de la canción tradicional irlandesa que inspira la sonata para violín sin cuerdas de McEwen
Boston, tu debut, parece una lista de mis cosas favoritas: borrachez, locura, desnudez gratuita, revueltas callejeras…
[ríe] Es una novela rebelde, sí. No puedo explicar por qué escribí una novela así de rebelde, más allá de que quería pasarlo bien escribiéndola. Yo tenia un trabajo como el de Fisher, el protagonista, pero no lo odiaba como él. De hecho, me gustaba ese empleo. Era en el Instituto de Tecnología de Massachusetts. A media jornada, bien pagado, tres seguros de vida, trabajaba con amigos… Era la época en que aprendí a tocar el violín, y era muy divertido (hasta que un día dejó de serlo). Entonces mi abuelo murió y me dejó algún dinero, y decidí viajar a Escocia. Me casé allí (no duró mucho) y me di cuenta de que era el momento de escribir algo. Tenía un año para intentarlo, y vivía en el campo. En aquella época me inundaba una especie de desapego e ironía constante. Me dio por reírme de casi todo el mundo que conocía, los mezclé y los puse a todos allí. No hay un solo personaje del libro que sea del todo inventado. Algunos de ellos se ofendieron bastante, claro.
Cuando dices que metiste a gente conocida en el libro, ¿te incluyes en la lista? ¿Es Fisher un álter ego grotescamente deformado?
Soy un tipo comedido y educado. No sé si soy buena persona, pero al menos tengo buenos modales [ríe]. Fisher soy yo sin collar. Si dijese todo lo que pienso, sería Fisher. ¿El pequeño hombrecillo loco que llevo dentro? Ese es Fisher.
Fisher sigue la tradición de protagonistas que llevan una vida normal, trabajan en oficinas, tienen novia, etc., hasta que de repente sufren un colapso y se trastornan. Como Reginald Perrin.
Ese tipo de protagonistas alimenta un resentimiento muy grande. No saben lo que quieren, pero saben que lo que tienen no es lo que quieren. Siempre están a punto de ebullición. Todo les ofende.
A mí me recuerda mucho al Sebastian Dangerfield de El hombre de mazapán, de JP Donleavy.
Me han dicho eso antes, pero nunca lo he leído. Otra comparación común es a La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. Hay muchas similitudes entre ambas novelas. Ignatius está más enfadado y es bastante más raro que Fisher. Y no tiene problemas de empleo [sonríe]. Aparte de los perritos calientes. Me encanta ese libro, obviamente. Los dos salieron sobre la misma época, y son anti-republicanos. Anti-Reagan. Son una petición de locura. Y una protesta contra el aburrimiento. Los americanos no estamos oprimidos del mismo modo en que puedes estarlo en otras partes del mundo, de acuerdo, pero aquella época marcó el inicio de un increíble chaparrón de aburrimiento. Yo no soy un tipo poco convencional, pero en aquellos años miraba a mi alrededor y veía a toda esa gente entrando a trabajar en corporaciones terribles. Amigos míos, gente muy inteligente que fichaba para IBM y empresas así, otros que fueron a trabajar a la televisión, y que acababa formando parte del… Problema. En lugar de ser la gente fantástica que podrían haber sido.
La borrachera suele ser una respuesta adecuada al aburrimiento. David Gates decía que si no sabes qué hacer con un personaje, emborráchalo. Casi todos los problemas de Fisher empiezan con él agarrándose una buena.
[ríe] Pensaba en ello el otro día. Creo que en ese libro sale demasiada cerveza. Quizás me estoy haciendo viejo, pero cada vez le veo más la parte no divertida a lo de la bebida. En todo caso, la bebida es el aceite que derramé sobre el libro para que todo fluyera.
Su novia le dice: “William, ¿Por qué estas cosas siempre te pasan a ti?”. En efecto: ¿Por qué toda esta mierda solo le pasa a determinada gente? Una pregunta que me hace mi mujer a menudo, de hecho.
Es auto-obsesión vuelta del revés. Egotismo, cabeza abajo. Alguna gente está orgullosa de las cosas horribles que les pasan. Fisher está obsesionado con sí mismo, aunque si se lo preguntases lo negaría con gran vehemencia. Cree que es un extrovertido, de mente abierta. Sabe lo inteligente que es, aunque por supuesto su inteligencia está siendo descarrilada por todo ese pensamiento mágico. Y eso es lo divertido. Nunca se sobrepone a quien cree ser.
Hay mucho odio cerril en Boston. Fruitlands, la casa hippie, quizás sea una de las fobias de Fisher que comparto con mayor fruición. Y también lo de las malditas pelis francesas.
[ríe] Las películas francesas están muy bien. Me gustan. El problema no son esas películas, sino la gente que va a verlas. No, mejor la gente que dice que va a verlas. Si Holden Caulfield fuese un tío de cuarenta años, sería como Fisher. Holden odia a los “farsantes”, si recuerdas. Odia la falsedad. Fruitlands, esa idea de casa hippie que produce sus propios alimentos y tal, es algo que he despreciado toda la vida. O sea, no estás creando nada orgánico. Comiendo müsli no vas a cambiar el capitalismo; no cambiarás nada. Lo único que conseguirás es aburrirte un montón.
La clavaste al hacer que las hippies del libro dejaran muchas notitas por todas partes. Es algo que hacen, los hippies latosos. “No os comáis mi yogur. Gracias”. Subrayado. Subrayan mucho, también.
[carcajada] Yo tenía unos amigos que vivían en una casa de campo, fuera de Boston, y les íbamos a visitar. Para empezar, creían que como personas eran mucho mejores que nosotros. Eso me sacaba de quicio ya de entrada. No eran mala gente, ¿vale?, pero hacían muchas bobadas inútiles y tenían una concepción muy elevada de quienes eran. El nombre Fruitlands viene de una comuna “trascendentalista” de Massachusetts del siglo XIX que había fundado el padre de Louisa May Alcott, y que fue un completo desastre. Bautizamos así la casa de nuestros amigos. Cuando se lo dijimos no les gustó una pizca.
La Fruitlands original se vino abajo tras un solo invierno, ¿no?
Exacto. No sabían cocinar, ni criar animales, ni cultivar la tierra. Eran todos intelectuales con muy buenas intenciones, nada más.
Lo que une a muchos de estos salvadores de la humanidad es ese tipo de personalidad psicótica que siempre se adjudica la autoridad moral. Ese afán de redimir a la panda.
Tienes toda la razón. Pero eso nunca ha llevado a nadie a ningún sitio, excepto a la más abyecta soledad. Nadie quiere estar cerca de un individuo así. Por desgracia, creo que eso es más y más prevalente hoy en día; lo ves en las artes y en política. Y en el capitalismo financiero. Todos sufrimos por lo que decide esa gente que se auto adjudica la superioridad moral. Bueno, yo intento no sufrir demasiado… [sonríe]
Boston va básicamente de tener una crisis nerviosa y volverse súper-chalupa. Si nos identificamos con Fisher es porque en este mundo lo extraño es que no todos tengamos una crisis nerviosa cada cinco minutos.
Para mí fue un experimento que pretendía demostrar lo fácil que sería para cualquiera de nosotros descarrilar por completo de nuestras vidas. Hace falta muy poco. Fisher conoce a Frank de Oregón porque va muy pedo, y las cosas empiezan a salirse de madre desde allí. Y ya no puede volver atrás. Y todo el mundo empieza a odiarle. Espacialmente las chicas de su vida. Eso es crucial, porque él no pretendía que las chicas le odiaran. Todo lo contrario: quería gustarles. Cruza una línea que ya no puede deshacer. Y todo el mundo en la oficina cree que está como una chota, claro.
Yo, ¿esa línea? La veo mucho más fácil de cruzar de lo que la gente cree. No solo los “locos” enloquecen. Esta sociedad se aguanta con pinzas.
Has dado en el clavo. La gente está muy tensa. Estar vivo en el mundo de hoy en día ya es una cosa muy estresante. La gente se aferra a todas esas cosas (su trabajo, su familia, lo que sea; todos los aspectos “seguros” de la sociedad) con uñas y dientes. Pero todo eso está abierto a una cierta especulación; el libro lo deja claro. Merece la pena pensar en ello. Y Boston es el sitio ideal para que te suceda algo así, porque es una ciudad muy envarada y tiesa. Son la gente más tensa de todos los Estados Unidos, pues tienen que defender esa larga tradición de puritanos, de familias blancas que fundaron los Estados Unidos. Lo que no les gusta tanto es defender las ideas de la ilustración escocesa que condujeron a la revolución americana, porque estaban bastante centradas en la igualdad entre los hombres. Y eso a esa élite de bostonianos ya no les va tanto.
Uno de los grandes problemas actuales es la gente (norteamericanos mayormente, pero están por todas partes) que espera ser feliz todo el tiempo. No, perdón: que exige ser feliz.
Por supuesto. Una de las tareas principales del arte es mantenerte en contacto con la tragedia. No soy budista y nunca lo seré, pero tienen razón en lo de que la vida es esencialmente trágica; y ese debería ser el mensaje de cualquier gran novela. No existen grandes novelas basadas en un protagonista feliz. Ese libro no existe. Todos los grandes protagonistas están llenos de duda, pena y conflicto.
Si la meta de tu vida es ser feliz todo el rato, ¿cómo rayos vas a distinguir los momentos verdaderamente felices? Mientras que si aceptas que una gran parte de la vida es decepción y pérdida, los tiempos felices son la pera.
Sin duda. Asimismo creo que podemos exculpar a los jóvenes de todo esto, pues después de todo están siendo adoctrinados para creer que merecen ser felices todo el rato. A base de música, cerveza o heroína: el mensaje es pasarlo bien y ya está. Es un mensaje capitalista que está grabado en todo lo que hacen.
Me confunde lo que dices sobre el budismo, porque en Las cinco máquinas simples afirmas literalmente: “que le den al budismo”.
Me sabe mal haber dicho eso [ríe].
Eso de aceptarlo todo no me lo trago. A la mierda la “aceptación”.
Cierto. La gente no debería perder su talante natural para la animosidad. Tienes que estar enfadado cuando procede, y tomar decisiones sobre lo que está bien o mal. Y si alguien te está jodiendo, aprender a evitarle.
Hemos hablado de locura, y ahora hablaremos de follar. Primera pregunta: ¿es el sexo lo más importante que existe, o lo más banal? No logro llegar a una decisión firme al respecto.
Los hombres y las mujeres no tienden a hablar entre ellos del tema. Eso sucede raramente. Los hombres tampoco hablan entre ellos del asunto. Las mujeres algo más, según creo. Incluso de la parte mecánica, si les funciona o no… No entiendo por qué ese tabú. ¿Por qué nadie habla de esto continuamente? Nora Ephron dijo que si solo observas a la gente por la calle dirías que nadie hace nunca nada sexual [ríe]. Y es cierto. Es muy raro que convirtamos el sexo en algo visible. Y sin embargo pensamos en ello todo el rato. Nos obligan a pensar en ello, además, y está mercantilizado y todo lo demás. Me siento forzado a reírme del asunto. Porque la situación es extraña, y follar es banal, como dices, a la vez que crucial. La parte más divertida es, en mi opinión, la no-comunicación entre hombres y mujeres.
En plan victoriano. Haciendo ver que nadie folla nunca.
Un ejemplo perfecto. Los victorianos intentaron reprimir el sexo hasta la completa erradicación, y esa mentalidad lo impregnaba todo. Ya sabes que cubrían las patas del piano con telas para que no vieses la desnudez de un mueble.
No fueras a tener una erección inconveniente.
Una erección mueblística [ríe].
Ese debe ser el tipo de erección más insatisfactorio y deprimente que existe. Trempar con una silla.
[carcajada] Sí. Por eso escribí sobre fetiches, que no dejan de ser una alteración (o un desplazamiento lateral) de lo que deberías estar haciendo en la cama. Toda esa gente en mazmorras… El sexo en Hollywood y L.A. en general ya está completamente desencajado de por sí. Creo que es como la apendicitis. Cuando tienes apendicitis, el apéndice se te hincha por toda la mierda que se ha ido acumulando, hasta que revienta. Así es como veo yo a la gente que usa trajes de goma y cadenas. El símil victoriano vuelve a aparecer. Si colocas un dique en el río principal, aquello va a desbordarse por los lados y en los lugares más extraños. La represión de algunos impulsos provoca que estallen de maneras inesperadas.
Monogamia: de nuevo, o es la idea más brillante que ha tenido nunca el ser humano, o la más jodida. Los hippies demostraron cómo el “amor libre” también solía culminar en sumisión y nuevas estructuras de poder. Quizás la monogamia es como el comunismo soviético: un mal menor pero potencialmente pésimo.
[ríe] La monogamia también se parece al comunismo en que nadie lo ha intentado de veras [se carcajea]. Pero aquí en Europa es algo distinto. En los Estados Unidos el adulterio es motivo de crucifixión. Sin enfermedades tal vez el debate sería distinto. La monogamia está ganando terreno, hoy en día. No creo que funcione en general, pero sé que me funciona a mí. Es una idea que tiene que ser re-evaluada constantemente, lo mismo que cualquier tipo de amistad o relación afectiva. Tienes que abrirla de tanto en tanto y echar un vistazo allá dentro, por desgracia. Porque los hombres nunca somos honestos sobre lo que nos pasa o preocupa. Esto es así. No sabemos ni lo que es la honestidad. Hablar de monogamia es posible si no mientes, pero eso está fuera de nuestro alcance. No solo en sexo; si preguntas a cualquier hombre cómo le va todo siempre te responderá que “bien”. Todo va “bien”, siempre. Pero es imposible. ¿Cómo vas a estar siempre bien? [ríe] Hay que re-examinar lo que te sucede. Lo que sucede en relaciones permanentes no-monógamas es que se re-examina más la situación. Quizás. Nunca lo he intentado. Y soy feliz. Aún diría más: ¡estoy bien! [ríe].
En The Wanderers se dice: “Se dio cuenta de que si un día empezaba a llorar, nunca pararía”. Quizás a los hombres nos sucede lo mismo con la honestidad. Intuimos que si un día somos honestos, ya tendremos que serlo siempre. Lo que, por supuesto, es inaceptable.
Claro. En términos de honestidad y de conseguir cosas socialmente, la situación ha llegado a un estado de ebullición. Las mujeres van a tener que tomar las riendas, porque nosotros no somos capaces de hacerlo. Ya no podemos manejar la mayoría de cosas. Mira a tu alrededor: ¿es esto lo que hemos conseguido? Y la deshonestidad forma parte del problema. De cómo se comportan los bancos y los gobiernos. Hombres mintiendo, una vez más.
En Las cinco máquinas simples escribes algo crucial: “Siempre habías insistido en que todo fuese AMOR, incluso la más simple mamada sin importancia; de ninguna otra forma sería honesto o tolerable para ti, y en ese momento te dabas cuenta de que aquello te había mutilado, en tu caso nunca había existido una revolución y el amor y el sexo nunca se habían convertido en estados separados en tu cabeza”.
[levanta una ceja y sonríe maliciosamente] ¿Es ese tu caso?
Bueno, de joven yo era el típico fulano que se enamoraba de cualquiera. Cualquier sosainas se convertía de inmediato en una mezcla de Marie Curie y Liz Taylor, o algo así.
[ríe] ¡Una gran combinación! Bueno, la religión fuerza ese pensamiento en tu cerebro. Hay que huir de ello. Quizás hoy menos que ahora, pero existe aún. Llámalo religión, o tus padres, o la burguesía. Escocia es un sitio de herencia calvinista y todo el mundo está muy reprimido, y eso es una fuente clásica de discusión en la literatura escocesa. El calvinismo, y el rechazo al sexo, y el creer que follar te empujará al tabaco y al whisky. La gente joven ya no piensa así, no son educados bajo la iglesia, y tienen acceso a un mundo de ideas (aunque las utilicen fatal). Existen las drogas y los viajes. Y educación sexual. Hay nuevas formas de represión, pero las antiguas están dejando de funcionar.
Para la gente que confunde amor y sexo acaba teniendo lugar el amor fou de los surrealistas. Follas con alguien, y de repente te vuelves loquísimo.
La propia idea de que el sexo sin amor es condenable o sucio ya es grotesca. Lo que en realidad implica eso (lo que me dijeron mis padres que implicaba) era que destruiría la sociedad. Que la sociedad se derrumbaría si empezábamos a follar sin amor. Mis padres estaban aterrorizados por esa idea. Siguen pensando que es inmoral vivir con alguien sin estar casado (pese a que mi hermana y yo demostramos lo contrario). Mira: yo de joven tocaba la batería (quería ser Ringo Starr) y mis padres se enteraron de que el profesor de música vivía con su novia sin haberse casado antes, y que encima tenían un hijo juntos. Y me quitaron de esas clases. Aquello me llenó de rabia. ¿Qué tenía que ver una cosa con la otra? ¡Era el mejor profesor de música que había tenido nunca! ¡Había llegado a tocar con Grateful Dead! Allí me di cuenta de la profundidad de su miedo. Porque era solo miedo. Miedo e ignorancia.
Dibujo de portada para la edición de Automática de Boston: sonata para violín sin cuerdas