Marga Durá no cree en los ovnis. Pero sí está convencida que hay gente que cree absolutamente en ellos. En este reportaje explora esta fascinación (de los otros).
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Marga
Durá
Viven entre nosotros. Tal vez hayas chocado con alguno de ellos mientras comprabas una barra de pan o te abrías paso en un autobús sardinero. Durante el día nada les distingue de cualquier otro mortal. Sin embargo, cuando cae la noche, se enfundan en su identidad secreta. No son mucho de capas ni de calzoncillos por encima las mallas. Su uniforme oficial no es más que un simple pijama. Permanecen ante su ordenador y, en muchas ocasiones, el alba les pilla perpetrando su actividad secreta. Son los subtituladores de series o fansubbers. Forman parte de una organización planetaria –o interplanetaria porque seguro que alguno habla klinglon- sin ánimo de lucro que dedica tiempo y esfuerzo a ayudar a los más débiles: los que no fueron ungidos con el don de lenguas.
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Affaire
¿Cómo surgieron? ¿Cómo se organizan?¿Por qué alguien preferiría dedicarse a subtitular en vez de practicar el levantamiento de cañas o los estiramientos de sofá? Al analizar la cuestión, me apuñala por la espalda una metáfora en technicolor: veo a los primeros cristianos en sus catacumbas, poniendo la otra mejilla a romanos que pasean sus lorzas por concurridas bacanales y que tienen la cara de Peter Ustinov. ¿No serán los subtituladores los herederos de ese espíritu cristiano primigenio que después se corrompió más que algunos sindicalistas de Manos Limpias? La metáfora se ha instalado en este reportaje y me pide que la invite a cenar. Me convence de que la única forma de tratar este tema es llevarlo a su terreno y acercarme al fenómeno como si se tratara de una nueva religión para tiempos descreídos. Pago la cuenta y le doy la razón.
Denominación de origen
Para que una religión persista, debe poseer un pedrigrí asiático. En la vieja Europa se nos dará muy bien diseñar zapatos, fabricar violines o invadir Polonia, pero en cuestiones místicas, en Asia nos pasan la mano por la cara. Ni los dioses vikingos ni la mitología greco-romana perduraron como religión, aunque sus historias son la mar de entretenidas, eso nadie lo niega. En cambio, sólo hace falta cambiar de continente para toparse con un orondo Buda, un panteón hindú que rige una sociedad ordenada por castas o a Abraham, Jesús y Mahoma, dándolo todo por el monoteísmo. En Asia fabrican religiones que son como las lavadoras de antes: sin obsolescencia programada.
Pues bien, los fansubbers poseen ese pasaporte oriental a la eternidad. Los primeros, que acuñaron este término, fueron los otakus -los seguidores de anime y manga- que allá por los 80, hartos de que nadie tradujera del japonés, se lanzaron a hacer un Juan Palomo. En la mayoría de los casos practicaban lo que se llama retrotraducción. Esto es lo que haces cuando no tienes ni papa de un idioma como el nipón: consigues el texto en francés o en inglés y lo traduces a la lengua de Cervantes. A la sazón, llevaban a cabo complicadísimas alquimias que murieron con el siglo pasado para añadir los subtítulos a arquelógicas cintas de VHS. Con el paso de las décadas, pudieron beneficiarse de los nuevos formatos. Eso sí, los otakus tenían un código de honor digno de los samurais. Lo suyo era por necesidad, no por ahorrarse unas rubias, y cuando una cadena o una editorial adquiría los derechos, retiraban el material de la circulación, so pena de que escribieran su nombre en Death Note. Bueno, esto último es una exageración. Pero cuando el manga y el anime dejaron de ser minoritarios y se convirtieron en lucrativos negocios, la mayoría de los fansubbers dejaron de subtitular y se retiraron con sus disfraces de Son Goku a sus karaokes de invierno.
Proselitismo
Los otakus tenían un objetivo claro: hacer proselitismo de su afición. Y los fansubbers de series han recogido el testimonio. Por ejemplo, Yulifero, un célebre traductor amateur, es un abogado de 52 años que empezó en este mundillo “porque quería que una amiga mexicana que no sabía inglés pudiera ver mi serie favorita: House”. Ella pudo disfrutar de la serie junto a 300 personas más que de media se fueron bajando sus subtítulos.
¿Qué sería de una religión sin proselitismo? Cuando uno descubre la salvación, ya sea en forma de querubines con trompeta o de médico cabrón, es egoísta quedarse con esa buena nueva para uno solo. Y las nuevas tecnologías –que empieza a ser una expresión bastante antigua- posibilitan que los fansubbers no se tengan que pasear cual testigos de Jehová, Atalaya en mano. El concepto de espectador como tipo ensofado que traga lo que le echen está más obsoleto que el fotolog. Los serial lovers saben lo que quieren, cuándo lo quieren y dónde encontrarlo. Además, ya no idolatran el doblaje, se ha producido una “desesnobización” del subtitulado, que antes era el coto de los listillos de clase, al menos en nuestro país. Estos dos fenómenos: el cambio de concepto de espectador pasivo y el auge del subtitulado son el caldo de cultivo. Pero el auge de la subtitulación amateur empezó en 2002, cuando se aprobó en Estados Unidos una ley que obligaba a subtitular todos los productos audiovisuales para hipoacústicos. Esos textos, conocidos como closed captures (CC) permiten que los traductores amateurs no tengan que afinar el oído para comprender los diálogos. A partir de aquí, tanto un erudito de la lengua anglosajona como un mono con google traslate pueden llevar a cabo una traducción. Pero el proceso no es tan fácil como parece. “Consigues los subtítulos en inglés en páginas específicas o en los CC y empleas programas específicos, como Subtitle Workshop para proceder a la traducción. Si has sacado la traducción de los CC, tendrás que ir sincronizándolos a la vez que traduces y eso complica más el proceso”, explica , un traductor amateur de Zamora, profesor de física de profesión, que lleva una década de fansubber. Dos años después de la aparición de los misericordiosos CC, en 2004, se iniciaron las emisiones en HD, lo que facilitó que se pudieran realizar copias de calidad justo después de su emisión. Cuando el pirateo hace su aparición, los derechos de autor saltan por la ventana y el nuevo espectador destierra dos verbos de su diccionario: pagar y esperar.
Adicción
Para llegar al cielo que prometen las series no es necesario mudarse al otro barrio ni reencarnarse en cucaracha. Es un premio inmediato y adictivo. A los seguidores de las series se les puede llamar finamente serial lovers o, sin eufemismos, bingers. Este término inglés proviene de binge-watching que significa “darse un atracón de series”. Una encuesta de la empresa TiVo comprobó que el 91% de encuestados se había pegado algún que otro atracón en su vida (el 40% en la última semana). La redención que prometen produce adicción, no nos engañemos. Un estudio realizado por Neuromarketing Lab demostró que cuando vemos una serie, segregamos unas hormonas tranquilizantes y que cuando no podemos hacerlo, sufrimos una especie de “mono”. Esa inmediatez convierte a los subtituladores en nuestros dealers preferidos. Y, además, nos salvan de los pérfidos spoilers, que acaban siendo la excusa perfecta para pegarnos un binge-watching sin tener que pasar por el confesionario.
El pirateo masivo de series se inicia en el 2004, por la mejora de calidad de los capítulos antes mencionada y a rebufo de Lost. Esa serie despertó al yonkie que habitaba en nosotros y nos hizo perder 3 días y 18 horas de nuestra vida durante seis años, en los pergeñamos inútiles conversaciones sobre un final que resultó más fallido que el Eurovegas de Alcorcón. Pero fue, sin duda, la que colocó un parche pirata por debajo de las gafas de pasta. Únicamente tenías que esperar aproximadamente cuatro horas (dos para la serie y dos más para los subtítulos) para obtener tu pico de humo negro y de “los otros”. Y una vez marcado ese ritmo, ¿cómo predicar sobre las virtudes de la paciencia?
Algunos fansubbers acometen esta empresa. Por ejemplo, en el portal aRGENTeam aseguran que buscan más la calidad que la inmediatez. Se organizan en equipos para que cada subtitulador amateur traduzca unos 10 minutos de la serie y se revisa el producto final. En otros portales, los traductores van por libre y cuelgan sus subtítulos que posteriormente pueden ser revisados o no. Los resultados son irregulares y nunca totalmente profesionales. Pero a caballo regalado…
Sacrificio
Los cristianos primigenios tenían que bañarse en aceite hirviendo para ser el trending topic de la época. Una religión sin algo de sufrimiento es como un gin tonic sin ginebra. Los fansubbers aceptan su sino, renunciando a sus horas de sueño. Yulifero, por ejemplo, consagró ocho horas semanales durante ocho años de su vida a House y tuvo que aguantar estoicamente el ataque de los trolls que le echaban en cara que llamara Goyo a Greg o que empleara con profusión el adjetivo cenutrio. “Me divertía adaptando lo que traducía. Si se iban a ver un partido de fútbol, yo hablaba de la delantera de Athletic y me daban bastante leña por ello”, recuerda. Pero también se pasaba horas descifrando las extrañas dolencias que aquejan a los pacientes del antipático galeno.
tiene la respuesta para los que lanzan la primera piedra: “Yo siempre digo lo mismo: si no te gustan nuestras traducciones, no te las bajes y haz la tuya propia”. Sin embargo, pese a las críticas, también hay gloria en el sacrificio. “Te sube un poco el ego saber que hay tanta gente que disfruta de lo que haces. Yo me encontraba amigos que se habían bajado mis subtitulaciones y se quedaban de piedra cuando les decía que yo era Yulifero”, explica este vasco que tras House colgó los hábitos y ahora sólo se dedica a traducir ocasionalmente lo que él denomina “películas malas”. Más allá de esa sutil inyección de autoestima, los subtituladores no buscan recompensa terrenal. “A estas alturas, si soy sincero, no sé qué es lo que me motiva, supongo que es no perder el nivel de inglés. Nunca me he planteado ganar dinero con ello, ya tengo mi trabajo”, confiesa .
Según la Asociación de Traducción y Adaptación Audiovisual de España (ATRAE), lo mínimo que se cobraría por la traducción de un capítulo de 45 minutos son 300 euros. “Los precios han ido a la baja, tal vez por la proliferación de series, por la crisis y no sé si por los fansubbers. En general, ha habido una precarización del mercado”, explica Natalia Gascón directiva de ATRAE. La subtitulación amateur discurre por canales alejados de la profesionalidad: en cuanto a resultados, soporte y, por supuesto, remuneración. Los portales en los que exponen su trabajo no admiten publicidad, a diferencia de los que cuelgan los productos audiovisuales y reciben los ingresos de anunciantes como premio a un pirateo sin sudor. Pero aún así, la situación de los fansubbers es alegal. Si bien crean una obra nueva, lo hacen en un contexto comprometido. La entrada en vigor de la Ley de Seguridad Ciudadana, más conocida como Ley Mordaza, provocó el 30 de junio de 2015 la clausura de la popular página subtitulos.es para evitarse problemas legales. Así que se puede añadir un nuevo ingrediente para concluir que los fansubbers están fraguando una religión: la clandestinidad que caracteriza los albores de cualquier credo.
Ya lo dijo Ayn Rad: el altruismo acabará con el capitalismo. Así que cuidado con los subtituladores, que tal vez sean el último resquicio antisistema. Y acabo aquí, no sea que esté entreteniendo demasiado a algún lector que quiera lanzarse a buscar los subtítulos del último capítulo de Juego de Tronos.