Adrian Tomine es uno de los grandes nombres propios del cómic estadounidense reciente. Víctor Parkas le hace una entrevista (demasiado) personal.
PorVíctor Parkas
1969: diagnostican trastorno obsesivo compulsivo a Jeffrey Ross Hyman, que en un futuro no muy lejano sería conocido como Joey Ramone, frontman de Ramones, que termina ingresado en un centro psiquiátrico, años antes de defender títulos como I Wanna Be Sedated, Gimme Gimme Shock Treatment, Teenage Lobotomy, Go Mental o Pyscho Therapy. 1971: se inaugura Sex, la tienda de ropa de Vivienne Westwood y Malcom McLaren, que vestiría a Sex Pistols con cuero negro, cruces gamadas y, no menos importante, camisas de fuerza con correas. 1978: los Cramps y los Screamers dan conciertos de punk en sendos psiquiátricos: Napa State Mental Hospital y Camarillo State Mental Hospital, respectivamente.
Accediendo en turismo a Sant Boi de Llobregat, lo primero que encontramos es un cartel que reza “Sant Boi: boig per tu” (Sant Boi: loco por ti). El juego de palabras cobra sentido si se conoce que en este municipio catalán se encuentra el centro de salud mental más famoso de toda la península; un psiquiátrico que es la seña de identidad del pueblo. “Los que nacimos aquí lo vivimos como algo normal”, nos dice una antigua vecina de Sant Boi. “Los santboianos nos sentimos muy orgulloso del psiquiátrico”. Esa (ex)vecina es Silvia Resorte, frontgirl del (ex)grupo punk Último Resorte.
“Estando en el colegio, nos llevaban al psiquiátrico de excursión y para ver películas”, recuerda Silvia. “Algunos de los locos tenían permitido salir a la calle, y unos cuantos se hicieron conocidos en el pueblo”, añade, haciendo referencia a figuras como El Bombero, o a aquel interno que, cada vez que salía del centro de salud mental, se dedicaba a dirigir el tráfico ante la estupefacción de los conductores. Yo, siendo también natural de Sant Boi, pero no contemporáneo de Silvia, nunca les conocí. Para mi generación, los dos enfermos más populares fueron El Nube y El Explotao: el primero ganó el apodo por su querencia a expresar “nu veas como voy”; el segundo, su hermano, por la chaqueta de la banda punk Exploited que lucía en sus early years. Antes de que la bebida acabase con él, YouTube convirtió en eterno al mayor de ellos, con dos vídeos – y que me parten el alma en cinco cada vez que los veo.
Pese al salto generacional, el hecho de que la casa de mis padres tenga vistas al patio del manicomio hace que mi visión y la de Silvia sobre dicho lugar sean coincidentes. “Me parecía un sitio muy majo, lleno de jardines y con talleres para los enfermos”, rememora. “El sitio era chulísimo, aunque creo que, en aquellos años, el acceso no estaba tan restringido como ahora”. A riesgo de resultar demasiado confesional, un par de datos más: el mismo año que compré el Nevermind the Bollocks en el Alcampo de Sant Boi (circa 2005), mi gato se escapó y tuve la oportunidad de acceder a los jardines del psiquiátrico para intentar dar con él; este año, al acercarme al centro para ser atendido por algún responsable con intención de completar este artículo, y además de presenciar unos niveles de seguridad nivel aeropuerto americano, solo obtuve una tarjeta con un número de contacto, al que llamar para gastar saldo en balde. De revisionismo, que también hay, hablaremos más adelante.
“Cuando estábamos empezando con Último Resorte”, prosigue Silvia, “uno de nuestros amigos seguía teniendo contacto con el manicomio”. Llegados a este punto, es conveniente señalar que el Benito Menni, nombre propio del centro, décadas atrás había albergado conciertos de figuras como Jaume Sisa, cantautor catalán que, por su carácter protopunk, serviría de involuntaria avanzadilla al directo que tuvo lugar en dicho espacio el 2 de noviembre de 1979. “Cuando con el grupo llegamos al hospital, los internos nos ayudaron a llevar el equipo”, continúa Resorte, “y nos dirigieron hasta el teatro; el mismo en el que había visto películas de pequeña y en el que, ese día, dimos el que sería el primer concierto de Último Resorte”. Prolegómenos: los enfermos jugaban al pilla-pilla con el grupo mientras en el teatro se proyectaba una película de El Zorro; un espectáculo de flamenco teloneaba al que sería el plato fuerte del día; en un rincón de la sala, de pie, esperaban de forma paciente punks con gabardinas, pelos de punta y gafas de sol. “Eran nuestros primeros seguidores que, junto con los internos y sus familiares, conformaban nuestro primer público”, apunta la cantante. Sin monitores, sin que los encargados del centro supieran el significado del término ‘punk’, y con un cura grabándolo todo en Super 8, sonó el primer riff.
“Dentro de unos segundos vais a morir”, anunció Silvia por el micro. “Los pacientes empezaron a agitarse; a tirarnos monedas; a bailar de forma esquizofrénica. Lo dimos todo y parecían encantados, porque era algo nuevo para ellos: estaban acostumbrados a que les programasen espectáculos de humor o conciertos folk. Por eso creo que les chocó mucho ver a una chavalita en plan agresivo y dando alaridos”. De este concierto histórico para el punk ibérico apenas se conserva una fotografía, pero esta realidad no debe achacarse al malditismo que acompaña al género: el centro de salud (y recuperamos aquí el término ‘revisionismo’) no conserva documentación -ni constancia- de ninguno de los conciertos que se realizaron a finales de los setenta y principios de los ochenta en el Benito Menni. “He intentado recuperar el vídeo que grabó el cura del centro en varias ocasiones, pero no ha habido manera. Supongo que en algún punto se deshicieron de todas esas grabaciones”.
De lo que sí existe documento videográfico es del concierto de los Cramps al que hacíamos mención en la introducción del artículo, y es . “Cuando tocamos en el Benito Menni pensábamos que éramos pioneros en llevar el punk a un psiquiátrico, porque todavía no teníamos noticia de que los Cramps lo hubiesen hecho tan solo un año antes que nosotros”. Tristemente, ese no sería el único patrón que repetiría Silvia: como su compañero de tribu Joey Ramone, también acabó padeciendo una enfermedad mental. “Del 84 al 89, sufrí una esquizofrenia muy, muy grave. Tal y como me la diagnosticaron, dejé Último Resorte y hasta 1996 no pude volver a subirme a un escenario”, nos confiesa. “Hay algo divertido en todo esto, y es que Juanito, nuestro bajista, hizo un test para hacerse pasar por loco para evitar la mili. Yo le ayudé a responderlo, y de ahí nació la canción . Tiempo después, yo tuve que enfrentarme, por prescripción, a un test idéntico. Fue muy chocante, estando en la situación en la que estaba, volver a ver esas preguntas que en su día respondía en broma con Juanito”, revela.
“Superé la enfermedad medicándome y siguiendo los consejos de los doctores, pero no hay que olvidar que la música también tiene un valor terapéutico y transformador, tanto en su consumo como en su práctica; nos relaja a nivel espiritual y nos ayuda a dejar de estar mal anímicamente”. Quizá, por eso mismo, estas actividades subterráneas de la música alternativa siguen, más de tres décadas después, aflorando de tanto en tanto: el año pasado, sin ir más lejos, los japoneses Urbangarde tocaban para los pacientes de un psiquiátrico nipón. Sea en Sant Boi o en Nagano, a las que cantaron Kortatu continúan, al parecer, con buena salud. Mental, por supuesto.