Se dice que Richard Strauss tenía por costumbre tomar una fuente literaria (una historia o un poema) para componer una pieza musical que, en su cabeza, se ajustaba con exactitud al flujo de eventos y de atmósferas de la fuente originaria. Sin embargo, antes de dar a conocer su nueva obra, Strauss suprimía ese punto de partida literario que solo él conocía. Su música contaba una historia, poseía la forma de una historia, pero los personajes y situaciones de dicha historia permanecían encriptados, escondidos.
Nunca llegaremos a saber cuántos artistas trabajan de este modo, utilizando fuentes de inspiración secretas, patrones ocultos. Durante la inauguración de una exposición de trabajos nuevos, el pintor australiano James Clayden posaba con orgullo ante uno de sus enormes lienzos abstractos: formas, contornos, manchas de color, meras sugerencias de cuerpos y posturas. Un espectador que observaba el cuadro exclamó súbitamente: “¡Ah, el final de The Killing of a Chinese Bookie de John Cassavetes!”. Clayden no podía creerlo: su modelo había sido descubierto.
Al ver Eyes Wide Shut de Stanley Kubrick, una canción viene insistentemente a la memoria, acechando el visionado: es The Guests de Leonard Cohen, perteneciente a su álbum de 1979 Recent Songs. Kubrick adquirió los derechos de su fuente oficial –la novela corta de Arthur Schnitzler Relato soñado– en los sesenta, así que es muy probable que, durante las tres décadas que le tomó realizar el proyecto, hubiese escuchado el tema de Cohen. Pero determinar si Kubrick estuvo o no realmente influido por Cohen es irrelevante; lo fascinante aquí es la innegable y extraña mezcla de atmósferas, situaciones e imágenes que se da entre la canción y el film. Cada obra asume su lugar como huésped de la otra.
, Cohen dijo que The Guests era una canción sobre “cómo un alma nueva llega al mundo, en busca del festín, sintiéndose completamente separada de todo, sintiéndose aislada y en exilio. Y cómo el gran autor de esta lúgubre catástrofe, de este valle de lágrimas, empuja a cada una de estas almas hacia la feria, hacia el festín, y hacia el banquete”.
También el film de Kubrick construye un aura mítica, casi cósmica, al tiempo que separa las trayectorias del marido (Tom Cruise) y la esposa (Nicole Kidman), sumergiéndose en un viaje oscuro y angustioso en el que “nadie sabe dónde va la noche / nadie sabe por qué fluye el vino”. La canción de Cohen es un vals; Kubrick hace también un uso expresivo y exhaustivo del Vals nº. 2 de Dmitri Shostakovich. Los motivos recurrentes van y vienen de la canción al film: puertas, pasillos, huéspedes, un banquete orgiástico, el llanto… y, palpitando obstinadamente entre ambos, está este doloroso grito sin fin: “Te necesito… ahora”.