Retorna la serie HHMMSS, textos libres de Iban Petit asociados también libremente con fotografías, en este caso de Claire O’Keefe.
por
Iban Petit
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Historias de una vida minúscula. Parcelas de tiempo con referencias cruzadas o espejos en los que mirarse, dentro y a pie de página.
HH:MM:SS
La incertidumbre
Dentro de doce días publicaré mi primera novela. No puedo dejar de pensar en ello. No puedo dejar de proyectar cómo será todo. Imagino una y otra vez el libro en los estantes de las librerías con mi nombre y mi apellido en el lomo. Imagino la presentación en Madrid llena de críticos y curiosos. Fantaseo con reseñas ensalzadoras y con entrevistas en los periódicos. Esa es la incertidumbre que me hincha y me carcome al mismo tiempo. Sin embargo, a pesar de la expectativa, hace semanas que no logro encontrarle el sentido a todo esto. Toda la coherencia que encontré hace un año para dedicar mi tiempo exclusivamente a escribir se ha diluido. Creo que la construcción de esa primera historia se la ha llevado. ¿Para qué escribir? No encuentro ninguna respuesta seria. Ayer le conté todo esto a mi editor. Me dijo que era normal, que a todos nos pasa. Tengo miedo. El argentino Rodolfo Rabanal trataba de explicarlo en sus diarios: “Mi primera novela no es más que un objeto mío puesto en el mundo para que cualquiera se acerque y lo juzgue”.
El espacio
Es una habitación demasiado grande. Debería de haber sido un salón o un comedor. Lo pensé ayer nada más entrar en ella: el arquitecto frente al plano definitivo del piso, sin poder encontrar alguna justificación seria para una habitación de ese tamaño. Ahora contemplo tu cuerpo tapado por las sábanas. También tu pelo. Creía que fingías dormir, pero tu respiración es demasiado acompasada, demasiado perfecta. Fuera ya ha amanecido. Cierro los ojos. Nos imagino a los dos viviendo en esta habitación y en este país. Junto al armario habría una cocina eléctrica. Nos asearíamos con palanganas de agua tibia y utilizaríamos orinales. Seríamos dos seres sin más horizonte que crear y cultivarnos.
La fantasía
Harriet Burden, la protagonista de El mundo deslumbrante, de Siri Hustvedt, dedicó los últimos años de su vida a exponer su obra a través de jóvenes artistas masculinos a los que utilizó como máscaras. Buscaba así reivindicarse como mujer creadora en el mundo cultural neoyorquino de finales del siglo XX, al que tachaba de machista. Creo que yo debería hacer lo mismo con mi primera novela, pero con un escritor mediático. Con David Trueba o Manuel Rivas, por ejemplo. Los críticos la alabarían y las ventas serían excelentes. Al cabo de un año, destaparíamos la farsa y yo me erigiría como el defensor del talento oprimido de los escritores noveles en España frente al malévolo mercado editorial. Esta fantasía podría ser una buena razón seria para seguir escribiendo.
El futuro inmediato
Despertarás dentro de unos minutos. Me mirarás y sonreirás. Te besaré. En media hora, saldrás del cuarto de baño con el pelo mojado enroscado en una toalla. Desayunaremos en la terraza del bar de abajo, frente a la playa. Llevarás puesto tu vestido azul y el viento lo zarandeará mientras extiendes mantequilla en las tostadas. Un hombre y un perro pasearán por la arena. El perro correrá y las olas serán grandes. Prometeremos regresar en verano y así poder bañarnos en el mar. Prometeremos estar juntos siempre porque nos hemos encontrado.
El futuro lejano
En Las correcciones, el norteamericano Jonathan Franzen describe la vida de los Lambert, una familia acomodada, a la que aparentemente no le ocurre nada más allá del paso del tiempo. Franzen despliega en esta novela una atmósfera íntima asfixiante en la que el amor acaba resultando un elemento clave para todos los personajes: bien como un ingrediente que los hace estar más vivos, bien como una mordaza que los agarrota.
Sé que esto pasará. Que se lo llevará el tiempo. Que los días volverán a pasar rápido. Que nuestro deseo incontrolable de estar juntos se diluirá, que ya no seremos amantes, que no te esperaré para cenar porque así podré ver el fútbol por la tele. Sé que tendremos dos hijos. Que se llamarán como tú quieras llamarles. Sé que discutiremos por el color de las paredes y porque no te escucharé cuando me hables. También porque yo no querré volver a ir de vacaciones a Portugal, por mucho que tus padres tengan aquí esta casa. Sé todo eso y me odio por saberlo. Pero sé todo esto y estoy convencido. De que serás tú quien me dé razones serias para seguir escribiendo. De que será a ti y nadie más a quien querré contemplar nada más despertarme.