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Glòria Bonet
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Glòria Bonet
Sí, era a finales de los ochenta y reinaba lo postmoderno. No quedan tan lejos, pero nos separa una distancia insuperable. Ese lugar de la memoria donde la televisión lo era todo, Michael Jackson vendía treinta millones de copias de Bad y el artista Jeff Koons iba a casarse con la actriz porno Cicciolina. Vaya tres. Sus biografías son el catálogo de usos y costumbres de toda una época. Un adulto tipo muñeco roto encerrado en su megachiquipark, un especulador del arte forrado y una pornostar reciclada a política.
“Quería crear un icono de él [de Michael Jackson] de forma muy semejante a Dios. Pero siempre me ha gustado la radicalidad de Michael Jackson; que él no haría absolutamente nada de lo que era necesario hacer para comunicarse con la gente”. Jeff Koons.
Koons conoce los resortes de su tiempo. Por encima de ser artista lo que persigue es ser conocido, y para ello se sirve del poder de los medios de comunicación de masas. Así que presenta una pieza blanca y dorada del cantante Michael Jackson con su chimpancé Bubbles. Una especie de figurita Lladró superlativa de tamaño natural. Y la figurita se vende. Que si se vende. Por más de cinco millones y medio de dólares. ¡Esto es el fin!
“Gott ist tot”, Dios ha muerto, proclama Nietzsche en 1882. Cien años después el filósofo del arte Arthur C. Danto certifica el fin del arte. Si Dios ya no es capaz de actuar como fuente del código moral y teleológico, el arte según Danto ya es incapaz de crear una línea narrativa sólida y progresiva. Esto no quiere decir que se haya parado la producción, por el contrario, puede que nunca haya habido tantos artistas (y conscientes de serlo) como ahora.
¿Qué tipo de latido artístico y de pensamiento encontramos en esos ochenta tardíos? Que toda la esperanza positivista de la modernidad se hace añicos. La modernidad iba ligada al idealismo, al progreso imparable, al racionalismo. Era optimista. Confiaba en la razón y la ciencia. La posmodernidad refleja la decepción ante estas ideas edificantes y su abandono. En la lógica posmoderna, ¿de qué ha servido el progreso de la ciencia y la tecnología? Para fabricar la bomba atómica. ¿Dónde nos lleva la racionalización del trabajo? A la enajenación al hombre. ¿Qué han traído las industrias de escala? El desequilibrio ecológico y las crisis económicas cíclicas. ¿Cómo se ha llevado a cabo la descolonización? De manera bélica e injusta con el Tercer Mundo. ¿Quién se ocupa de las minorías? Ellas mismas, o sea, muy pocos. Ante tanto desánimo progre, Reagan y Thatcher ganan las elecciones.
En arte ya no podemos referirnos a un estilo troncal, sino a una disparidad de manifestaciones artísticas que han sido llamadas ‘contemporáneas’ a partir del momento que se toma conciencia de que ya no son ‘arte moderno’ hecho en el ‘presente’, sino precisamente una respuesta (o incluso una reacción) al arte moderno. Tampoco todas las manifestaciones del momento pueden ser etiquetadas como postmodernas, pues sería identificar posmodernidad con contemporaneidad, lo que no ayuda a entender y describir este momento esencialmente no-convergente. A ello se suma que, desde los sesenta, los artistas hayan presionado para eliminar los límites del arte, dejándolo en una situación borrosa.
Puppy, de Jeff Koons, 1992. El West Highland terrier gigante completamente cubierto de plantas en flor emplea la iconografía más edulcorada -flores y perritos- en un monumento al sentimentalismo.
Obra de Barbara Kruger, 1987. Al entrar a formar parte del mundo del arte comercial, la artista recibió críticas, puesto que la sociedad de consumo era la diana de sus protestas. En una entrevista afirmaría que al introducir sus obras en galerías famosas no pretendía crear contradicciones, sino ser parte de ese mecanismo de expansión que es el mercado y dijo: “Empecé a entender que fuera del mercado no hay nada”.
Vayamos por partes. Para Arthur C. Danto, la evolución del arte ha conocido tres etapas: la Prehistoria del arte (de antes del 1400 d. C.), la Historia del arte (que dura hasta los años sesenta del siglo XX, cuando se agota), y la Posthistoria del arte. El arte posthistórico ha ascendido al estadio de reflexión filosófica, dejando lo físico o visual a punto de desaparecer, o reducidos a anécdota, tal y como a principios del XX había sucedido con la noción de belleza, considerada como algo ñoño. A menos que a alguien le resulte mono el perrito de Koons, que también puede darse el caso.
Las reflexiones sobre el arte en el período Histórico habían considerado cada movimiento sucesivo como estadio final y culminación de lo que es el verdadero arte. Esta lectura lineal y prepotente desaparece en la contemporaneidad. Porque no hay un arte más verdadero que otro y no debe haber una sola manera de practicarlo. La definición filosófica de arte debería contemplar cualquier forma de arte. No puede ser excluyente ni ir en contra de determinadas propuestas. La crítica deberá ser pluralista ante las infinitas direcciones, canales, lenguajes y plataformas del arte contemporáneo. Ernst Gombrich, astutamente, afirmó que el arte en sí no existe, existen solo los artistas con sus obras.
Respondiendo al esnobismo del arte moderno de mediados de siglo XX y al alejamiento entre este y la sociedad, el arte postmoderno, bastante más trash, tiende a ser figurativo en lugar de abstracto, más local que universal, popular, accesible, menos pomposo. El arte contemporáneo quiere huir de la ‘jaula de hierro’ del pensamiento ilustrado y la racionalidad instrumental dominantes a lo largo de los dos últimos siglos.
El arte fuera del museo, de la jaula, cobra nueva vida. La cultura popular, la cultura underground o alternativa, y al extremo la contracultura, aparecen como nuevos agentes en una partida que hasta ahora jugaba en solitario la alta cultura. Warhol será de los primeros que por el hecho de presentar la cultura pop como tema artístico pone en duda el espacio del museo. La cultura y el arte están en la calle.
Hacia los años setenta en Nueva York se hará patente que se han terminado los movimientos artísticos y el público apostará por talentos individuales. Por un lado se incentiva la pluralidad a la que nos referíamos más arriba, pero por otro, este mecanismo significa la escalada de la cotización del artista, de su caché, en una dinámica económica y comercial que inaugura un nuevo tipo de consumo del arte. Se expande la idea de que el ciudadano es por encima de todo consumidor. Lo que consumimos y cómo lo consumimos funciona como un indicador de clase. El arte es un bien de consumo más, pero de los que dan estatus. Los medios de comunicación y la publicidad hacen gran parte del trabajo en la seducción consumista de las masas (denuncia omnipresente en la obra de Barbara Kruger).
Judy Chicago y su The Dinner Party, obra feminista de 1979 en la que una mesa triangular con treinta y nueve platos sobre un mantel bordado homenajea mujeres mitológicas o históricas.
Algunos tachan la postmodernidad ser un estadio cultural de veneración del capitalismo y del neoliberalismo (como hace pensar en la obra del artista Julian Schnabel). Pero también se afirma lo contrario, que actúa de manera crítica, o en todo caso irónica, aunque sea desde la fragmentación (el feminismo de Judy Chicago, por ejemplo).
Andy Warhol con sus Brillo Box da la vuelta a las expectativas respecto al arte y nos hace penetrar en la postmodernidad más juguetona. Su propuesta reúne las constantes del nuevo escenario postmoderno: apela a la cultura de masas, de la televisión, es de consumo rápido por su contenido banal, no conlleva un discurso elaborado ni crítico, es una parte descontextualizada cogida de un todo, incorpora la etiqueta de ¡Nuevo!, es un simulacro, es una suplantación, es ilusoria (como las fotografías de Cindy Sherman), nos seduce pero nos hace permanecer pasivos. Como público estamos listos para dar la bienvenida a la sociedad del espectáculo.
Los postmodernos han potenciado el valor comunicativo de los objetos, tejiendo un discurso eminentemente irónico, de parodia, como de vuelta de todo, único antídoto ante la hipocresía inmanente al mundo (Maurizio Cattelan lo logra ridiculizando el catolicismo), y aporta un aroma de cierta etnicidad o primitivismo, no exentos de tics kitsch tendiendo al pastiche. El eclecticismo historicista y las hibridaciones constantes son evidentes en la arquitectura postmoderna (solo hay que observar el amplio muestrario de Ricardo Bofill). Se ha diluido la intervención ejecutiva del artista en favor de la participación activa del público (como en las cenas de beneficencia del artista de origen argentino Rirkrit Tiravanija). Es un arte vivo, de la actualidad, de lo que está pasando, segundo a segundo. El artista buscará la promoción personal a través del sensacionalismo y la extravagancia (Damien Hirst se lleva la palma), borrando la frontera entre profesión y vida privada (Joseph Beuys es el padre de la criatura), utilizando a menudo el propio cuerpo (Orlan, por favor, ¡para!).
Andy Warhol con las cajas de madera Brillo Box, de 1964, aparentemente idénticas a las del producto comercial Brillo producidas de forma seriada en cartón ondulado.
Fotografía de Cindy Sherman, de la serie Film Stills. Su método se basa en la representación de clichés de roles sociales, placeres reprimidos, temor o violencia.
Maurizio Cattelan presenta una figura de cera del Papa Juan Pablo II aplastado por un meteorito.
El edificio Walden 7 está inspirado en la obra de ciencia ficción de Burrhus Frederic Skinner, Walden dos. Consistía en la construcción de una gran cantidad de viviendas autogestionadas para simular una ciudad en vertical.
La teoría postmoderna no es un análisis general del mundo. ¿Quién vive o ha vivido en el mundo postmoderno? ¿Toda la población mundial? Superada la euforia cegadora de los ochenta, ya se puede decir que rotundamente no. La postmodernidad ha caducado. Y aunque nos queden ramalazos postmo, ya nadie vende treinta millones de álbumes. Quienes intentan ser los primeros en dar la receta de la actualidad hablan de postpostmodernidad, o de metamodernidad, o incluso de transmodernidad (sí, vivimos en un mundo 100% transgénico y 100% transgénero). De los ochenta hemos conservado e incluso exacerbado la relación con los medios de comunicación, pero hemos tenido que colgar el hábito del cinismo. No nos lo podemos permitir. Esa actitud nonchalante de los postmodernos no resulta ni ética ni práctica en el paisaje postmilenarista marcado por el cambio climático, la crisis financiera y la globalización, que, lejos de homogeneizar, agudiza las diferencias económicas. De la misma forma que los listos no pueden ir de cínicos, los ingenuos son, a lo sumo, ingenuos informados.
El proyecto de Rirkrit Tiravajina es una invitación a entrar en la esfera de la hospitalidad, la recuperación y la comunidad en medio de la emoción de una feria de arte donde los visitantes pueden participar en actividades tales como tomar té de hierbas, cocinar o comer dejando la voluntad.
“Como artista siempre me he enfrentado a temas que no puedo evadir y la muerte es un asunto importante”, declaraba Damien Hirst en 2010.
Joseph Beuys durante su más celebre performance con su roommate, un coyote.
Las operaciones quirúrgicas de Orlan están destinadas a dotarla de los rasgos físicos de las grandes bellezas del arte occidental.