Nueva carta sin esperar respuesta de Rubén Lardín a alguno de sus ídolos: John Waters. De bigotitos, helados, bibliotecas y batines.
FALSOS AMIGOS
4. ALEJANDRO JODOROWSKY
POR RUBÉN LARDÍN
Un falso amigo es una traición del vocabulario. Escribir cartas abiertas a desconocidos puede llegar a ser una imprudencia.
Ilustración por
En esta sección, Rubén Lardín lanza todas las semanas una misiva no deseada al proceloso mar electrodinámico.
Jodo, mira, te explico: la otra noche salí de casa con la intención de picar algo, no me apetecía nada cacharrear y bajé a comer lo que fuera, sin estrategia, sin rutas trazadas y con el paladar monotemático, arrasado por el tabaco y lo vivencial. Me senté en una terraza, ¿entiendes lo que te digo? Me senté a comer en la calle, Jodo, y ocurrió que mientras me zampaba un frankfurt pasó junto a mí Ferran Adrià.
Por un instante fue como atender a la demolición de mi vida entera. Un coach, un trainer, un charlatán de los que se llaman de alto impacto me diría con la boca llena de autorrealización y crecimiento personal que el éxito es sentirse feliz cada segundo, que mi obligación es dar gracias por estar vivo, crecer, traspasar bloqueos, vencer los miedos y desarrollar competencias. Pero yo seguí empantanando de ketchup la mierda de la salchicha, teniendo claro que el pensamiento positivo es el más negativo de los pensamientos, que ponerle un adjetivo detrás al pensamiento es echarle a hombros un lastre, restarle fuelle y audacia y quererlo cansado. Para debilitar el pensamiento nada mejor que anticipar lo positivo y entregárselo a esas personas que se abrazan a lo favorable, al flotador abstracto de la bondad y a la calma chicha altamarina que desean como costumbre.
A mí lo que se me pasó en aquel momento por la cabeza fue seducir o a malas secuestrar al cocinero creativo para que me hiciera de cenar todos los días, pero se me ocurrió tarde y para entonces estaba captando mi atención otro individuo, un tío que se detuvo junto a mi bici aparcada, la encuadró en su móvil y atrapó un pokemon con alitas que la sobrevolaba. Y de pronto me embargó una alegría inesperada. En ese instante fui feliz, Jodo; luego lo he comentado y la gente me mira con pena porque al parecer están muy hartos del asunto, pero yo me mantengo bastante a salvo y aquel momento aislado me gustó mucho, recuperé la ilusión en esa realidad ampliada, en el paisaje intervenido.
Decía Thomas Berhnard, magnífico escritor y espléndido humorista, que cuando uno se ha adiestrado para estar solo se van descubriendo cada vez más cosas por todas partes. Allí donde para los demás no hay nada, la realidad se ve revelada en un fogonazo. ¿Te acuerdas de La carta robada, el cuento de Poe? Vendría a ser un poco lo mismo pero al revés. O mira Christo, el artista, que enfundaba edificios y monumentos en lona para así, ocultándolos, dárnoslos a ver por vez primera. Antes la fotografía hacía el servicio, pero la cámara ha ido conquistando lugar y nos lo ha llegado a arrebatar. A la fotografía primero íbamos, o venía ella porque era ambulante. Luego se hizo doméstica en cumpleaños y vacaciones y ahora está en todas partes, ya no implica acontecimiento aunque se empeña en simularlo: unas gambas bien emplatadas, un nuevo día ante el espejo o el gatico dormitando. Las selfies. Selfie se podría llamar un pokemon, un ser diminuto con cualidades acuáticas, por ejemplo, un pequeño anfibio con la postura detenida y presta de un superhéroe en cuclillas. ¡Pero las selfies son lo contrario de un autorretrato! Seguro que recuerdas aquella película de John Carpenter, Están vivos, donde te ponías unas gafas y comprendías la dimensión del horror, veías las cadenas. Pues lo del Pokémon es lo mismo pero a la vez todo lo contrario. Acojona, ¿eh?
Pero bueno, hay tiempo para todo, basta con decidir que no moriremos nunca. Lo del Pokémon supongo que es un invento japonés y las cosas de los japoneses nos suelen divertir. Japón es un pueblo enfermo de hipertrofia y pavor pero adoro muchas de sus movidas. Shin Chan, por ejemplo, mucho mejor. No sé si habrás visto o leído sus aventuras. Shin Chan es un niño muy nuevo que cuando está contento enseña el culo y se pone a bailar, o que de pronto se saca la picha y le hace un molinete a su vieja. Lo más bonito de las peripecias de Shin Chan es que en ellas los adultos siempre terminan llorando, no comprenden nada; eso y lo rijoso, un aspecto que cuando se trata con tanta alegría me lleva a pensar en aquellas películas que hacía Alvaro Vitali en Italia. A mi modo de ver las pelis de Jaimito eran curas de humildad donde todo el tiempo se celebraba la pena del macho como un miserabilismo, lo patético del hombre en su propia piel, sometido siempre a unas tetas turbodiésel o a una profesora de ciencias naturales. El erotismo es el compendio de todo lo que somos (de lo único que somos) y eso me recuerda que alguna vez has admitido entre amigos nuestros comunes (y espero no estar sacando a la luz ningún secreto) que siempre llevas encima tu baraja de tarot por una razón mucho más prosaica que la que intuyen tus seguidores: ligar.
Yo en Internet no te sigo, no sé en qué andas pero supongo que allí harás lo que hacemos todos, el ridículo. No es cosa tuya, Internet es pura salmodia, intoxicarse, como chupar un tubo de escape, pero lo de ligar me parece muy bien, yo qué sé, yo nunca he ligado pero imagino que será tan divertido como el safari de pokémones, al que me apuntaría si fuera con arco y flechas porque cierto espíritu de cazador todavía late en mí. Otra cosa son lo que llamamos redes sociales, eso me parecen porquerizas que hacen pueriles a los adultos, ni siquiera los aniña. De las personas de mi edad han hecho fanáticos, Jodo, ratas a la carrera, y esto te lo cuento un poco abatido. El tener presente todo el tiempo a todo el mundo es la aniquilación de cualquier libertad, porque la tuya siempre va a terminar donde empiece la de algún papanatas. Y en el arte esto es inadmisible. Creo que todavía tienen que extinguirse al menos tres generaciones para que las redes sociales conquisten alguna dignidad, y para entonces será tarde, claro, siempre va así. Hoy por hoy yo prefiero bajarme con la bici, al fin y al cabo todavía es verano y aquí hace una noche espléndida. Fuera de las redes puedes vagar, perder el tiempo pero perderlo de verdad, derrocharlo, que es uno de los mayores lujos a nuestro alcance. Recorriendo la ciudad sin rumbo acabas por distraerle a los días algunas reflexiones. El dibujante de Shin Chan se murió paseando, eso también es verdad, se cayó por un barranco como un personaje de la Warner, dudo mucho que mirando el móvil. Que descanse en paz porque yo creo que en vida hizo mucho bien. Se me ocurre que el día en que os vayáis tú y Arrabal será otro clavo en nuestro ataúd, pero para eso todavía queda mucho tiempo porque tiempo siempre hay, esté por delante o esté por detrás.
Donde mejor canta un pájaro es en su árbol genealógico. Esa fue la primera frase que te leí, tiempo atrás, y luego supe que no era tuya sino de Jean Cocteau, a quien le habías tomado ese pensamiento para explicar tu método, que iba a consistir en tirar de la tradición psiconalítica que ya de por sí es humor puro, en proponer una pantomima del psiconálisis que no dejaría de ser el mirar atrás, el retroceder para tomar carrerilla. Con ello te reinventaste en gurú de la sanación para personas que solo disponen de su yo inmediato y literal. Lo haces bien, no propagas maldades ni sandeces. Vendes tu camándula, te sirves de evangelios surtidos y los reinterpretas y los sintetizas como ficción, aunque la ficción es algo que inquieta, que la gente empieza a no comprender… Como sea, tú propones acciones e imágenes, juegos, mezclas sangre menstrual con un néctar del Himalaya, poesía con performance, devuelves a las palabras su condición fantasmática y así tu mundología y tus ideas entran en reacción con la penosa vida del hombre moderno, generando experiencias, pequeñas alteraciones, mejorías. No me cabe ninguna duda de que algo así tiene que funcionar.
Pero atiende, tú eres un hombre de letras. Eres también una anomalía en tanto que eres un cineasta muy leído, porque aunque se creería que todos lo son sabemos que no es así. Antes se llamaba ‘hombre de letras’ a quien lograba zafarse de la desgracia del trabajo y dedicaba su vida a la lectura y la instrucción, a quien aislaba las claves y generaba tejidos, y en ese sentido has sido un auténtico nodo de artistas. Tú creaste a Moebius, por ejemplo, ¿qué habría sido de Jean Giraud si no le llegas a invitar a drogas? Poca gente sabe que lo de la psicomagia lo has ido practicando durante muchos años de manera desinteresada, que en realidad de lo que has vivido siempre ha sido de algo de lo que es muy difícil vivir, ¡de los tebeos! Lo has hecho dictando argumentos por teléfono, esto me lo han explicado grandes dibujantes que han trabajado contigo, y hoy de vuestras obras casi siempre imperfectas, todas estimulantes, pueden extraerse grandes enseñanzas.
Estas noches de verano he estado leyendo Vathek y sus episodios (Valdemar ha sacado una edición completa y excelente) y me ha gustado un pasaje donde se apunta que tanto del bien como del mal no somos más que instrumentos, aunque del primero siempre nos queramos sentir responsables. Supongo que los hombres no somos buenos ni malos sino todo lo contrario, materia ilusoria.
En fin, ahora te escribo a ti por escribirle a alguien, porque para Internet no me gusta escribir. Internet me parecería más bonito si al ponerlo al trasluz se viera un galgo, pero esto es lo que hay, me piden amablemente que escriba y yo escribo, voy escribiendo, escribo solo para ese instante de dicha que asoma el hocico una vez cada siete años. Y escribo también para transmitirte mi afecto y para dejar por escrito que el día en que me muera me gustaría que me enterrasen abrazado a un avispero. Espero que esto no suponga ningún problema para nadie.
Te envío un abrazo y ya me lo devolverás, prisa ninguna.