Nueva carta sin esperar respuesta de Rubén Lardín a alguno de sus ídolos: John Waters. De bigotitos, helados, bibliotecas y batines.
FALSOS AMIGOS
2. PJ HARVEY
POR RUBÉN LARDÍN
Un falso amigo es una traición del vocabulario. Escribir cartas abiertas a desconocidos puede llegar a ser una imprudencia.
En esta sección, Rubén Lardín lanza todas las semanas una misiva no deseada al proceloso mar electrodinámico.
Te llamaré Polly Jean y no me preguntes qué confianzas son estas. Son las prerrogativas que los peatones se toman con las personas de elegancia y muestrario, que sois aquellas que habéis conseguido, estando tan lejos, quedarnos tan cerca. He escuchado poco tu nuevo disco pero ya ha llegado el verano, Polly Jean, siempre llega el verano para devolverle a todo el sentido y me parece una buena excusa para escribirte y anotar que este año suenas muy bien y se te sigue viendo estupenda. La crítica no sé cómo te está tratando, yo creo que en general caes guay, que gustas a todo el mundo como si fueras pelirroja y además al no serlo les gustas también a ellas.
Entre las gentes cultivadas y de piel fina hoy se considera frívolo hablar de la mera belleza como parte del trato, pero lo que no me parece lícito es pretender ignorar que te pones muy guapa cantando, un dato con el que además eludo mi ignorancia musical y en el que incido glosando tu bailar desarbolado cuando te da por bailar, esa administración sucinta de tu guitarra, el corte de pelo variable, la mirada algo quejosa y el hocico que a veces te pintabas de rojo follación, el escarlata de toda la vida vistiendo esa boca empecinada. Ese labio un poco sobrante de niña que galopa, recuerdo de un belfo animal que con los años irás domando porque si algo has dejado claro en todo este tiempo es que eres tu propia amazona.
Yo creo que tú podrías cantar comiendo chicle, Polly Jean, pero lo que ahora te voy a decir no te va gustar nada: me atrae de tu música que es de una filosofía confortable, tu trance es muy llevadero, no hiere, escucharte es como acariciarle la cabeza a un drama. Para mí eso no es malo, como no es malo que declines la etiqueta de feminista que siempre hay alguien que quiere colgar a las mujeres danzantes. Desde que se zambulló en la corriente electrónica, el feminismo autoproclamado está malogrando el feminismo, y un día no muy lejano nos veremos rindiendo cuentas con los paternalismos, la instrumentación y el jugar hoy tanto a la susceptibilidad. En el renegar e ir haciendo yo creo que te estás atribuyendo una condición de feminista verdadera, la más sensata y tal vez la única posible, la que ignora toda esa cháchara y no pretende amortizarla. Monetizar, se dice a veces. Todas las palabras que tienen que ver con el dinero molestan al vocabulario a menos que expresen una cantidad razonable o incluso inmoral, pero en general se habla muy mal, Polly Jean, se habla como se escribe. En la España del siglo XXI no sabemos ni qué decimos y estamos todos peleados.
Que tú no hables de tus canciones también me gusta, que no las expliques o que lo dejes todo explicado en ellas, mejor dicho, que te tengas respeto y te muestres elusiva cuando te preguntan. Has escrito mucho en primera persona, eso conlleva un riesgo. Dijo Crowley (o puede que fuera William Blake) que cada vez que dices “yo” te haces una herida. Yo tus letras, tanto las que tienen como las que no ese anclaje folclórico que me es tan ajeno, las desoigo muchas veces. Es la única ventaja de no oír el inglés si no se lo escucha, entiendo mejor las guitarras y te aseguro que muchas veces has sido más sin el verbo, te has logrado más atávica y por tanto más todo para mi gusto.
Últimamente te estás proyectando en el mundo, te has aproximado al conflicto del hombre pero todavía hay en ti una lejanía. Tú siempre has quedado muy bien cantando en Tokio, por ejemplo. Ahora que hemos alcanzado a los japoneses en neurosis y patologías ya no sé, pero en algún momento has tenido que ser para ellos como un lirio, un brote autónomo cantando desde las tripas aunque ahora hayas desplazado el motor hacia la cabeza, una senda de compromiso que supongo les cunde mucho a tus exégetas, que confunden tocino con velocidad y pierden el culo por una muchacha leída. ¡Si llegaste a hacerle un disco a la guerra!
Como Björk con Bataille pero sin tanto puchero, tengo entendido que tú en algún momento te sentiste iluminada por Roland Barthes. Al otro extremo de la línea siempre hay un francés, date cuenta, vivo o muerto pero un francés, son unos granujas. En sus Fragmentos de un discurso amoroso Barthes proponía dilucidar el amor y pactar con su inconveniencia como lo han venido haciendo tantos discos de pop, deshojando canción a canción la circunstancia misteriosa del enamorado, siempre tan solo, excluido del pacto de los hombres e incapaz de abrirle una espita al manantial que le corre por dentro. Pero el dominio de uno mismo no es algo que se estudie. A veces es más fácil esquivar un golpe que desembarazarse de un abrazo pero a Barthes lo atropelló un coche delante de la universidad, hay que andarse con ojo.
No sé si me estoy explicando porque la experiencia de estas epístolas es unilateral, son cartas frías, sin resolución. Tal vez debería vigorizar mis letras. Me han hablado de escuelas donde a los niños tratan de enseñarles lo que llaman ‘inteligencia emocional’, un concepto que se puso de moda en los ochenta como prólogo al pensamiento neoliberal que hoy nos arrastra. Fue uno de esos cruces de caminos donde psicólogos y economistas se encontraron y brindaron por nuestro desenlace, el principio del fin. Inteligencia emocional, qué te parece. A mí me parece una falta de humildad muy grande, una idea grande e inflamada como una vergüenza, pero entiendo que algo tiene que ir reemplazando a las viejas religiones, que van arriando velas con la mitología cansada. De momento son todo pasos en falso, no es fácil manejarse desde el sentido común en un mundo que se quiere matemático, que está siendo arrasado por la imposición del número. De hecho es catastrófico, Polly Jean, se nos escapan todos los trenes. Hace unos meses, en Barcelona, una pareja se apareaba a la vista de todos en un andén del metro. Estaban a la vista de todos pero a la vista de ellos dos no había nadie, porque ellos estaban ausentes en lo que Barthes pudo llamar en algún momento la desrealidad. Qué por qué lo llaman amor no soy quién para responderlo, pero sí, son cosas distintas. Aquellos dos jóvenes estaban intentando ser uno y el amor suele ser justamente lo contrario, una escisión. Da igual, el caso es que las imágenes de aquella coyunda entre lo moroso y lo precipitado se hicieron virales, públicas más allá del voyeurismo, se reprodujeron una y otra vez con el consiguiente escándalo fariseo de esa población civil que permanece en sus casas, que no tomó el metro esa noche y que suele apelar a los niños para encubrir su miedo ante la subversión, vaya merluzos.
Ahora estoy escuchando tus primeros discos, que al ser los primeros siempre van a ser más nuevos que los últimos, más modernos, y me pregunto cuánto tiempo habremos perdido desde entonces entre amores y desamores. Es un derroche que no podemos poner en palabras, Polly Jean, no puede escribirse, ni tú ni nadie puede hacerlo. Pero también es indiscutible que por carreteras secundarias se llega no antes pero sí más lejos.