Dice Mac McCaughan de Superchunk que los grupos que alimentan bien en las giras duran más. Segunda entrega de la sección de Nando Cruz Una pregunta larga.
Por Juan Dos Ramos
El existencialismo
pop de
Richard Matheson
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El junio pasado -concretamente, el 23- se cumplirán tres años del fallecimiento de Richard Matheson y, francamente, uno se cabrea un poco al comprobar que el tiempo pasa y su nombre, su influencia, continúan sin ser reconocidos como deberían. O al menos esa es la impresión que tengo. Quizá fui ingenuo al pensar que su muerte iba a despertar una “richardmathesonmanía”, que las editoriales importantes de nuestro país -o sea las que tienen pasta- iban por fin a editar de forma bonita y ordenada su obra literaria. Pero no quiero escribir desde el enfado, y menos hablando de alguien a quien admiro tanto. Richard Matheson ha sido importante para mí y para muchos de mi generación por culpa básicamente de dos películas que nos han marcado para toda la vida. El increíble hombre menguante y El diablo sobre ruedas. Las vimos en televisión en nuestra infancia, y las hemos vuelto a ver de adultos. De niño te impactan. Te pones en el lugar del hombre diminuto que debe enfrentarse a una araña gigante, que tiene que vivir en una ridícula casa de muñecas. Pero de adulto descubres nuevas capas, nuevos recovecos. Ver al protagonista fabricarse un gancho con una aguja para poder escalar una enorme caja de madera adquiere nuevas resonancias. La gracia y el verdadero poder de Richard Matheson es que sus ficciones, tengan el formato que tengan -guion, relato, novela- van más allá de lo que uno espera del género fantástico, porque al final de lo que realmente hablan es de terrores cotidianos y miedos en abstracto que todos tenemos. El cliché de ‘maestro del horror’ con que habitualmente se le denomina, aunque también cierto, se queda bastante corto.
Stephen King decía de él: “Richard Matheson fue el primer tipo al que yo leí que estuviera haciendo algo que H. P. Lovecraft no hubiera hecho. Ya no se trataba de Europa Oriental, el Horror podía estar en el 7-Eleven de la esquina, o en la misma calle. (…) Para mí, como niño, eso fue una revelación, era extremadamente excitante. Estaba situando el terror en lugares con los que yo estaba relacionado”
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Estas palabras nos pueden resultar chocantes, de tan explotada como está a día de hoy esa idea. A fin de cuentas, ¿no es el género de terror y fantástico uno de los géneros más pop que hay? ¿De verdad hubo un tiempo en que el terror ocurría siempre en el neblinoso Londres o en algún castillo perdido en los Cárpatos? Me gusta mucho la reflexión de King, pero lo mejor es que también nos sirve para entender cómo Matheson se las ingenió para trascender los géneros y los formatos en los que se manejaba. La historia del último superviviente de la tierra en Soy leyenda, enfrentado a un mundo de vampiros, o la de un hombre que mengua, son perfectas para exponer temas más profundos, incluso cuestiones metafísicas que generalmente se reservaban a los grandes pensadores o filósofos. Siguiendo el razonamiento de King se deduce también que para hablar de estas ideas, estas dudas ya no era necesario ser francés, o alemán. ¿No es Soy leyenda una novela existencial que rastrea hasta el final qué hay detrás de una vida sin esperanza? ¿Un relato que sondea cuáles son esos vínculos últimos con las existencia que impiden que uno arroje la toalla y se vuele la cabeza? El hombre menguante habla en realidad de cómo las rutinas cotidianas terminan superándote y de cómo las personas, los simples objetos que te rodean se hacen de repente muy grandes, más grandes que tú hasta que ya no puedes manejarlos. Te sientes tan pequeño como Scott Carey arrastrando unas pesadas tijeras.
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Richard Matheson llevó el terror al 7-Eleven, pero también fue pionero al situar estas ideas, estos miedos ancestrales, en un entorno inesperado y muchas veces, muy cercano. Sí, puedes ser profundo hablando de vampiros, pero también situando la acción en tu despacho, o en tu casa, con relatos que cuestionan la aparente seguridad de esa sala de estar, equipada con un gran televisor y aire acondicionado. No lo olvidemos, estamos en los USA en los cincuenta y sesenta. El rock, Elvis, Kennedy, la TV, Warhol, han cambiado para siempre el panorama. La Europa de la postguerra queda de repente bastante lejana. Puedes plantear dilemas metafísicos hablando de un hombre que conduce un Plymouth a través de una carretera polvorienta.
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David Mann, el antihéroe de El diablo sobre ruedas, es la encarnación del hombre del montón, que sale un día con el coche y, de repente, ve cómo lo que tenía que ser un viaje placentero termina convertido en la pesadilla de su vida. ¿Por qué? Simplemente, porque el mundo lo quiere así. El azar, los elementos, se alían contra ti y tú tienes que aceptarlo. Es el mundo contra ti. Uno de los temas centrales en la obra de Richard Matheson. Cuando los críticos franceses le dijeron a Spielberg que su película era una alegoría sobre la lucha de clases en la sociedad moderna, él lo negó: para él no era más que el juego del gato y el ratón puesto en imágenes. Puede ser, pero como nunca llegamos a ver quien está al volante de ese camión sucio y ruidoso, termina convertido en un demonio abstracto, algo como el destino cuando, sin ningún motivo, se ensaña con nosotros. No hay nada malo en las historias que solo nos entretienen, pero cuando tienen ese plus, nos llegan de manera especial, tocan cuerdas más profundas en nosotros. ¿Recordáis a Scott frente a la tela metálica, al final de El increíble hombre menguante? Sabemos que pronto será lo suficientemente pequeño como para poder atravesarla, y ese es el verdadero terror.
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ha publicado este año el libro Richard Matheson. Guía rápida de sus trabajos para cine y TV. Un recorrido a través de la faceta como guionista del autor americano, que recoge también películas y series basadas en obras suyas. El libro es también una crónica de cómo ha evolucionado el género fantástico y de terror en la segunda mitad del siglo XX y presta una especial atención a las colaboraciones de Matheson con el medio televisivo, desde sus guiones para Dimensión desconocida hasta las tv movies que escribió en los setenta para el espacio ABC Movie of the Week.