La iconografía del martirio religioso está muy presente en el cine. Enric Ros censa las imágenes de este sado-maso místico-cinematográfico.
POR
ENRIC
ROS
Desde su aparición a mediados de los años sesenta, la colección de libros juveniles (sic) Historias Selección de la editorial Bruguera planteó a sus lectores una inquietante encrucijada cultural que, me atrevería a decir, marcaría nuestra posterior evolución/involución (táchese lo que no proceda) intelectual. Cada título proponía una doble oferta (fast food y slow food cultural a la vez) que consistía en textos clásicos, como La isla del tesoro o 20.000 leguas de viaje submarino, convenientemente remozados para la ocasión, y, alternada entre capítulos, su correspondiente versión en historieta. Lo normal, para el lector ternasco, era titubear entre lo que podríamos denominar “el camino fácil” –ir directos al cómic, saltándose alegremente la promesa de narcolepsia que suponía la maraña de letras que se desparramaban por todo el ejemplar– o bien armarse de coraje y espíritu letraherido para adentrarse en la espesa selva de la lectura comme il faut, esquivando visualmente las llamativas imágenes que delataban lo que uno iba a leer a continuación. Acceder al universo de Robert Louis Stevenson o Daniel Defoe leyendo perezosamente infames tiras cómicas era la primera experiencia, todavía algo culpable, en la liga lowbrow. Pero también el síntoma inequívoco de que, con el advenimiento de la postmodernidad, a los popes de la alta cultura no les iba a quedar otro remedio que bajarse del pedestal para exponerse como fulanas en el supermercado del pop.
La conversión políticamente correcta del cómic en “novela gráfica” o las adaptaciones cinematográficas de qualité sirvieron de excusa para un aparente armisticio entre Apocalípticos e Integrados. Sin embargo, la verdadera caída del muro cultural llegaría con el revisionismo pop de los galácticos del canon occidental. Desubicados de sus anaqueles, los filósofos griegos y alemanes “peripatean” por un campo de fútbol en , mientras que William Shakespeare se convierte en el Presidente de Honor del club de showrunners de la ficción televisiva de hoy. Pero esto no es precisamente nuevo. Lo expresa a la perfección E. M. Cioran en una de sus célebres cuitas literarias, contenida en Del inconveniente de haber nacido: “Durante las largas noches de las cavernas, cantidad de Hamlets debieron de monologar continuamente”. Y podríamos añadir que una tropa de nuevos príncipes de Dinamarca continúa rumiando todavía hoy, desde las páginas de un tebeo o desde una serie de televisión.
Historias Selección, la encrucijada entre cómic y novela
La vida sexual
de Canon y Pop
Imaginemos a dos improbables personajes llamados Canon y Pop (o, si lo prefieren, Cómic y Literatura) como dos amantes que acaban de iniciar una relación sexual. La primera fase de dicha relación –la de “adaptación”, que simbolizan productos bienintencionados pero inocuos como Historias Selección– está marcada por la rendición del inocente ante el amante más experimentado. El efebo Cómic no muestra reparos en ejercer de esclavo sexual de la pederasta Literatura. Sin embargo, con el paso del tiempo, el joven adquiere cierta experiencia y revela su insatisfacción ante la idea de continuar sometido, lo que obliga, pese a los persistentes gruñidos del viejo Canon, a equilibrar fuerzas y reconsiderar la relación. Pasamos así de la “adaptación” al “pastiche” y, algo más tarde, al “sampler” cultural. Es a partir de ese momento cuando el árbol de la sabiduría empieza a convertirse en una laberíntica enredadera; cuando el ascensor social se instala en la pirámide de la creación humana. Los cómics de Mandrake se cuelan en la Biblioteca Nacional Francesa en de Alain Resnais. Batman se encuentra con Sherlock Holmes en las páginas de Detective Comics. El bruto de Hulk con Robinson Crusoe en una isla que parece la del Dr. Moreau. Tintin pierde la inocencia adentrándose en Cthulhu, en las portadas apócrifas de Muzski. Y el investigador de lo imposible Martin Mystère, de los fumetti de Sergio Bonelli, visita la casa de H. P. Lovecraft en Providence para solventar un enigma que el escritor dejó pendiente. Incluso Marilyn Monroe echa una mano a Albert Einstein con la teoría de la relatividad, en la película de Nicolas Roeg, logrando así, de paso, la perfecta simbiosis entre cuerpo y alma, la unidad psicofísica soñada por aristotélicos y tomistas. Pero hay aún una tercera etapa en esta singular relación: la definitiva revolución sexual de los oprimidos del pop. Por fin, la cultura popular se sacude del todo sus complejos de clase, al tiempo que Canon se enfrenta al inevitable declive de su erección. Pop pasa así de esclavo sumiso a nuevo dominador. La era del pastiche es relevada por el mash-up, el collage, el bastard-pop: técnicas sexuales/culturales sin duda más agresivas y estimulantes, que integran el ajado cuerpo canónico como parte de la exultante imaginería popular. Nace así un nuevo cíborg cultural, un Prometeo postmoderno en el que ya no resulta posible diferenciar las partes nobles del plexiglás.
Tintín perdiendo la inocencia en los mundos de Lovecraft
Masterpiece Comics: los campeones del canon occidental dispuestos a invadir la cultura popular
Las Brontë en la cripta, según Sikoryak
Supershakespeare
La eterna polarización entre alta y baja cultura encuentra nuevas formas de colisión en Masterpiece Comics, la obra del guionista y dibujante de cómics R. Sikoryak donde se fusiona la figura y las obras de los campeones del pensamiento y la literatura con la estética del cartoon o los cómics de superhéroes. Sikoryak es un perfecto ejemplo de antropófago cultural del nuevo milenio; un omnívoro de la cita que integra ingredientes en teoría incompatibles en su particular potaje pop. Él mismo se encarga de definir su propósito en un irónico anuncio de próximas publicaciones que se encuentra en la contraportada: “Parody & profundity in one package”. Digámoslo claro: a este hombre no le interesan las intersecciones ni los homenajes, sino el puro túrmix cultural. Lo que antes se llamó “tradición” es ahora un enorme palimpsesto en el que solo vemos sus magníficos garabatos. Su obra propone el definitivo crossover (ya saben: el cruce de dos personajes de mundos distintos en una misma historia) que supera el improbable encuentro en un ring entre . Así, el libro del Génesis se transmuta en tira de prensa del King Features Syndicate, en el que Dios se parece a un magnate de la era del capitalismo prometeico que castiga el comportamiento disipado de Adán y Eva condenándolos a sufrir para siempre la pesadilla del confort de las clases medias norteamericanas. El Diablo, en cambio, es tan indolente y perezoso como el gato Garfield. El universo gótico de las hermanas Brontë mantiene relaciones promiscuas con el terror de de EC Comics. Batman se transforma en Ras Kol, un nuevo (anti)héroe que malvive en un cuartucho y que termina asesinando a una vieja usurera con una terrorífica sonrisa en el rostro. Dorian Gray es ahora Little Dori, un joven perverso al que el pintor Basil está retratando en una plancha dominical con la estética de Winsor McCay. Gregor Brown, un chico que se transforma en un escarabajo en una versión alucinada de los Peanuts. Y Superman ya no es ese héroe sin mácula (y por tanto, algo repelente) sino un tipo indolente y amoral que acaba asesinando sin motivación a un árabe en una playa, tal y como relatan las portadas de Action Camus. El punto fuerte de Sikoryak es justamente su renuncia a la autoría en favor del apropiacionismo y la vampirización, y también su aparente falta de estilo. Su estilo es indistintamente el de Bob Kane, Charles M. Schulz o Wally Wood, según convenga. Sus cómics metabolizan cualquier obra del pasado para transformarla en algo nuevo, que combina “profundidad y parodia”; es decir, Canon y Pop. El modo desacomplejado en el que picotea en libros repujados en piel y tebeos de grapa nos advierte que la creación del futuro será un arte combinatorio o no será. Umberto Eco ha dicho que puede leer indistintamente la Biblia, a Homero o Dylan Dog. Sikoryak ha conseguido que leamos los tres a la vez.
Portada de Dostoievsky Comics, de R. Sikoryak
Ras Kol, un estudiante torturado en Crimen y castigo
Superman divagando sobre la muerte de mamá, en Action Camus