Megaforce es un colectivo de directores franceses que han puesto patas arriba el mundo de la publicidad y el videoclip. Ramón Ayala les entrevista.
El arte de la fuga.
TOTAL RECORDS
La Grande Aventure des Pochettes des Disques Photographiques.
Editions 213 – Antoine de Beaupré.
Una estrella del pop debería ser un lugar mítico a donde peregrinar o refugiarse. La adolescencia es lo que tiene. Prince era extraño, sexy y raro. A veces su música estaba cerca de su imagen y a veces lejos. El plátano de la Velvet estaba lejos de la música de la Velvet. La proyección y sublimación de una figura. Bowie, Marc Bolan, Prince, Kiss, Grace Jones. No voy a hablar de las tribulaciones de un teenager escudriñando las portadas de un LP mientras daba la vuelta a las caras de un vinilo, una, cien, mil veces. La falta de información y el arrebato. No voy a hablar de eso, pero sí.
La construcción de una imagen o de una marca alrededor de la figura del artista lo ocultaba y dotaba de aura a una creación abstracta, la música creada en un estudio. Gran parte del poder de hechizo se sostenía sobre las portadas de los álbumes, el artwork. Y dentro de ese maelstrom de imágenes se encuentran las fotográficas. Y no me refiero al socorrido recurso del retrato del artista a modo informativo de los años cincuenta. La cosa empieza a evolucionar con las portadas de Blue Note tirando del carro de toda la industria del jazz. Cada vez más y más fotógrafos con reputación se acercan al medio de la portada de música popular. O fotos tomadas de antiguos maestros o encargadas ex-profeso: Robert Doisneau, Jean-Loup Sieff, Elliott Erwitt, Roy De Carava, Bruce Davidson, Robert Frank, Andy Warhol, Josef Koudelka, Daido Moriyama, Nobuyoshi Araki, Annie Leibovitz, Nan Goldin, Jean-Baptiste Mondino, William Klein, Guy Bourdin, Helmut Newton, Jürgen Teller, Jeff Wall, Richard Kern, David Bailey, Herb Ritts, Irving Penn, Raymond Depardon, Peter Lindbergh, Robert Mapplethorpe, David Hamilton, Brassaï, Anton Corbjin, William Eggleston, Cindy Sherman, Martin Parr, Weegee, Lee Friedlander. Todos ellos tienen portadas de discos. Y todos en los estilos fotográficos que se les pueden suponer.
En Les Ren contres d’Arles este año se hizo una muestra con un catálogo abrumadoramente brutal: TOTAL RECORDS. La Grande Aventure des Pochettes des Disques Photographiques. Lo prologa Jean-Baptiste Mondino, veterano aún en activo que pone en perspectiva la edad de oro del pop en los ochenta y los noventa en relación al trabajo fotográfico de una portada. El espíritu de Aleph que tiene el cuadrado de la imagen de contenedor de toda la esencia de la música y a la vez de alquimista del espíritu del artista pop, de su osadía, de su transgresión, de sus elegancia o de sus descuido. Lo que se viene a llamar dirección de arte. Pero que tiene la función oculta de creadores de dioses o por lo menos de decoradores de becerros de oro donde agarrarse en noches de lujuria, de melancolía o desenfreno. Con verdaderas superproducciones en algunos casos (se me ocurre el Sign ’O’ the Times de Prince). El pop y la imagen del pop han conformado gran parte de la cultura de occidente. Haciendo ruido y sin hacerlo. La gran fotografía se ha colado en las casas. Algunas estanterías no saben que albergan obras de arte impresas en serie en sus baldas. El impacto que puede suponer la lectura de corrido de la lista de nombres anterior es chocante por la cantidad de talento que alberga. Es, sin embargo un concentrado engañoso. Quizá mañana haya que incluir aquí a Autumn de Wilde, Cass Bird, a Ryan McGingley, a Tyrone Lebon o a Nabil. Pero ni por asomo sus razones y motivaciones son las mismas que impulsaban a cualquiera de los anteriormente citados. Incluso Mondino, el más industrial y comercial de esta lista, ha tenido siempre la voluntad de crear magia alrededor del artista y la música.
Pasabas horas mirando la portada. Y es fácil hacer la comparación de que eran lo videoclips de la época pero no sustituían a nada. Eran un mundo en si y parte del juego. Eran parte de la experiencia del álbum. Se miraban tratando de averiguar la conexión entre la imagen frívola y los arreglos de una canción o la secuenciación de un disco. O en casos extremos hacer exé gesis del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. O asumir como parte de la educación visual de cada cual, el poder de la monocromía, la modernidad y la limpieza de las portadas de Blue Note. Y se podía tocar.
Luego, ya sí, vinieron los videoclips, las fotos de promo, la imagen digital del álbum que sale en el iPod, los documentales, el never-seen-very-rare footage, el Digital Booklet. La muerte del videoclip, el DVD , el culto al realizador, la resurrección del videoclip, la banalización del videoclip, la estupidez de la portada (ejemplo Beach House – Depression Cherry ). La portada hace ya mucho que ya no es nada relevante. La imagen del artista se disuelve por sobreexposición. Scott Walker ha hablado frente a las cámaras, el pretendido misterio tras sus artworks es una impostura, Jandek ha salido de su escondrijo, el corpus de home movies he chas portada de LP de Cornwood ya no tiene sentido. Nunca se debió hacer un documental sobre Slint. El control del artista sobre su aura es poner puertas al campo. La información se ha hecho gaseosa la respiras sin darte cuenta y como no se nota el trago, pues no tiene relevancia. La epistemología de la materia dicta que el sujeto ya no se acerca a la experiencia. El sujeto vive en la experiencia y no la percibe como tal.
El pop ha muerto, el mundo es pop. Y tú no sabes dónde está.
“Dime, cuánto tiempo te podías quedar a pasar mirando este cromo, y este. ¿Te acuerdas? Y este otro, años… siglos… toda una mañana, imposible saberlo, estabas en plena fuga, éxtasis, colgado en plena pausa, arrebatado”. Pedro-Will More en Arrebato , de Iván Zulueta