Los teaser pósters son, de largo, mucho más sugerentes y creativos que los pósters oficiales de las películas. Violeta Kovacsics explica por qué.
Destellos para la mofa.
Destellos de emoción
por Violeta Kovacsics
En septiembre de 2013, J. J. Abrams pidió disculpas. Lo hizo entre risas y empleando el vocabulario propio de quien reconoce una adicción. “El primer paso para la recuperación es admitir el problema”, dijo el director. La confesión venía a cuento de los “lens flares”, los destellos de luz que en el cine de Abrams atraviesan la pantalla y se imponen en el plano. El recurso se ha convertido en un sello del director, a la vez que en un motivo para la mofa. Podéis escoger vuestra burla favorita de entre los siguientes links:
La acritud ante el uso (el abuso, quizás) de los lens flares en el cine de Abrams incrementa a medida que se acerca el inminente estreno de Star Wars: El despertar de la fueza. Los fans de la saga temían que el imaginario de la más famosa de las guerras galácticas se viera salpicado, manchado quizá, por un recurso que pocos han querido o han podido explicar. Los lens flares se ven como un capricho antes que como una cuestión de estilo, dispuesta para expresar algo.
Mientras proliferan los vídeos en los que se puede ver el trailer de la nueva entrega de La guerra de las galaxias, en los que los uniformes crean destellos y en los que el sol del desierto impacta contra la pantalla, se pueden ver también todo tipo de cortos y de compilaciones que ponen el dedo en la llaga, en el gusto desaforado de Abrams por los lens flares. Hay quien ha querido hacer del haz de luz una suerte de amenaza apocalíptica. Hay quien se ha dedicado a contar cada uno de los reflejos que salen en la segunda parte de Star Trek, dirigida por Abrams y paradigma de la propensión del creador de Perdidos por dejar que la iluminación se explicite ferozmente en el cuadro. En Star Trek: en la oscuridad se contabilizan 721 destellos. Estos corresponden a un disparo, a un astro, a la luz de un bar, a los reflejos que se desprenden de la iluminación del Enterprise, etc. Poco importa el origen del foco, siempre hay una línea luminosa que invade el plano.
A Abrams siempre le gustó Spielberg. De hecho, homenajeó al director de Encuentros en la tercera fase en Super 8, una película que evoca el cine con niños y marcianos de los setenta y ochenta y que cuenta, cómo no, con los destellos en la pantalla, algo que el propio Spielberg había dispuesto en algunas de sus películas. La cuestión, seguramente, radica en entender, en pensar, si las líneas, a menudo azuladas, que atraviesan los planos en el cine de Abrams tienen alguna razón de ser. En Star Trek: en la oscuridad, apoteosis de esta herramienta, el director comienza a usar la iluminación para acentuar momentos eminentemente emotivos. Lo mismo sucede en Super 8. Cuando el pequeño protagonista se planta ante la chica que le gusta, el plano contraplano –herramienta clásica del enamoramiento– se ve acompañado de una tenue línea azul. El romance pasa así tanto por el intercambio de miradas como por la iluminación.
Al final de Super 8, lo que queda es una suerte de presencia intangible, la del haz de luz que se va desvaneciendo cuando la nave alienígena se aleja, dejando apenas una línea suave que se funde con la negrura del cielo. Más allá del peso emocional que estos reflejos han ido cobrando, lo que se impone es la sensación de que, con ellos, Abrams está explicitando un aparato, el cinematográfico. Amante encarnizado del relato, de las maravillas que puede disponer el relato de ficción, con el uso de estos reflejos en pantalla, Abrams abre una brecha: pone en evidencia la presencia de una cámara, revela el artificio.
El crítico de The New York Times A. O. Scott escribía lo siguiente con motivo de Star Trek: en la oscuridad: “the frequent appearance of blue lens flares does not make this movie any more of a personal statement” [“la frecuente aparición de lens flares azules no hace de la película una declaración personal”]. En el fondo, lo que propone Scott es desmontar la idea de que el rasgo estético tenga un peso específico en el discurso del cineasta. Narrador incuestionable, Abrams ha demostrado manejarse con maestría en la construcción de personajes (al héroe solitario Ethan Hunt le otorgó un vínculo familiar en Misión: Imposible 3, a Kirk y a Spock los acercó al bromance, y en Super 8 planteó uno de los finales más emotivos del cine reciente). Ahora se le desposee de una de sus señas de identidad estéticas más recurrentes. Descartados los lens flares, la apropiación de una saga con un imaginario tan popular como La guerra de las galaxias se antoja difícil, la prueba de fuego definitiva para un autor que ha visto cómo uno de sus principales rasgos se ha puesto en duda.