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¿Por qué nos gustan las cosas que nos gustan? Los mecanismos que activan nuestras afinidades son a menudo poco menos que inescrutables y parte de la gracia reside precisamente ahí. Es una obviedad, pero otro aspecto positivo de las afinidades es que la mayoría no son excluyentes, sino acumulables; entre ellas, algunas guardan relación evidente, pero otras veces no tanto. Aun así, bajo ámbitos aparentemente lejanos, de distinta apariencia, pueden subyacer características comunes y proclives a determinadas sensibilidades. En mi caso, y me consta que en muchos otros, dos predilecciones conviven en mi día a día e intuyo que no del todo desvinculadas. Por un lado las bicicletas, el ciclismo; por el otro, las canciones, la música pop. Estos días, con el Tour de Francia en marcha, la balanza parecería inclinarse hacia el ciclismo. Pero lejos de ser vasos comunicantes, una filia parece alentar a la otra, con lo que ando un poco distraído.
“La bicicleta es una línea recta con la infancia”, afirma el historietista galo Didier Tronchet. Aunque el modo de relacionarnos con este vehículo con 25, 40 o 60 años nos puede parecer muy distinto a cómo lo hacíamos de niños o de adolescentes, hay una parte esencial que lo conecta: su tremendo potencial como instrumento de libertad, su capacidad para devolvernos una parcela lúdica que a los adultos se nos priva entre obligaciones y responsabilidades. En otras palabras, nos permite volver a ser niños. Otra evidencia del vínculo de las bicicletas con la niñez aparece cuando se pregunta a los no aficionados qué les evoca el Tour de Francia: es habitual toparse con respuestas que hacen referencia a tiempos pasados, a las tardes de verano de la infancia, a niños cautivos en sus casas durante la sobremesa, privados de salir a las calles a jugar bajo el sol canicular.
Por su parte, la música pop, en el sentido de popular, también posee para bien y para mal un vínculo fortísimo con el pasado. En él halla inspiración, hasta el punto que, al menos en los últimos lustros, el núcleo de las tendencias está directamente importado de corrientes estéticas pretéritas. Pero el aspecto que más me interesa ahora es el mismo que en el caso del mundo de la bici: la dimensión nada irrelevante de las canciones como resortes hacia el pasado, como activadoras o generadoras de recuerdos, reales o inventados. Vaya, como magdalenas proustianas.