Megaforce es un colectivo de directores franceses que han puesto patas arriba el mundo de la publicidad y el videoclip. Ramón Ayala les entrevista.
Siluetas con contenido:
la orfandad y la tendencia
por Ramón Ayala
Hay un patrón. Está ahí. Y por culpa de internet y su bendita magnificación eufórica de lo efímero se alimenta y crece sin sentido. Porque ahora mola, creo. Mañana quizá sea tan pasado como un mullet en medio de Indiana en los ochenta. Es la cosa de las tendencias cabalgando olas de clics sin sentido. Los clics son los que aúpan a los videos de gatitos y de las bodas de dipsómanos rusos que acaban en violencia. Recuérdalo cada vez que alguien use el argumento para convencerte de la bondad de algo que tiene muchas visitas.
Se trata de ese uso indiscriminado de la composición gráfica en la que una silueta humana contiene imágenes en su interior: un truco que superpone cuerpo y paisaje (naturalezas bucólicas o skylines alienantes) mediante un sencillo efecto fotográfico de doble exposición. Uno puede decir que se trata del mundo interior del personaje, como en el cartel de la esperada repesca de Twin Peaks: Dale Cooper conteniendo dentro de si la habitación roja, ¡fuá! Que flipe. Pero una cosa es encontrar el motivo intrínsecamente unido al contenido que se comunica y otra cosa es que un patrón gráfico se vuelva una moda y se empiece a aplicar indiscriminadamente ante todo tipo de contenido. Podemos ver el mismo patrón en el cartel de una película de Apitchatpong Weerasethakul, Cementery of Splendour, o en un olvidado disco de Richard Ashcroft de principio de siglo (por citar solo un par de ejemplos: hay MILLONES de posters de película o portadas de álbums reproduciendo ese mismo efecto). Si rascamos, este juego estético tiene su origen en ocurrencias de pintor hippy flirteando con la psicodelia (¿aceptamos la portada del Tago Mago de CAN como precedente? ¿O el logo de The Byrds rellenito de trip multicolor?). Y luego está el efecto dominó de Tumblr, de Pinterest, de moodboards de estilistas varios/as, directores de arte adictos al smartphone…
Mira a ese modelo efébico de trazas escandinavas en el fin de su adolescencia con un traje de Dior al que le han aplicado una explosión de napalm en GIF animado que amanece entre sus áreas de luces bajas, de sombras. Muy bonito, muy poético. Pero qué relación tiene con el contenido. Y sobretodo cómo funciona su modo de comunicar fuera de su contexto original. ¿Un gesto de subversión anónima que acaba en la mesa de un patronista de Inditex? ¿Qué significará esa imagen como print en una camiseta expuesta en unos grandes almacenes de Dubai junto a otra de rocas que reciben el impacto de las olas en un monocrómatico blanco y negro? Esa camiseta, ahí colgada. Esa imagen descolgada de su origen sacrificada como humo.
Quien tiene un feed de blogs y fuentes bien surtido va viendo como hay imágenes que se repiten y se comparten hasta la saciedad a través de las semanas, los meses y los años… Se gastan, pierden el significado, su capacidad de impacto: su belleza se hace caduca. Pierden el cordón umbilical con la universalidad que les daba vida.
Pero el mundo interior encerrado en la silueta como motivo gráfico no es el malestar per se. Es un síntoma del ruido. El ruido que no suena. El ruido es que pasan los años y te acabas de dar cuenta que ya no te parece que está pirada la gente que anda hablando por teléfono por la calle (¿recuerdas cuando parecía que hablaban solos?); tú también lo haces. Ese es el ruido. Cuando encuentras cosas como los títulos de crédito de True Detective, quizá tú también los has reposteado en Facebook, en Tumblr, en Pinterest. Sin poner porqué. Algo entre la intuición y el comportamiento gregario de un virus caníbal.