Glòria Bonet se postra ante la fidelidad al protocolo de la reina de Inglaterra. La etiqueta por encima de todo. Ni Brexit ni carantoñas.
Autofoto con la que empezó la fiebre. Ellen DeGeneres fue la cepa del virus
El selfie y su proliferación han dado un giro (literalmente, en el smartphone) al clásico autorretrato y lo han convertido en un género en diminutivo. Para que nos entendamos, como si del paisajismo nos hubiéramos inventado una variante titulada “paisajismito” o de la naturaleza muerta naciera un spin-off llamado “mis-cositas”. Pero no olvidemos la raíz de la palabra: el “self”, el mi-me-conmigo, la piedra angular sobre la que reposan todas las redes sociales, el medio natural del selfie.
Podemos ir más lejos en el análisis de este neologismo que, como siempre, es lo que no dice. Selfie omite la referencia directa a la imagen ya sea fotográfica o pictórica. Es una elipsis de lo más curiosa e inconcreta. Si nos lo tomamos al pie de la letra, marcar un gol en propia puerta también sería meter un selfie. Y hasta hacerse el harakiri también podría ser hacerse un selfie. Pero hemos pactado que es autorretrato, ¿no?.
Los pintores bohemios optaban por retratarse a sí mismos a falta de modelo (Van Gogh era pobre, no narcisista). El autorretrato para el genio holandés tuvo la función de tabla gimnástica diaria, de rutina para no perder elasticidad con el pincel. Lo de menos era la tela resultante, que tampoco parecía que la fuera a comprar nadie. En el selfie el mecanismo es completamente el contrario ya que el único sentido de la creación de esa imagen ha acabado siendo la vanidad. Lo importante es que sea “auto” y “cuqui” (self-ie).
Se ha hablado mucho ya de la banalización de la imagen fotográfica en la era de la eclosión digital. Incluso los hay que no ven el empobrecimiento de la imagen digital como un drama universal sino como aire fresco. En In Defense of the Poor Image, la realizadora alemana Hito Steyerl concluye que, a diferencia de las fotografías clásicas, las imágenes pobres tienen la virtud de ser reales. Según este argumento, el selfie estaría en el estadio máximo de esta práctica virtuosa (SPOILER: me refiero al capítulo “Autorretrato en espejo con WC detrás, tapa levantada y zurullo flotante”).
Decadencias y realismos al margen, la cadena evolutiva reciente en la autofoto ha sido la siguiente: Del YO ESTUVE AQUÍ se pasó al YO ESTUVE; el allí desaparece. Luego evolucionamos hacia el YO ESTOY, ya que el tiempo o el momento tampoco importan. ¿Para qué? Finalmente hemos aterrizado en el YO. Que es de lo que va todo esto. De mí.
En este sentido, me fascinan e intrigan los individuos atrapados en un selfie en loop. Esos que cada día exponen sus fotos. Imágenes que son siempre diferentes y siempre la misma, un inventario infinitamente apabullante del ego. Al selfie se le presupone una erotización no siempre presente en el género original del retrato. Juraría que la tribu Kardashian-Jenner están a la cabeza de este ranking. Véase y . ¿Cuántas fotos pueden llegar a hacerse y publicar al día? ¿Cuál es el límite de esta progresión en espiral ascendente a la que nos han acostumbrado? Porque si es una cuestión de cantidad ¿cuál es el próximo paso, colgar quinientas fotos al minuto? ¿Conseguiría así seguir siendo noticia esa dinastía de traseros superlativos generación tras generación?
Treinta años antes de Instagram, Susan Sontag vaticinaba que “todas las fotografías son memento mori”. Da vértigo sólo de pensarlo. Cada selfie es la evidencia de un instante que no volverá. Mientras las redes sociales, con todos esos servidores en Siberia, son el congelador infalible donde resguardarlos al fresco. Una versión muy siglo XXI del retrato de Dorian Grey al alcance de todos.
En el otro extremo, no obstante, tenemos los que no se dejan fotografiar nunca, a lo Banksy, Daft Punk o los que dejan el huevo como avatar de Twitter. Son los que se han borrado el rostro. ¿Habrán adivinado ellos la clave de lo que está por venir? Si Warhol viviera hoy supongo que más bien diría que en la próxima década “todos tendremos derecho a quince minutos de anonimato”. Acto seguido recibiría millones de likes. Y el comentario masivo sería: “¡Guapo!”.
Por Glòria Bonet
Dalí, precursor en el oficio de la explotación del yo en la era pre-internáutica. Retrato del artista Ilich Roimeser
El selfie
de Dorian Grey
Si “selfie” fue elegida como ‘palabra del año 2013’ por los diccionarios Oxford de lengua inglesa, “selfie stick” es sin duda la favorita de los turistas 2015. ¿Te das cuenta Ellen de la que liaste al tuitear “If only Bradley’s arm was longer. Best photo ever. #oscars”?
El primer autorretrato conocido se atribuye a Robert Cornelius. Es de octubre de 1839, el mismo año en que se comercializaron las primeras cámaras. La tentación de la autofoto parece inherente al hecho de usar la cámara ya desde los inicios